Los recuerdos de aquellos días fatídicos, especialmente del 8 al 11 de
enero, son imborrables porque estuvimos involucrados de alguna manera miles de
ciudadanos y por el saldo de muertos y heridos que enlutaron, marcando de por
vida a la mayoría de las familias.
Nada fue improvisado ni producto de la coyuntura política, todo fue planificado
desde las principales esferas del poder. Aunque la mayoría de los detalles ya
se conocen cinco años después, todavía quedan algunos hilos sueltos que serán
desenmarañados, denunciados, comprobados y juzgados cuando este ciclo
inevitablemente termine.
Toda la trama de esta tragicomedia de la vida real, se entretejió inclusive
antes de la asunción de Evo Morales como presidente del nuevo estado
plurinacional.
Como todas las condiciones estaban dadas para la inminente elección de Evo
Morales, inclusive con el "aval" de la embajada americana, después
del fraude gonista del año 2002, el Cap. Manfred Reyes Villa, contra la opinión
de su "entorno" especialmente de amigos y parientes, decidió
personalmente lanzarse a la candidatura por la prefectura de Cochabamba, ya
considerado el feudo masista, con una abrumadora mayoría de municipios, incluyendo
la gestión obsecuente de Chaly Terceros.
Contra los pronósticos de una buena parte de propios y extraños, Manfred ganó
la elección provocando la animadversión masista desde primera hora de su
gobierno, porque además también habían perdido en Santa Cruz, La Paz, Tarija,
Pando y Beni.
El famoso Juan Ramón Quintana, convertido en el estratega del MAS, en diciembre
de ese año 2006, declaró que los prefectos opositores iban a ser convertidos en
una especie de rehenes, hasta obligarlos a plegarse, someterse o renunciar;
manifestándose desde el inicio de este gobierno con la consigna de conseguir el
poder total.
Manfred asumió como primer Prefecto elegido por los cochabambinos en las
condiciones más adversas, comenzando por la falta de personal que solicitaron
en masa vacaciones, entre uno y dos meses, perjudicando la gestión al igual que
los llamados consejeros, una mayoría masistas que entorpecieron y entrabaron el
trabajo todo el tiempo desde el primer minuto.
Aún así Manfred Reyes Villa, estoicamente y firme en su convicción de marcar
una franca línea de progreso en el departamento, se dio modos para trabajar
bajo amenaza permanente del flamante gobierno masista. A través de proyectos
concurrentes, logró llegar ese primer año a la mayoría de los municipios del
departamento.
Los masistas nunca le dieron tregua y por el contrario, inventaban cualquier
motivo para entrabar y manchar una inigualable gestión manfredista, que hacía
recordar las épocas de oro en el Gobierno Municipal, vividas por cochabambinos
y ciudadanos del interior, que destacaron su capacidad de trabajo y el
surgimiento de un nuevo líder.
Con una ejecución record en el año 2006 y con opinión favorable de la
ciudadanía cochabambina, que pensaba ideal tener como presidente a Evo Morales
y como Prefecto a Manfred Reyes Villa, para muchos ---no inmersos en la
politiquería azarosa--- nada hacía presagiar lo que vendría poco después con
los sucesos de enero del año 2007
Ya en diciembre del año 2006 en la Casa Campestre, convertida hasta hoy en centro
de operaciones del masismo, mientras la mayoría pensaba en la celebración de
las fiestas de navidad y año, ellos planificaron y definieron la salida o
derrocamiento de Manfred Reyes Villa por las buenas o las malas, usando como
pretexto que el Prefecto en un lapsus línguae, al terminar su discurso en una
masiva concentración autonómica en la Plaza de las Banderas, dijo
"adelante Santa Cruz con su independencia" cuando quiso decir con su
autonomía.
Los primeros días de enero del año 2007 fueron intensos para ejecutar la
conspiración, en la que además de formar parte todos los masistas sin
excepción, también se adhirieron con evidente entusiasmo el alcalde Chaly
Terceros, el tristemente célebre Mitma de la Central Obrera, y la Federación de
Maestros Urbanos con Cáceres y Pinaya, como puntas de lanza muy funcionales al
gobierno, que hasta avalaron la amenaza criminal de dejar sin agua a la ciudad.
La arremetida comenzó el lunes 8 de enero con la agresiva quema de la puerta de
la prefectura que alcanzó instalaciones donde se tenía archivos importantes.
La seguridad policial fue arteramente retirada por la ministra de gobierno
Alicia Muñoz, para facilitar la acción vandálica de los SS (sectores sociales).
Los miles de cocaleros traídos del trópico por su voluntad o la fuerza,
llegaron y se quedaron con la instrucción precisa de no retornar a sus bases
sin antes lograr la salida del prefecto democráticamente elegido.
El Comité Cívico pretendió, con voluntad e ingenuidad, frenar la arremetida
gubernamental convocando a una concentración en la misma plaza de las banderas,
pero las cartas ya estaban echadas y los cocaleros siguiendo órdenes precisas,
tomaron la plaza inmediatamente, obligando a la institución de instituciones a
desconvocar a los cochabambinos.
