El Procurador General ha declarado que el caso Zapata está cerrado. Para la gente del Gobierno todo se habría tratado de un gran engaño para hacer quedar mal al Primer Mandatario y, consecuentemente, éste ha perdido la oportunidad de ser reelegido en 2019.
El caso Zapata ha sido posiblemente la más sórdida y grotesca historia que hubiera tenido lugar en los corredores palaciegos en la historia de Bolivia. Intrigas, ambición, sexo, poder, corrupción, traición, engaños, falsedad, documentos fraguados y dinero, mucho dinero, han sido los ingredientes de esta vomitiva historia que, quieran o no quieran, ha pringado la investidura del Primer Mandatario.
A estas alturas no se tiene certeza de casi nada, pero en el camino han quedado algunas cosas muy claras. Por ejemplo, el carácter de Su Excelencia, quien tiene, o por lo menos tuvo, un manejo irresponsable e inmaduro no sólo de su vida privada, vale decir de su vida sexual, porque no se puede estar trayendo al mundo niños no deseados. Se ha demostrado que el Presidente tiene un peculiar sentido del amor y de la responsabilidad paternos; dicho de otra manera, no se ha mostrado como un buen padre de ese niño, cuyo destino aún no está claro.
La responsabilidad paterna y la relación de una persona respecto a esos valores universales juegan un rol muy importante a la hora de elegir quién lo va a gobernar a uno, y es muy posible que entre los masistas que no creen que Evo sea una deidad (así como lo cree la Gabriela de la Asamblea), el desportillazo de la imagen de su líder haya terminado, o termine, en un futuro próximo, alejándolos de él.
De hecho, lo importante es sostener que, sin importar si estos episodios de la vida privada de Su Excelencia estuvieron ligados a actos de clientelismo y corrupción, por sí solos son suficientemente decepcionantes.
Ahora bien, en el caso de CAMCE, es posible que nunca se llegue a descubrir pruebas reales e irrefutables de un tráfico de influencias y menos que éstas involucren a don Evo, pero hay una serie de síntomas que ponen en duda razonable la idoneidad, tanto del modus operandi del actual Gobierno, a la hora de hacer grandes contratos, como de altos funcionarios encargados de estos contratos.
Los contratos directos son una mala idea. No sólo se debe ser honesto, sino que también debe parecerlo. Eso lo sabían hasta las mujeres de los césares. Un buen y honesto funcionario que decide sobre grandes sumas de dinero estatal (también sobre pequeñas) debe asegurarse de que su gestión sea absolutamente transparente, y eso no ha pasado.
La rutilante vida de Gabriela Z., el exceso de lujos de los que se ha rodeado, su costoso cotidiano y su afán por conseguir un reconocimiento público, algo que también requiere aparentemente de erogaciones, han puesto en evidencia a alguien muy ligado al poder, tan ligado que utilizaba, nada menos, que las oficinas que normalmente eran usadas por las primeras damas bolivianas para hacer sus contactos non sanctos (dicho sea de paso, ¿se da usted cuenta, querido lector, que Gabriela es lo más cercano a una primera dama que se ha dado en el Estado Plurinacional?).
Gabriela Z. es un fenómeno que sólo es posible con un apadrinamiento muy fuerte dentro del poder y dentro de un sistema tan vertical, que hacía que nadie se cuestionara la presencia de una persona que, sin cargo alguno, podía moverse fácilmente en esos corredores, más allá de que es posible que ella hubiera tenido una cierta autonomía.
La no transparencia, la no credibilidad en el sistema judicial, la posición fanática de los miembros de la mayoría de la Asamblea Plurinacional hacen imposible que se dilucide el asunto. Sólo en un futuro, relativamente lejano, se abrirán ciertos armarios y se conocerá más. Pero la duda está allí y ésta es un buen antídoto contra los fanatismos, tanto de los de arriba, como de los electores.
Agustín Echalar Ascarrunz es operador de turismo.