Pese a que surgieron dudas sobre las dos últimas denuncias lanzadas en contra del Gobierno (el tema de la factura del peluquero y el caso de la libreta del servicio militar), la gente termina por desconfiar de la versión oficial, no solo porque las respuestas agregaron más sospechas, sino porque aparentemente, el “proceso de cambio” ya fue derrotado desde el punto de vista mediático, hecho que irrita de sobremanera a los principales voceros, que se desbocan lanzando insultos y toda clase de improperios.
Esto viene a sumarse a las acciones sistemáticas e indisimuladas por acallar a ciertos comunicadores irreverentes y a una arremetida descabellada en las redes sociales para contrarrestar la expresión espontánea de los usuarios que actúan con plena libertad y no como piensa el régimen, que considera que “Facebook pertenece a la derecha”.
Y no es porque los periodistas o los medios independientes le hayan ganado la pulseada al Gobierno, dueño de un gigantesco y costoso aparato de propaganda en el que concursan medios propios, órganos informativos comprados y otros (tal vez la mayoría) que han asumido la vocería oficialista a cambio de jugosos contratos de publicidad.
El Gobierno ha perdido credibilidad porque sus principales caballitos de batalla discursivos han fracasado en los hechos, no en terreno propagandístico. Se repetía hasta el cansancio (y se lo sigue haciendo) que la crisis no le afectaría al país y por otro lado, se mencionaba el tema de la transparencia y la lucha contra la corrupción como uno de los pilares del “proceso de cambio”, elementos que ya no convencen a los ciudadanos, insistimos, no porque la “derecha”, “el imperialismo” o los “periodistas opositores” los hubieran convencido, sino porque la gente ya comienza a sentir que se acabó la bonanza, y por otro lado, puede ver con sus propios ojos el desborde de la corrupción que brota por todos lados.
El boliviano común no lee periódicos ni escucha a los analistas que hablan de la crisis y si ahora tiene una opinión distinta a la que propala el Gobierno es porque está comenzando a sentir las cosas en el bolsillo o en la mesa. No podía ser de otra manera, después de la reducción de casi cuatro mil millones de dólares en los ingresos públicos, hecho admitido por los mismos agentes gubernamentales.
Ante semejante panorama, los voceros vienen sufriendo un vacío discursivo que se nota cuando comienzan a hablar de la luna que se esconde y el sol que se aleja del horizonte o cuando plantean la descabellada idea de que el referéndum del 21 de febrero podría desencadenar la revocatoria del mandato presidencial. Forman parte de esta misma ansiedad el desmesurado discurso de casi seis horas del 22 de enero y el insólito “tour de medios” que vienen haciendo el presidente Morales y el vicepresidente García Linera, quienes buscan palestra en los mismos órganos de prensa que constantemente están denostando.
El Gobierno ha perdido credibilidad porque sus principales caballitos de batalla discursivos han fracaso en los hechos, no en terreno propagandístico. Se repetía hasta el cansancio (y se lo sigue haciendo) que la crisis no le afectaría al país y por otro lado, se mencionaba el tema de la transparencia y la lucha contra la corrupción como uno de los pilares del 'proceso de cambio', elementos que ya no convencen a los ciudadanos.