Podemos empezar constatando que en las últimas décadas se han multiplicado las publicaciones sobre Urqupiña, en su mayoría destinadas al consumo de los peregrinos bolivianos y extranjeros que en agosto acuden a festejar a la Virgen del cerro. Y suelen reimprimirse, lo que es una prueba de su éxito comercial, ya predecible, pues cuentan con una clientela casi asegurada… y renovada indefinidamente entre los miles y miles de devotos. Claro que la mayoría de ellos no tiene interés en informarse sobre la Virgen de Qillaqullu (‘Quillacollo’ suelen escribir quienes no lo consideran parte de un patrimonio propio y por ello no lo respetan).
Quien se tome la molestia de revisar, aunque sea superficialmente, dicha bibliografía --pienso en los numerosos autores cuyos escritos han aparecido recopilados en los varios volúmenes publicados: entre ellos, conozco los de Peredo (1990, 3ª edición), Taboada (1999) y González y García (2001)-- puede advertir que el tema de Urqupiña ha dado pie a que se escriba sobre muchos aspectos del tema: la devoción popular, el folclore, las supersticiones y creencias, las danzas, la emigración, las promesas de los devotos, su capacidad de atracción, su difusión por el mundo, las tradiciones; incluso ha dado pie a defender y desear que con la ‘sagrada’ borrachera los católicos bolivianos no se vuelvan evangelistas… o escandinavos (R. Puente), etc., etc. Entre tantos y tantos temitas, también está el de su ‘historia’, pero ocupa un lugar claramente minúsculo, marginal. Hablando con propiedad, interesa poco.
A quien acepte que, en nuestros días, la fiesta de Urqupiña es una realidad sólidamente asentada, le puede parecer que sobra cualquier pregunta sobre sus orígenes. Y ese tipo de pesquisas más o menos eruditas todavía resultan más impertinentes cuando uno se topa con poderosísimos intereses creados, que sustentan posiciones inamovibles. Y por cierto, de diversa naturaleza, que para no complicar demasiado las cosas, podemos dividir en dos grupos: uno el de los verdaderos devotos; otro, el de quienes hacen buenos negocios con la devoción de los primeros (en este segundo grupo también están quienes sacan buenos réditos, económicos o políticos). En efecto, frente al hecho compacto de los millares de peregrinos que, desde diversos lugares, acuden cada 15 de agosto a manifestar su devoción por la Virgen de la Asunta, siempre habrá quien califique de curiosidad inútil, malsana o incluso malintencionada plantear la conveniencia de indagar sobre el respaldo documental originario de los hechos y festividades actuales. En otras palabras: sobre el origen pasado del presente actual.
Aunque pueda/deba haber ese tipo de objeciones y, de hecho, las haya, seguirá siendo un hecho que la aparición de la devoción de Urqupiña se pierde… en la lejana niebla de la ignorancia. Actualmente, de entre las incontables páginas dedicadas por no menos incontables autores a esta devoción, sólo un artículo periodístico del Dr. R. Grigoriú Sánchez de Lozada (aparecido en 1971 y que ha sido repetidamente reproducido), permite remontarnos a un documento antiguo y fidedigno, más o menos relacionado con el tema: es de 1761 y en él se nos dice que una fiesta “de las más costosas por el fasto y solemnidad que reviste su celebración es la fiesta de la Virgen, que el 15 de agosto realiza el curato del Vallegrande de San Ildefonso de Quillacollo”. En concreto, aquel gasto podía exceder los dos mil pesos, suma realmente considerable por aquella época y para aquella zona.
¿Queda con ello demostrado que, a mediados del Siglo XVIII, ya se rendía veneración a la Virgen en Urqupiña? No exactamente: ese documento dice que en la parroquia de Qillaqullu existía una connotada y dispendiosa fiesta dedicada a la Virgen. Ni más ni menos. Aunque coincide en la fecha (15 de agosto), el documento no contiene ninguna alusión ni a un cerro ni, por tanto, a la advocación de la Virgen María que va ligada a él. No es mucho, pero es lo único que hasta ahora se ha podido presentar como el más antiguo fundamento documentado; éste nos deja en el atrio de los inicios de Urqupiña.
Aunque no es éste el lugar apropiado para desarrollar debidamente el tema, existe documentación de aquella época y posterior con otras noticias; aquí me limitaré a anticipar una. A finales de dicho Siglo XVIII, exactamente en 1792, se hace mención del ropaje destinado al “Niño de Nuestra Señora de Orcupiña”. Si había una imagen así rotulada y así identificada, se podría afirmar que por entonces ya estaba entablada la devoción a ella; y si estaba entablada la devoción ligada al cerro de Urqupiña, también podemos suponer que la festividad del 15 de agosto se desarrollaba bajo dicha advocación y que total o parcialmente tenía lugar en dicho cerro aledaño al pueblo de Qillaqullu.
Relacionando estos pocos datos, por ahora me atrevo a afirmar que la devoción a la Virgen de Urqupiña habría ‘nacido’ entre mediados y finales del Siglo XVIII (de repente en ese ‘nacimiento’ tuvieron un papel importante los levantamientos de los Kataris y Amarus de los años 1780 y siguientes).
Como historiador, quiero acabar con dos observaciones: 1) las dos noticias presentadas son muy pocas para llegar a afirmaciones conclusivas, lo que hace imperiosa la necesidad de zambullirse en los archivos; 2) deberemos estar agradecidos a quien pueda presentar nuevas noticias, quién sabe si de fechas anteriores.
El autor es historiador residente en Cochabamba