Todos los gobiernos tienen un coro de personas que los respaldan. Son los amanuenses, los asistentes, los colaboradores. Algunos de ellos son muy poderosos, y generalmente asisten a reuniones con el Jefe, y otros son sólo relleno, los que aceptan órdenes y hacen el trabajo de repetir lo que les mandan. En el teatro griego había también esos coros, y de allí salió la palabra “corifeo”, es decir, más o menos, el que “representa” a alguien. En este caso son los “corifeos” del poder.
Yo les tengo lástima a estas personas, que hoy dicen una cosa para amplificar la voz del Jefe, y mañana dicen otra. Son las Gabrielas Montaños, los Hugos Moldiz, los Héctores Arces, los Reymis Ferreiras, los Gringos Gonzales. Hay cientos o miles más, pero los mencionados son los más conocidos.
Cuando Evo Morales dijo en 2009 que había aceptado el pedido opositor de no incluir la reelección indefinida en la Constitución y que sólo postularía a dos mandatos, todos ellos lo aplaudieron, dijeron que eso era lo que el país necesitaba. Sólo dos mandatos. Pero unos años después Morales cambió de opinión y dijo que “había hecho trampa a la oposición”, y entonces los corifeos también cambiaron de humor: se rieron con el Jefe por haber engañado a los opositores y coincidieron con que el Tribunal Constitucional debía aceptar el tercer mandato del Presidente. La forma de lograr un período presidencial adicional (pese a que la CPE fija sólo dos) era ése, decían, siguiendo al Jefe: que el Tribunal interprete que, bajo un nuevo Estado, o sea el Plurinacional, el primer mandato de Morales no era válido. No era necesario hacer una reforma constitucional. Y el Jefe entonces señaló que sería el último período, y los corifeos, que en Bolivia llamamos “llunkus”, aplaudieron, afirmaron que eso era lo que el país necesitaba. Sólo tres mandatos.
Sin embargo, el Jefe quiso más: un cuarto mandato. Y los corifeos nuevamente celebraron, nuevamente danzaron alrededor suyo en el Palacio, nuevamente sacaron sus pelotitas y sus monociclos para rodearlo. Sí, es verdad, es mejor un cuarto mandato. Y el Jefe tenía razón, ahora sí había que reformar la CPE. Luego, cuando el referéndum dijo que “No” a los deseos de eternización en el poder, los corifeos esperaron ansiosos qué iba a decir el Jefe. Y el Jefe expresó que aceptaría la decisión del pueblo y que se iría con una quinceañera a su chaco. Y los corifeos aplaudieron, aseguraron que ello era lo correcto, que jubilarse junto a una quinceañera era lo mejor. Pero después el Jefe otra vez cambió de idea. Expresó que había perdido por una mentira –la mentira de su exnovia Gabriela Zapata–, que sería candidato de todas maneras y que un nuevo referéndum podría ser organizado. Y los llunkus pensaron que eso era lo adecuado.
Pero el Jefe reflexionó y llegó a la conclusión de que perdería un nuevo referéndum y que era mejor usar una triquiñuela legal. La más ridícula de todas, la que señala que la CPE viola sus derechos humanos a elegirse para siempre. Y los corifeos-llunkus nuevamente dieron vivas y dijeron que esa era la manera procedente y legal de lograr un cuarto mandato, no el referéndum que habían defendido antes.
Los corifeos se desviven por el Jefe. Cuando el Jefe tiene dolor de cabeza, corren a arroparlo y mimarlo. Cuando el Jefe hace un chiste, se ríen forzadamente, para hacerle notar que es el mejor bromista del mundo. Cuando el Jefe hace de cientista político, y afirma que la separación de poderes es invento “del imperio”, todos ellos ponen cara de serios y aseguran que es así, que la Revolución Francesa no tuvo nada que ver con esas ideas. Y cuando el Jefe se enoja, aceptan sin chistar sus retas. El Jefe siempre tiene la razón.
Los corifeos sólo tendrán una pega mientras el Jefe esté en Palacio y esté contento con sus monociclos, y pelotitas, y sombreros de juglares, y panderetas. Los corifeos sólo se beneficiarán de contratos de consultoría mientras el Jefe esté de buen humor. Los corifeos sólo irán a fiestas con whisky Etiqueta Azul, harán viajes a países exóticos y aparecerán en las revistas de corazón mientras el Jefe esté seguro en su puesto. Todo depende del Jefe. También su futura tranquilidad judicial. Los corifeos saben que cuando otro Jefe llegue a Palacio, y los jueces y fiscales, que hoy son sus amigos, muestren su usual pragmatismo y empiecen a liberar a los antiguos presos para hacer campo en las celdas, estarán fritos. Muchos de ellos correrán a conocer al nuevo Jefe y tratarán, con muecas desesperadas, de rodearlo y hacerle reverencias. Espero que los pajes del Palacio los saquen entonces a empellones. A esos corifeos, más que a su actual Jefe, los juzgará la historia.

El autor es periodista.
Twitter: RaulPenaranda1