Vistas de página en total

sábado, 30 de julio de 2016

la pluma galana del poeta y escritor, médico e historiador Gastón Cornejo, describe la Orquesta Filarmónica a sus creadores, sus interpretaciones y el último de sus conciertos en el Teatro Achá. Gracias Gastón por permitirnos a quienes no pudimos estar en la platea, el deleite de saber qué sucedió, cuán hondo llegó la música al corazón.


ORQUESTA FILARMÓNICA DE COCHABAMBA


Don Franklin Anaya, en la madurez de su maestría existencial, luego de crear la prestigiada Escuela de humanidades “LAREDO” y de promover el amor por el arte musical, manifestaba a todos los contemporáneos su anhelo de lograr, para nuestro departamento, una orquesta sinfónica de categoría internacional. Decía - ya existen numerosos valores humanos de excelencia cultivándose en el exterior pero las condiciones necesarias no comulgaban para que retornen a la patria y conformen un conjunto de expresión musical sinfónica reconocida. Pues, el sueño de don Franklin se hizo realidad. Otro tanto soñaba el maestro don Mario Estenssoro, ambos, delicados seres de la cultura nacional, desde el cielo aplauden la realización de su sueño.
Fue don Augusto Guzmán  quien fundó la Orquesta Filarmónica actual en el 2007, y al presente dirige una pléyade de jóvenes artistas de depurado y maravilloso arte. Una historia de éxitos le concede jerarquía de innegable experiencia. Hemos escuchado múltiples conciertos y obras de los genios universales con fervorosa atención, enriqueciendo el alma, depurándonos del acontecer nacional tan decaído en acontecimientos.
Cuando en la lectura del diario vivir, se registran eventos innobles, y me refiero a asuntos de contenido político, ambiental, social, cultural, moral, ético, que atentan contra el bien vivir colectivo y la unidad de la patria; de repente, y con felicidad, aparece un lampo de luz y retorna el optimismo. Sucedió este milagro al escuchar a casi una centena de jóvenes interpretando magistralmente la Sinfonía Nº 6 “Patética” de Tchaikovsky y el Doble concierto de Brahms acompañando a dos eximios solistas invitados.
En cuanto al relato de las obras, fue la “Patética” conmovedora, la que abrió un cauce de lágrimas y conmovió el espíritu. Asumí la intensa amargura que vivió el genio, su drama personal, su melancólica soledad en una aldea en la costa del lago Lemán de Ginebra, aquel hermoso espejo azul que conocí en la Suiza francesa; febril, contagiado del cólera morbus y sometido a un tratamiento empírico criminal como suelen ser los procedimientos de la medicina no científica, quemado al ser sumergido en tina hirviente, murió a los 53 años de edad este hombre destinado por Dios, como Verdi, Mozart, Beethoven, a regalar a la humanidad belleza eterna.
El adagio final es verdaderamente patético; luego de varias excelsitudes y allegros sublimes, decae la palpitación de la existencia, aún se escuchan los últimos alientos llenos de pesadumbre, la extinción de la vida en suspiros de dolor y de lamento. Finalmente, la exhalación del alma y el silencio.
Grave instancia de acabamiento que resume las glorias y las sombras de la propia vida; se da el paso trascendente a otra existencia de infinita dimensión estelar, para aproximarse a la fuente primigenia, la suprema energía donde nos espera el Padre bondadoso, el Creador.

El testamento musical del genio con la “Patética” creada días antes de morir, es verdaderamente extraordinario. Por asociación evoco el término de tantas amadas existencias, de vidas plenas de nobleza, de familiares, amigos, seres de mi tiempo y de la historia que conmovieron con su relato mi cultura.
Gracias Orquesta Filarmónica por el magnífico regalo de espiritualidad, de gozo y reflexión anímica, en medio de la atmósfera sombría e irrespirable que nos ahoga en mediocridad, el concierto fue un evento de sublimada grandeza.


Gastón Cornejo Bascopé
Cochabamba, julio 2016.



domingo, 24 de julio de 2016

qué diferente lenguaje. mientras Evo "de un plumazo pretende descalificar al General Prado", Carlos Mesa pone énfasis en el hecho histórico, presenta las cosas tal cual y oh nobleza! juzga al soldado como lo que es, leal a su Patria, consecuente con su institución, seguidor y defensot de la Patria. el uno rastrero, pendenciero y odiador, el otro altruísta, equilibrado, pundonoso, justo. así el ciudadano sabrá juzgar entre uno y otro, sobre Gary Prado.

"¡Asesino del Che!”. La frase lapidaria pretende resumir y descalificar de un plumazo la complejidad de un periodo y una persona, claves de nuestra historia contemporánea.

