Agua
y Sangre ante la Cruz
Mauricio
Aira
Aberración ante el Viernes Santo por el inconcebible
terrorismo que ha dejado más de 34 muertos y 300 heridos, ante un mundo
consternado y que no alcanza a entender porqué está sucediendo esto, ante la
locura de unos fanáticos que se atreven a invocar el nombre de Dios para
cometer los crímenes más despreciables en toda la historia humana.
Cristo ha muerto. Ha transcurrido el espanto y cuando
la naturaleza se revela por la muerte del Santo, una lluvia tormentosa sobre el
Calvario apresura su desalojo por la multitud que había sido testigo del
padecimiento divino, ya todo está consumado y los testigos regresan a casa. Sin
embargo un centurión, vale decir un comandante militar consiente del crimen se
adelanta ante la Cruz y proclama sin miedo. “Verdaderamente éste hombre era
justo”.
Los judíos según el relato de Giovanni Pepini quieren
hacer desaparecer los cadáveres del sangriento escenario y piden a Pilato que
haga romper las piernas a los condenados y los mande enterrar los soldados
recibida la orden se acercan a los ladrones y les quiebran las rodillas y los
muslos a golpes. Han visto morir a Jesús, aunque uno de ellos echando mano a su
lanza le dió un gran golpe en el costado y vió que de la herida salía sangre y
agua, según el mismo historiador G.P. gotas de agua cayeron sobre los ojos de
Longinos que los tenía enfermos, pero entonces se curó creyó en Cristo y fue
monje durante 25 años.
Unas frases al rol de José de Arimatea y Nicodemus dos
concejales disidentes que se ocuparon de los menesteres del descenso de la Cruz
y del entierro justamente en una “gruta” mausuleo llamaremos de José que lo
cedió con gusto y solicitó a Pilato la entrega del cadáver. El Gobernador
sorprendido por la solicitud del noble judío se lo entregó “le vendió” afirma
Papini y presidió el traslado del cuerpo que la Dolorosa (la Madre de Jesús)
había lavado y aromatizado y cubierto de la mortaja y de vendas de lino. Ya en
la gruta los discípulos pudientes José de Arimatea y Nicodemos recitaron salmos
mortuorios y cerraron la tumba con una gran piedra y se alejaron, taciturnos
seguidos de los demás, aunque las mujeres no lograban apartarse de aquella
piedra que les separaba del Amado. ¿Cómo podían dejarlo solo en la oscuridad de
la noche y del sepulcro? Oraban las mujeres con voz queda y recordaban una
palabra, un gesto, un milagro de Jesús y clamaban por su nombre casi a gritos
apoyadas en la maciza piedra que cerró la gruta.
Apoyados nosotros en la misma piedra invocamos al
Cristo doliente por esta humanidad hoy desorientada y contrita, reflexionamos y
nos preguntamos que ¿cómo puede ser posible que en nombre de Dios se mate y se odie
de este modo? Pensando en las madres y las esposas y las hijas de los 34
muertos y 300 heridos del inenarrable crimen de Bruselas. ¿Porqué? ¿Cuál el
motivo y la explicación? Es que el malevo, el satán, el perverso está suelto y
se ha metido en la mente y el alma de estos salvajes, no cabe la compasión,
porque ellos no tienen misericordia y su iniquidad recorre el mundo y despierta
en forma inevitable deseos de venganza, de muerte, de aniquilamiento.
Nos arrimamos a la piedra del sepulcro. ¡Oh Cristo que
a pesar de tu muerte estás ahí con nosotros y lo estarás hasta el fin de los
tiempos! Vives entre nosotros, sobre la tierra que es tuya y es nuestra, la
misma que te acogió de niño imploramos tu presencia con una señal que nadie
ignore. Tú ves cuán grande es nuestra pobreza y nuestra impotencia para detener
la mano del suicida que no sólo termina con su propia existencia sino que hace
morir a otros que nada tienen que ver con su desesperación o la “falsa promesa
de sus falsos dioses de un paraíso que recibirán por sus crímenes, por haber
provocado la muerte de otros”
Ante la Cruz, por la impotencia humana de acabar con
el terrorismo ciego y despiadado, invocamos el Retorno de Cristo, para que de
modo fulminante con una aparición fugaz y pronta destruya a los enemigos de la
humanidad que están agazapados en las sombras de lo inicuo, y que demandan una
justicia inexistente, una paz que no llegará por cierto por la via de la muerte
y la destrucción que los criminales se plantean. Oh! ¡Cristo Crucificado
escucha el clamor de la humanidad entera y detén el brazo fratricida que está
provocando tanto dolor y angustia en seres ajenos a la violencia, a la guerra,
al genocidio!