¡Por fin, lo consiguieron! Lograron que el corazón de José María Bakovic, honrado y competente presidente del Servicio Nacional de Caminos Institucionalizado, destituido de ese cargo de confianza, por medio de intrigas de gente de mala entraña, sin alma ni vergüenza ciudadana, lograran terminar con el exhausto corazón de ese ilustre boliviano.
Le encarcelaron sin que hubiese competido ni falta ni delito algunos. Y sin sentencia justa. Le obligaron a ir y venir inútilmente por diversos tribunales del país. No faltaron jueves, fiscales, secretarios y médicos forenses, que instrumentalizaron a su gusto los dúctiles y maleables procedimientos judiciales Unas veces convocaban inútilmente al acusado. Otras veces le obligaban a trasladarse de una ciudad o a otra. Por último y pese al informe del instituto médico judicial, que había comprobada la delicada salud de Bakovic, se le obligó presentarse ante una corte de la ciudad de La Paz, siendo así que los análisis y otros informe médicos, ya habían advertido de los riesgos de ese viaje.
Estas vulneraciones de los derechos ciudadanos así como de otras monstruosidades judiciales se cometieron aún a sabiendo de la edad avanzada del perseguido y de la debilidad de su corazón. Sumadas estas dos circunstancias, era evidente que ponían en grave peligro la vida de su víctima gratuita. Entre todos, incluyendo a políticos conocidos, le hicieron pasar por el calvario de las intrincadas gestiones judiciales, todavía más enturbiada por la mala intención de los verdugos. Los prevaricadores tampoco tuvieron la menor consideración a los daños económicos ocasionados a su víctima. Había que rendir por agotamiento a ese hombre íntegro y valeroso.
Pero él no se rendía. Pudo haberse reunido con sus hijos en un país menos maleado por la política perversa. Él se resistió: tenía que demostrar al país donde había nacido y se había criado, la incuestionable conducta profesional y ciudadana que fue ejemplo para todos. Y que fue puesta en duda por gente de negra conciencia.
Pese a todo, a la sañuda persecución a la que fue sometido durante largos y penosos años, él se había impuesto el deber de mantener su honor muy alto, como el más valioso patrimonio que podía legar a sus familiares. Y como ejemplo para todos los que hemos sido –y seguiremos siendo– sus amigos entrañables. Su fe cristiana le dio coraje y esperanza para enfrentar la injusticia y la maldad.
Hasta que el sábado pasado su corazón agotado y exhausto dejó de acompañar a la nobleza y dignidad de su carácter. Rindió su alma a Dios. Sólo a Dios, justo Juez. Pero nunca a unos jueces fariseos y prevaricadores.
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