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sábado, 8 de abril de 2017

Los Tiempos tiene razón cuando expresa la esperanza de parar la violencia, que el horror desatado no sirva de justificación a mayor violencia, a otras muertes por lo general de seres que nada o poco tienen que ver con la guerra en Siria. sin embargo, no menciona LT, Bolivia no puede alinearse en favor de Siria hasta el momento culpable de la masacre con gas sarín.


Más horrores en la guerra siria

Dados los antecedentes del caso, sólo queda esperar que lo ocurrido no sirva a las partes involucradas como justificativo para intensificar la guerra sino, más bien, para que el miedo a una escalada paralice a los beligerantes
Las horrorosas imágenes sobre los efectos de la explosión de armas químicas en una ciudad del norte de Siria, han vuelto a poner a ese país y a la guerra civil que sufre desde principios de 2011 en el centro de la atención mundial.
No podía ser de otro modo, pues los videos que muestran civiles, gran parte de ellos niños,  afectados por convulsiones, desmayos, espasmos y espuma en la boca como parte de una atroz agonía, impactaron muy fuertemente en la consciencia de todos quienes los vieron.

Inmediatamente después, con la misma intensidad comenzaron a fluir las noticias sobre las consecuencias políticas y militares que el uso de armas químicas acarrearía contra quienes fueran identificados como sus autores. Y como también era de prever, los países directa o indirectamente involucrados en el conflicto tomaron de inmediato sus respectivas posiciones para condenar al gobierno de Bashar Al Assad, unos, y para defender su inocencia, los otros.
En medio de esa batalla, cuyo principal escenario son los corrillos diplomáticos y los medios de comunicación, poco se recuerda sobre las circunstancias y los antecedentes de los ataques que causaron alrededor de un centenar de muertes. En medio del vendaval noticioso parece haber quedado en el olvido la facilidad con que las principales potencias del mundo, encabezadas por EEUU y Rusia, y sus respectivos aliados, dejaron en la impunidad un ataque similar sólo que de dimensiones mucho mayores pues causó la muerte no menos cruel de casi 2.000 personas hace cuatro años.

Tampoco parecen estar suficientemente frescos en la memoria y en la agenda noticiosa diaria datos como los que dan cuenta de la real magnitud de la tragedia siria. Más de 350.000 muertos,  unos cinco millones de personas obligadas a buscar refugio en cualquier lugar del mundo que les ofrezca acogida, además de unos 10 millones de personas desplazadas internamente, son algunas de las cifras que ayudan a ver en su real dimensión el telón de fondo del escenario donde se produjo el ataque del pasado martes.

En ese contexto, y dados los antecedentes del conflicto sirio, a la par que los sentimientos y expresiones de indignación que provocan las imágenes difundidas se multiplica el escepticismo sobre los verdaderos propósitos de los líderes mundiales que se disputan los despojos de las víctimas e intercambian acusaciones con una inocultable falta de sinceridad.

A tal extremo se ha llegado, que a medida que pasan los días crece la incertidumbre y no se vislumbra ninguna posibilidad de que las unánimes declaraciones de condena se plasmen en una convergencia de voluntades para acabar con una de las peores expresiones del envilecimiento de la sociedad contemporánea. Y como son tantos los motivos para dudar de la buena fe de quienes tienen en sus manos las fichas que se mueven en el tablero geopolítico mundial, sólo queda esperar que lo ocurrido no sirva a las partes involucradas como justificativo para intensificar la guerra sino, más bien, para que el miedo a una escalada paralice a los beligerantes de ambos lados.

viernes, 7 de abril de 2017

contradicciones y desabridos en el manejo de las relaciones de Bolivia con el mundo, ese el tema que Humberto aborda en esta su nota de 30 líneas. OEA y ONU, Pary y Sacha célebre por Chaparina son los ejecutores


Criterios de política exterior



Humberto Vacaflor Ganam


Los criterios que aplica el gobierno boliviano para definir su política exterior están dando lugar a muchas dudas.

Un embajador que, en la OEA, defiende al régimen de Nicolás Maduro y otro, en la ONU, que defiende al régimen de Siria justamente cuando ambos gobiernos estaban cometiendo atrocidades en sus países, son hechos preocupantes.

Decir que el régimen de Venezuela tiene derecho a pisotear la democracia y masacrar a la gente en las calles, además de negarse a llamar a elecciones, es tarea para un “diplomático” especial, con antecedentes que deben figurar en la hoja de vida del embajador. Se enfrentó a 17 países de la región, incluidos todos nuestros vecinos, sólo por apoyar a Maduro.

