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sábado, 30 de marzo de 2013



en defensa del LAB. en contra del monopolio estatal aeronáutico.


A dos semanas de que la ATT expidiera el certificado de defunción formal del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) y a un año del cierre de operaciones de Aerosur, el monopolio estatal del transporte aéreo de pasajeros muestra ineficiencias, aunque también declara grandes utilidades y la ampliación de su flota de aviones. El LAB, según dijeron sus ejecutivos, dispone todavía ahora de dos aeronaves, que bien podrían ayudar a resolver los problemas referidos a la falta de aviones que, presumiblemente, es la causa de las fallas demasiado frecuentes que se presentan en los servicios de Boliviana de Aviación (BoA). De Aerosur probablemente se pueda hablar de más naves disponibles, aunque ahora abandonadas en los aeropuertos, pero que igualmente podrían servir para llenar los vacíos del actual servicio dejado en manos de un monopolio.
Se supone que el criterio con que deben actuar las autoridades es velar por el bienestar público. Los odios, las vendettas, las revanchas, tendrían que dejar de ser consejeros en las tomas de decisión que tienen que ver con servicios públicos. Si el LAB estaba en condiciones de operar y de esa manera resolver en parte, aunque sea, el déficit que se presenta ahora, la autoridad debía haber guiado sus pasos pensando en resolver falencias que perjudican al país.
En el último medio año, el LAB hizo saber que estaba en condiciones de reanudar operaciones. Ese anuncio debía haber sido recibido como una buena noticia, en vista de que la empresa monopólica no puede atender toda la demanda. Pero ocurrió que, apenas hecho el anuncio, de diferentes reparticiones del Gobierno surgieron voceros que mostraban una firme decisión política de impedir el renacimiento del LAB. Incluso se adujo que la deuda con las AFP impedía las operaciones de la línea aérea más antigua de Sudamérica. Hasta que, hace una semana, se dio el anuncio formal: la empresa estaba muerta porque las deudas eran muchas y por tanto se debía proceder a sepultarla. De nada sirvió que el LAB dijera que operando podía pagar las deudas y, de paso, dar empleo a muchos bolivianos.
Daba la impresión de que esos funcionarios gubernamentales estuvieran cumpliendo órdenes superiores para que de ninguna manera pudiera el LAB reanudar sus operaciones. Y ahora el país está asistiendo, sobre todo en estas fiestas cristianas, a la comprobación de que el monopolio, tan defendido por el Gobierno, es perjudicial y no puede atender con eficiencia el mercado que recibió en bandeja (Texto editorial de El Deber, SC. título del editor)

Consejo Editorial: Pedro F. Rivero Jordán, Juan Carlos Rivero Jordán, Tuffí Aré Vázquez, Lupe Cajías, Agustín Saavedra Weise y Percy Áñez Rivero

jueves, 28 de marzo de 2013

un "oligarca llamado Juan Mendoza" le torció el brazo a lo originario MASISTAS. su nombre perdurará para siempre Juan Joé Toro


Los incas eran verdaderos oligarcas y existen pocos motivos para admirar su forma de Gobierno ¿Será que el MAS admira el Tawantinsuyo por lo poco que sabe de él o, por el contrario, sabe bastante y su propósito es emularlo para ejercitar un Gobierno autocrático como el de los incas?
Una de las facetas más risibles del Gobierno es su enorme desconocimiento de la historia o, peor aún, el manejo tergiversado que hace de ella.
El Presidente, por ejemplo, llegó a afirmar que los incas combatieron contra los romanos y, durante el dilatado conflicto orureño por el nombre de su aeropuerto, algunos asambleístas hicieron el ridículo al intentar descalificar a Juan Mendoza.
Confieso que hasta antes del conflicto yo no sabía nada sobre Mendoza (aprendí algo sobre él gracias a lo que se publicó en los medios) pero, cuando intentaban desprestigiarlo, los asambleístas orureños no sólo parecían conocerlo a profundidad sino que, en su afán de justificar el cambio del nombre, parecía verdaderas autoridades en el tema.
A tono con anteriores conflictos, el adjetivo que más utilizaron fue el de “oligarca”. Según ellos, Mendoza pertenecía a una clase privilegiada que explotaba a los humildes en Oruro así que era válido retirar su nombre del aeropuerto para reemplazarlo por el de Evo Morales.
Precisamente “oligarca” es uno de los términos más frecuentes en el vocabulario masista. Se lo usa generalmente para referirse a las élites orientales, particularmente cruceñas, y, quizás por su excesivo empleo, casi se ha convertido en sinónimo de “camba”.
¿Será justo llamar “oligarcas” a los habitantes del oriente boliviano? Según el Diccionario de la Real Academia Española, “oligarca” es “cada uno de los individuos que componen una oligarquía” y, a su vez, “oligarquía” es “gobierno de pocos” o una “forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”.
Es probable que Santa Cruz haya estado gobernada por una oligarquía hasta hace poco pero, como todos sabemos, el asalto al hotel “Las Américas”, hace ya casi tres años, fue el inicio de su desmantelamiento.
Los que no todos saben es que el imperio incaico, que el MAS considera un modelo a seguir, fue una oligarquía muy distante de la utopía socialista sublimada por Franz Tamayo.
Era oligarquía porque el Gobierno estaba a cargo de unos pocos, el inca y su familia, que, además, acaparaban no sólo los privilegios sino el producto del trabajo. En “Bolivia: la revolución derrotada”, el argentino Liborio Justo apunta que “las tierras del ayllu, bajo el Imperio de los Incas, estaban divididas en tres partes: una cuyo producto se destinaba al Sol, es decir, al culto; otra al Inca, y la tercera se dejaba para usufructo de la misma comunidad. Los miembros del ayllu, o ‘hatunruna’, tenían la obligación de cultivar la totalidad de esas tierras. Así era como la masa de la población sostenía con su trabajo a la casta dominante, personificada por el Inca, la cual, aunque desempeñaba labores de administración, se hallaba exenta de todo trabajo productivo y estaba constituida por los ‘orejones’ (llamados así por los españoles por la deliberada deformación que practicaban en sus orejas, lo cual era un signo distintivo como clase); los curacas o caciques, y los sacerdotes”.
El sometimiento del pueblo llano hacia su gobernante, el inca, era tal que no sólo Justo sino otros autores, como William Prescott, no dudan en calificarla como “esclavitud”. Por ello, el autor argentino incluso llega a introducir este resumen en la carátula de la primera parte de su libro, titulada “El Tahuantinsuyo”: “un horrendo régimen de esclavitud en beneficio, gloria y esplendor de una minúscula casta dominante”.
Los incas eran, entonces, verdaderos oligarcas y existen pocos motivos para admirar su forma de Gobierno que, además, se implantó mediante fórmulas como la desaparición de la escritura y la elaboración de una historia a gusto de ellos.
¿Será que el MAS admira el Tawantinsuyo por lo poco que sabe de él o, por el contrario, sabe bastante y su propósito es emularlo para ejercitar un Gobierno autocrático como el de los incas?
El autor es premio nacional de periodismo