Cuando ciertos personajes, que desde fuera del ámbito político critican, denuestan, califican y se constituyen en jueces infalibles de "esos políticos" suben al podio para ejercer lo que antes era objeto de su crítica, se convierten en patéticas figuras que terminan diciendo lo que no quieren y haciendo lo que no deben.
Y es que con guitarra, enseña el viejo dicho, es distinto. Es muy fácil juzgar sin tener obligaciones y decir que se debe hacer esto y no lo otro, pero que distinto es tener que tomar decisiones en un cuadro de situación donde la política, esa política que era calificada de deshonesta, le engulle a uno sin ninguna compasión.
Y así le fue a doña Ana Amarga. Sin mucho pelo en la lengua develó las intenciones de su Presidente Evo para tener cautiva a la comisión encargada de fiscalizar a las Fuerzas Armadas. Son órdenes del Palacio. Y con esa declaración daba por hecho que la coordinación entre poderes es pura ficción. Lo cual desde su posición ciudadana, hubiera merecido cuando menos una crítica acerva por tal suceso ciertamente abusivo en el uso del Poder. Ahora la señora es parte del Poder y su primera lección ha sido amarga.
Le han enseñado que lo que se dice en el Palacio no se discute y menos se declara, que las decisiones políticas están por encima del libre pensamiento y que ella, quiera o no, es un ficha prescindible en el tablero del Poder. Por eso no le hicieron fácil su elección como Presidente del Congreso. Le hicieron ver que entre sus colegas senadores hay quienes ambicionaban y con mayores méritos que ella, a ese cargo. Así que sí doña Ana Amarga va por ese camino de decir lo que no debe durará lo que dura el fuego de un fósforo.
Penosa su posición, si tenemos en cuenta que es el vocero Presidencial, un funcionario de rango menor a ella, él que le recuerda que en “boca cerrada no entran moscas” y le pide una explicación por lo que considera una mentira, para decirlo, para decirlo sin anestesia.
La señora dio como una explicación su ausencia en el tratamiento y voto para que Evo Morales, el Poder divino hecho carne, imponga su decisión de tener absoluto control en esa comisión. Una manera pálida de decir: pueden decirme mentirosa en público, pero no dirán que soy parte activa de la orden Presidencial.
Para los efectos reales, Ana Amarga, tuvo que callar. Tuvo que dejar que se apruebe la orden Presidencial, no pudo dar las explicaciones solicitadas, se tuvo que tragar el amargo de hacer lo que le mandan aunque piense distinto y al final ha probado el sabor del Poder y ahora sabe lo que es tragarse sapos.
Lo cierto es que lo sucedido es sólo el comienzo de una triste historia. Esa que comienza a mostrar sus garras totalitarias, anti-democráticas, inconstitucionales, intolerantes y que se llama socialismo comunitario. Sería mejor que Ana Amarga tenga a mano aceite de oliva y ensaladitas que le hagan más gustoso eso de comer sapos.