Nadie esperaba que los cochabambinos se concentrarían sin necesidad de
liderazgos, ni mucho menos instrucciones; espontáneamente se manifestó un
fenómeno social pocas veces visto en nuestra era contemporánea. Se movilizaron
el jueves 10 marchando a la Plaza de las Banderas, pero a la altura del estadio
(Av. Libertadores y Aniceto Padilla) fueron interceptados por la Policía, que
logró un cuarto intermedio para lograr ingenuamente un retiro pacífico de los
cocaleros, para evitar el enfrentamiento planificado por el gobierno con
antelación.
El miércoles 11 de enero, se multiplicó la inmensa cantidad de gente, niños,
jóvenes y adultos de ambos sexos y todas las edades, ciudadanos que eran hasta
ese entonces, espectadores de un ultraje a la democracia, que provocaron el
surgimiento del fervor cívico más profundo, y consecuentemente, salieron de sus
casas, con la convicción de que iban a defender su ciudad pacíficamente, que
solo con su presencia podrían poner un alto a los atropellos comandados por el
entorno palaciego.
Pese a la tragedia desatada, tres muertos y heridos por cientos, quienes
estuvimos cerca de los hechos, somos conscientes de que el saldo pudo haber
sido mucho peor, si no se imponía la serenidad de la mayoría de los
participantes en aquella tarde violenta.
Los muertos y heridos no pueden ni deben ser olvidados, porque todos ellos
fueron víctimas de una conspiración política para quebrar la democracia en
Cochabamba, todo el plan fue diseñado por siniestras personas que nunca
arriesgaron nada, pero no les importó afectar a tantos ciudadanos bolivianos,
simplemente por sus diferencias políticas y la angurria de más poder.
Fueron carne de cañón y víctimas, tanto los cocaleros que por voluntad propia u
obligados, tenían que hacer supuestamente el papel de víctimas de los
citadinos, así como también los miles de ciudadanos que espontáneamente se
dieron cita en el centro, sin distinción de sexo, edad o condición social o
económica simplemente para defender la ciudad atropellada por los productores de
la coca.
En esas memorables jornadas aciagas, Manfred revalidó su condición de hombre
íntegro, de servicio incondicional, valiente y decidido a afrontar las
consecuencias de haberse atrevido a enfrentar al hombre que cree ser
omnipotente, a pesar de que gente allegada le sugirió buscar asilo en los
momentos más difíciles, y no era para menos, porque desde palacio una persona
amiga filtró que se había instruido lincharlo, inclusive si era encontrado en
su domicilio de Tiquipaya.
Lo acontecido antes y después del 11 de enero puso nuevamente a prueba a
Manfred Reyes Villa como en el año 2000 en la guerra del agua, más allá de
consejos de amigos y no tanto, impuso su criterio y salió airoso superando el
intento de golpe de estado donde participaron todos los masistas, presidente,
vicepresidente, ministros, parlamentarios, alcaldes, concejales, corregidores,
en una competencia desenfrenada de demostrar quién le hacía más daño a la
institucionalidad para agradar a su jefe supremo. Algunos parlamentarios como Iván
Canelas, fingieron ser consensuadores, cuando en realidad estaban en la
conspiración y otros como los empresarios, fueron indiferentes a toda la
tragedia.
El Defensor del Pueblo Waldo Albarracin pretendió de buena fe hacer su trabajo,
pero tampoco quería creer que la conspiración era digitada desde el mismo
gobierno. Cinco años después debe repensar en lo acontecido, cuando casi lo
utilizan para tender una trampa al prefecto Manfred Reyes Villa.
La sociedad cochabambina quedó como petrificada, paralogizada, paralizada,
amedrentada, sobre todo después del vil y cobarde asesinato del estudiante
Christian Urresti Ferrel, porque nadie considera humanamente
concebible---excepto los masistas---, que por las diferencias políticas se
llegue a perder un ser querido.
Los profesionales de la prensa, en su mayoría optaron por la imparcialidad, sin
imaginar que serían las próximas víctimas del poder hegemónico que no acepta
los pesos y contrapesos y hasta el Jefe de la Iglesia, Monseñor Tito Solari,
tomó partido por los atropelladores, que más tarde también lo harían víctima de
su mal agradecimiento.
Es así que en agosto del 2008, muchos de los que siempre apoyaron a Manfred
como Alcalde primero y después Prefecto, optaron por votar en el revocatorio
para su salida, pensando que con eso Cochabamba se pacificaría, aunque dejen de
ejecutarse obras de desarrollo. Pero esa es otra historia.
Esta noche la gente llenó la Iglesia de La Recoleta, para recordar a Christian
Urresti Ferrel, principal víctima de la demencia politiquera; habría cumplido
22 años. Cuánta falta les debe hacer a su mamá, papá y hermanos, además del
resto de la familia y amigos, pero como dijo el sacerdote ante lo irremediable
se debe confiar en la justicia divina que es insoslayable.
Mientras tanto, la justicia de los hombres tarda pero casi siempre llega.