Si nuestro país fuese un país maduro, nuestros políticos reconocieran como mandato supremo el respeto a la ley, y en vez de buscar cómo evadirla promovieran los mejores medios para cumplirla
“Si vamos a estar toda la vida sometidos a la ley, no vamos a hacer casi nada”, afirmó el Presidente a tiempo de ser nombrado “Comandante” y a momento de dejarse engullir por su irrefrenable anhelo de poder. Su postura, si bien sincera, refleja de manera directa los vicios en los que se ha empantanado una sociedad acostumbrada a la trampa en vez de a la norma, una población que no respeta a la ley por ser ley, sino que la cumple porque le obligan. Pero claro, ¿por qué respetarla si el mismo Presidente no lo hace? Y es ese mismo instante de oscuridad el que nos permite comprender que en nuestro país lo común es no respetar la regla, de que lo usual es evitarla y que tiene más el que roba más, en vez del que sabe más, que tiene mejor cargo el que pegó letreros y pintó paredes en la campaña que el que fue buen estudiante y que nuestra sociedad admira más al político vividor que al emprendedor que genera empleo.
Es así que en éste país de las maravillas, preferimos ocuparnos de quién será el que ejerza el poder por la eternidad de las eternidades, olvidando que la tasa de homicidios en Bolivia es casi el doble del promedio global, o que las mujeres viven un calvario de tormento en las injustas prácticas laborales y ni qué decir de la violencia, o que tenemos un Internet malo y caro, o que el porcentaje de niños que trabajan ha aumentado, o que nuestra esperanza de vida al nacer es menor que el promedio mundial, o que el saneamiento básico sigue siendo una debilidad, o que las reservas probadas de petróleo y gas sólo alcanzarán para 14 años más, siendo el promedio mundial de 54 años, o que la densidad de la red caminera está muy por debajo de la media mundial. Pero no, preferimos ensalzar el debate sobre el Gran Hermano y su indeclinable deseo de verse rodeado de poder, porque para eso está el poder, para ser disfrutado, y de ello sabe muy bien la gestión gubernamental actual.
Y si bien se dice que toda sociedad tiene el Gobierno que merece, es preciso aclarar que no todos en Bolivia sentimos esa ansia de dotar a alguien de infinito dominio, no todos vivimos satisfechos con la llana aceptación de que la viveza criolla es inevitable, de que el poderoso debe ser siempre poderoso, existimos los que creemos que es tiempo de rechazar esas vivezas autóctonas que nacen incluso en las altas esferas del Gobierno, porque ya no debemos aceptar así, como si nada pasara, que los fuertes quieran marear la perdiz con argumentos de abogado chicanero, y que incluso, autoridades supuestamente imparciales planteen posibilidades para que lo definido en urnas sea borrado con el codo.
Si nuestro país fuese un país maduro, nuestros políticos reconocieran como mandato supremo el respeto a la ley, y en vez de buscar cómo evadirla promovieran los mejores medios para cumplirla. Pero no somos así de maduros, somos como somos, o, mejor dicho, son como son, porque yo no soy parte de ese grupo de ciegos lame botas, porque yo sí creo en la democracia, en el pluralismo, en la libertad de expresión, en el libre mercado, en los derechos civiles, en el respeto al que piensa diferente. Porque no debiera permitirse reelección alguna en ningún cargo, porque en vez de intentar romper la ley debiéramos aprender primero a cumplirla.
El autor es abogado.
“Si vamos a estar toda la vida sometidos a la ley, no vamos a hacer casi nada”, afirmó el Presidente a tiempo de ser nombrado “Comandante” y a momento de dejarse engullir por su irrefrenable anhelo de poder. Su postura, si bien sincera, refleja de manera directa los vicios en los que se ha empantanado una sociedad acostumbrada a la trampa en vez de a la norma, una población que no respeta a la ley por ser ley, sino que la cumple porque le obligan. Pero claro, ¿por qué respetarla si el mismo Presidente no lo hace? Y es ese mismo instante de oscuridad el que nos permite comprender que en nuestro país lo común es no respetar la regla, de que lo usual es evitarla y que tiene más el que roba más, en vez del que sabe más, que tiene mejor cargo el que pegó letreros y pintó paredes en la campaña que el que fue buen estudiante y que nuestra sociedad admira más al político vividor que al emprendedor que genera empleo.
Es así que en éste país de las maravillas, preferimos ocuparnos de quién será el que ejerza el poder por la eternidad de las eternidades, olvidando que la tasa de homicidios en Bolivia es casi el doble del promedio global, o que las mujeres viven un calvario de tormento en las injustas prácticas laborales y ni qué decir de la violencia, o que tenemos un Internet malo y caro, o que el porcentaje de niños que trabajan ha aumentado, o que nuestra esperanza de vida al nacer es menor que el promedio mundial, o que el saneamiento básico sigue siendo una debilidad, o que las reservas probadas de petróleo y gas sólo alcanzarán para 14 años más, siendo el promedio mundial de 54 años, o que la densidad de la red caminera está muy por debajo de la media mundial. Pero no, preferimos ensalzar el debate sobre el Gran Hermano y su indeclinable deseo de verse rodeado de poder, porque para eso está el poder, para ser disfrutado, y de ello sabe muy bien la gestión gubernamental actual.
Y si bien se dice que toda sociedad tiene el Gobierno que merece, es preciso aclarar que no todos en Bolivia sentimos esa ansia de dotar a alguien de infinito dominio, no todos vivimos satisfechos con la llana aceptación de que la viveza criolla es inevitable, de que el poderoso debe ser siempre poderoso, existimos los que creemos que es tiempo de rechazar esas vivezas autóctonas que nacen incluso en las altas esferas del Gobierno, porque ya no debemos aceptar así, como si nada pasara, que los fuertes quieran marear la perdiz con argumentos de abogado chicanero, y que incluso, autoridades supuestamente imparciales planteen posibilidades para que lo definido en urnas sea borrado con el codo.
Si nuestro país fuese un país maduro, nuestros políticos reconocieran como mandato supremo el respeto a la ley, y en vez de buscar cómo evadirla promovieran los mejores medios para cumplirla. Pero no somos así de maduros, somos como somos, o, mejor dicho, son como son, porque yo no soy parte de ese grupo de ciegos lame botas, porque yo sí creo en la democracia, en el pluralismo, en la libertad de expresión, en el libre mercado, en los derechos civiles, en el respeto al que piensa diferente. Porque no debiera permitirse reelección alguna en ningún cargo, porque en vez de intentar romper la ley debiéramos aprender primero a cumplirla.
El autor es abogado.