Para que un representante de Bolivia pudiera defender al régimen de Siria, que acababa de lanzar bombas químicas contra niños, hacía falta alguien que hubiera estado a cargo de la más feroz represión a indígenas de la historia de Bolivia, en Chaparina, en 2011. Y así fue. En esa designación y en esa tarea se observa coherencia. Quizá se dijo, al nombrarlo, que para ese cargo se necesitaba alguien con sangre fría, una especie de lagartija.

Los criterios que se usan para estas designaciones no serían aprobados por una Academia Diplomática, ciertamente.

Hay uno que quizá no es criterio, sino moda. Si muestras que eres capaz de usar sombrero en todas las circunstancias, no importa si tu cabello está limpio o no, tienes más posibilidades. Quizá ese sea el único mérito del embajador en la OEA. También puede valer ese criterio para aspirar a ocupar un cargo en el cuerpo consular, como se ha podido observar con la designación de la cónsul en Córdoba, Argentina.

El gobierno no está seguro de cuál de todos es el mejor criterio, y está ensayando.

Necesita designar a alguien como embajador en Francia y el que más posibilidades tiene es alguien que sería descartado en cualquier país, ya sea como para enviarlo o para darle la bienvenida. Un general que tiene abiertos tres procesos penales en su contra, por corrupción, cumple con los méritos, siempre que se trate del mundo al revés. O de los “contraires».

Que sepan leer o escribir los embajadores es un criterio pasado de moda, impuesto por el colonialismo. En eso la coherencia es total.

jueves, 6 de abril de 2017

la autora Irma Velasco invoca el apoyo de los hombres y mujeres libres para con los presos políticos, los desterrados, los perseguidos por el Régimen Masista. invoca a no ceder ni consentir cita a Emile Zola y su libro "Yo acuso" en defensa de un inocente condenado a cadena perpetua.


Frente al abuso de poder, el poder del individuo



Irma Velasco Prudencio*

El drama íntimo de los presos y refugiados políticos hiere a toda la nación; desborda la esfera individual para ensombrecer nuestras instituciones. Cada ciudadano preso o exiliado, con sus derechos constitucionales quebrantados, refleja una temible verdad: los bolivianos perdemos la libertad.

Con cada guantazo dado al estado de derecho, el gobierno del Mas nos pone a prueba como un niño caprichoso. Si cedemos, si consentimos que se rajen las delicadas pero indispensables convenciones en torno a las cuales construimos nuestra democracia, el siguiente paso será siempre más malcriado, más villano.
Por ello, en la celda del injusto encierro de cada ciudadano cabemos todos los bolivianos. Una única persona traicionada por las instituciones que debían protegerla, nos representa.

Así, resulta melancólicamente actual el artículo que el escritor italiano Roberto Saviano publicó el 18 de noviembre de 2011 en el periódico La Repubblica. Entonces, Saviano se refirió al caso (Alfred) Dreyfus –un oficial de artillería del ejército francés, de origen judío, condenado a cadena perpetua, siendo inocente, por la acusación de traición a la patria en un proceso fraudulento a finales del siglo XIX- y la carta abierta, titulada J’accuse (Yo acuso), que el novelista francés Emile Zola escribió al presidente de Francia Félix Faure en defensa del joven militar, detallando todo lo que era falso en el caso.

Cuenta Saviano que el escritor francés interrumpe su actividad de novelista y se dedica a la escritura del célebre panfleto porque intuye que junto a la defensa de aquel singular individuo está en juego la custodia de la República francesa, destinada, caso contrario, en palabras del autor de Gomorra, a derrumbarse en medio del silencio cómplice de una monumental injusticia realizada como el más obvio de los actos.

Algo había entrado en el cuerpo del escritor francés para atormentarlo como una fiebre, dice Saviano, cuando se decidió a escribir el alegato que se publicaría en la primera plana del diario L’Aurore el 13 de enero de 1898. Sería, a juzgar por las palabras de Zola, una urgente necesidad: “Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del inocente que expía a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido”. En 1906 se anula la sentencia y el capitán Dreyfus es reintegrado al ejército.