 El 8 de octubre de 1967 el Che libró su último combate en la quebrada del Yuro (Churo). Era una inmolación. Ya desfalleciente y sin opción alguna estaba acompañado de unos pocos guerrilleros en desbandada. El entonces el capitán Gary Prado Salmón comandaba la compañía que lo enfrentó y lo derrotó. Prado capturó al jefe guerrillero y a sus camaradas, Guevara estaba vivo pero herido. Lo  trasladó a La Higuera y, como correspondía a su rango militar y a la subordinación a sus superiores, lo entregó vivo a los responsables de la División que tenía bajo su responsabilidad las operaciones en la zona. Guevara fue ejecutado al día siguiente por el suboficial Mario Terán.

 Empecemos por decir que la total responsabilidad de la muerte de Ernesto Guevara les corresponde a quienes tomaron la decisión: al Presidente, René Barrientos Ortuño; al comandante de las Fuerzas Armadas, general Alfredo Ovando Candia, y al jefe de Estado Mayor General, general Juan José Torres Gonzáles.

 Sobre los hechos hay consideraciones que hacer en torno a la acción del Ejército de Bolivia y en particular a la del capitán Prado. Las Fuerzas Armadas cumplieron su obligación constitucional (no es ocioso recordar que Barrientos era en ese momento Presidente constitucional, elegido con el 67% de los votos en 1966) de defender el territorio y la soberanía nacional ante la presencia de un grupo armado, integrado por extranjeros y bolivianos, cuyo objetivo era la toma del poder y el control político y militar del país. Completaron exitosamente su objetivo y derrotaron a la guerrilla del Che. El sangriento corolario de esa operación fue la decisión política de matar al Che sobre la premisa de que mantenerlo con vida complicaba el manejo internacional de la cuestión, dada la relevancia mundial de Guevara.

 El capitán Prado, como oficial de nuestro Ejército, cumplió su deber al enfrentar y capturar a una de las figuras más importantes de América Latina en el siglo XX. Su actuación no sólo merece respeto sino admiración. En cualquier país sería considerado como un héroe nacional.

 Quienes creyeron que el Che representaba los más altos valores revolucionarios y encarnaba la idealizada imagen del hombre nuevo tienen derecho, tanto dentro como fuera de Bolivia, de considerar que la acción del gobierno de Barrientos y la de nuestras Fuerzas Armadas, con el asesoramiento militar de Estados Unidos y la participación directa de la CIA, debe ser acremente censurada. Ni qué decir de la decisión de los tres generales de la cúpula político-militar del país de ejecutar fríamente a un prisionero herido.

 La pregunta ante este dilema es muy simple: ¿Qué haría hoy un presidente boliviano ante la presencia de un contingente guerrillero cuyo objetivo es la toma del poder por las armas? ¿Consideraría sus móviles ideológicos y la mayor o menor justeza de sus demandas para decidir si se enfrenta ese contingente o no? Para un oficial de las Fuerzas Armadas,  ¿el respeto por el enemigo y su causa lo eximen de su obligación de soldado de combatirlo y derrotarlo?

 Es tiempo de terminar con la retórica fácil a casi medio siglo de un hecho que nos marcó a todos y colocar las cosas en su exacto lugar. El Gobierno y el ejército hicieron lo que tenían que hacer y derrotaron a la guerrilla, lo que era su objetivo y su obligación. El Che fue asesinado y esa decisión que puede explicarse es injustificable, pero aún recordando que admiré profundamente a Ernesto Guevara y como el  adolescente que era entonces me conmovió hondamente su muerte (vivíamos tiempos en que la teología de la liberación hacia una cierta identificación del Che con Cristo), debo distinguir mis ideas personales de la razón de Estado. Censuro el asesinato, por supuesto, pero reconozco que el Ejército de Bolivia –como diría Marzana- cumplió con su deber. 

 Gary Prado, por ello, merece todo mi respeto, pero no sólo por lo que hizo en 1967, sino porque fue un destacado oficial institucionalista que se enfrentó a la dictadura de Banzer y que promovió el retorno a la democracia. Prado, junto a otros jóvenes oficiales, formó parte del gobierno del general David Padilla que derrocó a Juan Pereda con un solo objetivo que cumplió: convocar inmediatamente a elecciones (que se realizaron en junio de 1979) y entregar del poder a un presidente civil. El 8 de agosto le colocó en el pecho la medalla presidencial a Walter Guevara Arce. 

 Pero el general Prado ha tenido también tiempo para la labor intelectual. Ha escrito dos libros imprescindibles. El primero, La guerrilla inmolada, que es el mejor libro desde la perspectiva militar boliviana sobre la aventura del Che. Equilibrado, respetuoso y muy claro, permite entender el fracaso del "condottiero del siglo XX” en Bolivia. El segundo, Poder y Fuerzas Armadas, es un lúcido trabajo sobre el rol y la estructura de las Fuerzas Armadas en la segunda mitad del siglo XX. Muchas de sus reflexiones tienen plena actualidad hoy.

 Gary Prado es, no me cabe la menor duda, un ser humano digno, un militar de honor y un ciudadano al que el país le debe mucho.
 
Carlos D. Mesa Gisbert fue presidente de Bolivia.
.