Un salesiano ejemplar
Mauricio Aira
Nos referimos
al sacerdote Antonio Díez del Pozo nacido en Madrid en 1925 fallecido de 89
años luego de haber misionado largo tiempo en Bolivia. Este sacerdote ejemplar
que recibió por encargo la cura de almas de una enorme parroquia, la de Maria
Auxiliadora más conocida como Loreto, consagró “alma, vida y corazón” a sus
feligreses y es que al repasar su historia de vida, apenas se puede creer que su
celo de pastor y de maestro, le llevó a edificar 13 colegios secundarios, 8
escuelas básicas, construyó templos y restauró viejas iglesias que han
recobrado su esplendor de tiempo pasado.
Antonio fue
siempre un hombre sencillo y lleno de alegría cristiana. Emprendía una y otra
empresa con entusiasmo y energía. Por veces se mostraba exigente con la empresa
en marcha, aunque siempre reconocía el valor de sus colaboradores, entre ellos
monjas y sacerdotes que atendían las necesidades crecientes de una feligresía insaciable, en el buen sentido.
El cronista
recuerda haber preguntado al entonces Vicepresidente Luis Ossio Sanjinés, si
podía darnos un nombre de interlocutor válido para emprender proyectos de bien
social en Cochabamba. La respuesta no se hizo esperar. Antonio Díez del Pozo es
la persona ideal, emprendedor y trabajador responsable, ha revolucionado la
zona de las Villas y está siempre atento a nuevas ideas. Dicho y hecho, el párroco presentó la idea de un
emprendimiento en la Villa Primero de Mayo, bajo la jurisdicción suya, “una fábrica de fideos” que con la modesta
cooperación de Suecia se hizo realidad como fuente de trabajo, como unidad de
producción de algo tan básico como la alimentación a bajo costo y en cantidades
que cubriesen la demanda.
Siempre que
llegábamos a la llajta, el padre Antonio, siguiendo el ejemplo de Juan Bosco,
estaba allí impartiendo enseñanza, visitando las obras, construyendo desde la
modestísima residencia de los salesianos imbuidos del espíritu del piamontesino
Don Bosco, que mandó misioneros a Bolivia para evangelizar, ensenándoles artes
y oficios según “las visiones que reveló sobre nuestra Patria” a estar por los
relatos de Alberto Aramayo en “Don Bosco profetiza la grandeza inconmensurable
de Bolivia”. Parte de aquel sueño es sin duda Antonio Díez, su fallecido
hermano también salesiano Luis sepultado en Colcapirhua donde también reposan
ahora los suyos. Notable que entre los Díez del Pozo, cuatro consagraron su
vida a la Iglesia Católica.
¿Cómo hizo
Antonio para conseguir medios y fuerzas para emprendimiento tan grande? Nos respondió en su momento. “por obra de la
Providencia. La misma que atendió a Juan Bosco y su madre Margarita que sin
tener recursos dieron casa y comida a numerosos niños de la calle”. Se puede ver en la vida del santo italiano,
extraordinarias y sorprendentes manifestaciones de cómo la Providencia Divina
atendía los requerimientos no sólo en Turín, casa madre de los salesianos, sino
en las casas a cargo de los hijos de Don Bosco esparcidos por el mundo entero.
Han sido
las instituciones de la Honorable Municipalidad y del Gobierno de Bolivia que
en vida reconocieron la noble labor de Antonio Díez del Pozo como una forma de
alentar sus esfuerzos y relievar el
aporte del religioso a la educación, a la Fe, al progreso de las parroquias
confiadas a su responsabilidad.
Tiempos de
materialismo, de un consumismo irreflexivo y convulsivo, sorprenden vidas como
la del párroco de María Auxiliadora, ejemplar en todo sentido, generoso con su
tiempo y los recursos que supo administrar para el mayor provecho espiritual de
los cochabambinos y para acercarles a la Madre Iglesia cuyos méritos, por
desconocimiento, ignorancia y maledicencia pretenden ser menoscabados.