Lo más sorprendente de estas elecciones ha sido la ausencia de sorpresas. El triunfo de Barack Obama estaba proyectado por la gran mayoría de las encuestas. Pese a que los medios quisieron crear cierto suspenso al hablar en las últimas semanas de un “empate técnico”, sobre todo después del primer debate. Lo cierto es que Mitt Romney nunca pudo romper la barrera erigida por la campaña de Obama en algunos de los estados cruciales de esta elección.
Son muchas las razones para entender la victoria de Obama. La principal es que, a pesar de que el presidente ya no contaba con el fervor de sus votantes de las elecciones pasadas, logró mantener intacta la coalición que lo llevó al poder: blancos de las grandes ciudades, latinos y negros. Buena parte de esa victoria no se debe necesariamente a lo hecho por Obama, ya que su administración no logró presentar una prometida ley inmigratoria para regularizar a la gran cantidad de hispanos indocumentados en Estados Unidos; fueron más bien los republicanos, con su retórica agresiva contra los hispanos y las mujeres, con un discurso excluyente que sigue soñando con un país dominado por hombres blancos y protestantes, quienes hicieron todos los esfuerzos para ser rechazados por unas minorías cada vez más conscientes de su poder político.
Otra razón fundamental para la victoria de Obama tiene que ver con el sistema electoral estadounidense, en el que las elecciones no se deciden directamente por el voto mayoritario de la gente, sino por el peso cualitativo de ciertos estados en el colegio electoral. Suena raro que en el país más poderoso del mundo la presidencia sea decidida por solo diez estados influyentes, pero es así. En esos diez estados, la campaña de Obama se hizo fuerte desde el principio apoyada por los errores de Romney. Durante la gran crisis del 2008, Romney cometió el error de ir en contra del deseo gubernamental de intervenir para evitar la bancarrota de las empresas automotrices. En Ohio, el plan de Obama fue la salvación de la economía local. La campaña de Obama lo único que tuvo que hacer fue recordarle constantemente a los votantes que Romney no estuvo de su lado en el difícil momento de la crisis.
Obama era un candidato débil porque la economía, pese a haber superado su peor momento, no terminaba de despegar y porque la retórica poética de la anterior elección fue remplazada por un lenguaje prosaico que no ofrecía un proyecto ilusionante para los próximos cuatro años. Pero, si Obama era débil, Romney lo fue más. Romney es un exitoso hombre de negocios, pero eso no es suficiente para llegar a la presidencia. Le faltó el carisma, y también la empatía: nunca conectó con las clases populares y se convirtió en el estereotipo del hombre rico desdeñoso de la plebe.
Las tendencias demográficas del país auguran buenos años para la coalición demócrata en Estados Unidos. Obama tiene tiempo para consolidar su legado: el plan sanitario y el control de la crisis económica son sólidos puntos de partida para su siguiente gobierno. Los republicanos, por su parte, tendrán que hacer un análisis profundo para ver cómo restructurarse. El país rechazó su discurso radical; insensible a las mujeres y a los gais, incapaces de articular un proyecto que incluya a las minorías, toca ver cómo expanden su electorado. No será fácil.
Son muchas las razones para entender la victoria de Obama. La principal es que, a pesar de que el presidente ya no contaba con el fervor de sus votantes de las elecciones pasadas, logró mantener intacta la coalición que lo llevó al poder: blancos de las grandes ciudades, latinos y negros. Buena parte de esa victoria no se debe necesariamente a lo hecho por Obama, ya que su administración no logró presentar una prometida ley inmigratoria para regularizar a la gran cantidad de hispanos indocumentados en Estados Unidos; fueron más bien los republicanos, con su retórica agresiva contra los hispanos y las mujeres, con un discurso excluyente que sigue soñando con un país dominado por hombres blancos y protestantes, quienes hicieron todos los esfuerzos para ser rechazados por unas minorías cada vez más conscientes de su poder político.
Otra razón fundamental para la victoria de Obama tiene que ver con el sistema electoral estadounidense, en el que las elecciones no se deciden directamente por el voto mayoritario de la gente, sino por el peso cualitativo de ciertos estados en el colegio electoral. Suena raro que en el país más poderoso del mundo la presidencia sea decidida por solo diez estados influyentes, pero es así. En esos diez estados, la campaña de Obama se hizo fuerte desde el principio apoyada por los errores de Romney. Durante la gran crisis del 2008, Romney cometió el error de ir en contra del deseo gubernamental de intervenir para evitar la bancarrota de las empresas automotrices. En Ohio, el plan de Obama fue la salvación de la economía local. La campaña de Obama lo único que tuvo que hacer fue recordarle constantemente a los votantes que Romney no estuvo de su lado en el difícil momento de la crisis.
Obama era un candidato débil porque la economía, pese a haber superado su peor momento, no terminaba de despegar y porque la retórica poética de la anterior elección fue remplazada por un lenguaje prosaico que no ofrecía un proyecto ilusionante para los próximos cuatro años. Pero, si Obama era débil, Romney lo fue más. Romney es un exitoso hombre de negocios, pero eso no es suficiente para llegar a la presidencia. Le faltó el carisma, y también la empatía: nunca conectó con las clases populares y se convirtió en el estereotipo del hombre rico desdeñoso de la plebe.
Las tendencias demográficas del país auguran buenos años para la coalición demócrata en Estados Unidos. Obama tiene tiempo para consolidar su legado: el plan sanitario y el control de la crisis económica son sólidos puntos de partida para su siguiente gobierno. Los republicanos, por su parte, tendrán que hacer un análisis profundo para ver cómo restructurarse. El país rechazó su discurso radical; insensible a las mujeres y a los gais, incapaces de articular un proyecto que incluya a las minorías, toca ver cómo expanden su electorado. No será fácil.