Ese tormento positivo, que incomoda el alma como una espina, es el que puede evitar que nos acostumbremos al horror como parte de la vida cotidiana. Esa fiebre del espíritu debe rechazar que nos adaptemos, como lo hace el enfermo a las dolencias del cuerpo para seguir viviendo, a una sociedad que está enferma.
Por eso nos sirve tan profundamente el ejemplo de Emile Zola. Que los espectros de los inocentes no nos abandonen. Valgámonos del lenguaje oral y escrito para distinguir el bien del mal, en el debate público y en la vida íntima; durante el almuerzo con la familia, en una cita con los amigos, entre los colegas de trabajo, que toda ocasión sea buena para hablar de lo que ocurre, señalando sin temor las injusticias. Probablemente así, los sentimientos individuales pero comunes a todos, como el amor, la amistad, la solidaridad y el deseo de justicia nos guíen a la hora de defender la democracia con el voto.

Hablemos de los perseguidos políticos de nuestra Bolivia en pleno siglo XXI, de aquellos que están encerrados, de quienes ven vulnerado su derecho a la presunción de inocencia, entre tantas aberraciones judiciales corrientes en los días actuales; hablemos de los que se ven obligados a partir y vivir de forma artificial porque no eligieron separarse de sus familias. Digamos sus nombres, recordémoslos y suframos junto a ellos, porque al hacerlo, nos estaremos salvando todos: ellos y nosotros.
*Escritora y periodista

martes, 4 de abril de 2017

previus. delegado por Bolivia junto al Dr. León Rojas al Ier. Congreso Mundial de la Juventud Demócrata Cristiana, escuchamos al gran presidente Rafael Caldera exclamar: "maldita la hora del boom petrolero" porque gracias a ello, los gobiernos repartieron "bonos y subsidios" y los venezolanos aprendieron a vivir sin trabajar. dolorosa verdad que subsiste casi medio siglo después. las granjerías que se reparten entre las hordas, hacen posible el apoyo a Maduro sin saber porqué ni hasta cuando.


Una horda de bárbaros



Renzo Abruzzese


Cuando Benito Mussolini era uno de los hombres fuertes del Partido Socialista de Italia, en los albores del siglo pasado, profirió una sentencia demoledora frente al Gobierno italiano, que a la sazón se debatía en una profunda crisis de gobernabilidad. “Una horda de bárbaros –dijo- ha armado sus carpas en los patios del palacio”.

La dictadura venezolana a estas alturas del proceso chavista no es más que eso: “una tropa de bárbaros”, huérfana de toda legitimidad social.
Hay en el síndrome populista latinoamericano una peligrosa tendencia a sublimar el poder de un poder que no poseen. Para los populismos modernos la imprecisa categoría “pueblo” en la que se basan suele tener el efecto falsamente mágico. En la jerga populista, el pueblo se adapta a las nociones del bárbaro, no es el receptáculo que contiene todas las pulsiones de la libertad, la justicia y de la democracia; es simplemente el instrumento de sus apetitos de poder y el versátil dispositivo, en cuyo nombre se transgreden todas las libertades y los derechos, y se cometen todos los delitos habidos y por haber.

Como en la categoría “pueblo” desaparecen los sujetos individuales, todos los ciudadanos están bajo la obsesiva observación del Estado y todas las instituciones de la sociedad civil tienden a desdibujarse. Al caudillo le parece que eliminar de un plumazo una asociación laboral, un colegio profesional, una organización obrera independiente, un partido político, una organización no gubernamental, el mismísimo Congreso o cualquier cosa que suponga voluntades humanas libres y democráticamente expresadas, -le parece, decíamos- nada grave, excepto que ni todos los ciudadanos están borrados ni todas las instituciones se volvieron objetos difusos. A la hora de la hora, el “pueblo” se muestra como lo que es: una sociedad civil capaz de hacerle frente al más bárbaro de los bárbaros. Eso le está pasando a Maduro y eso lo va a terminar.

Las lecciones son en este particular caso (el venezolano) una fuente que no debiera dejarse de lado. Lo primero que se aprende es que los poderosos que pretenden apropiarse del poder armando carpas en las periferias de la legitimidad social, en los patios traseros, muestran claros signos de una ceguera crónica y degenerativa, que fácilmente los precipita al abismo de una historia ignominiosa.

Lo grave de esto es que al abismo de su ciega ambición no llegan solos, arrastran en su delirio una sociedad entera, una nación completa, una historia acabada. Lo bueno de semejante crisis es que muy tarde comprenden que el pueblo, el verdadero, nunca es ciego, siempre está ahí, no desaparece.

La segunda conclusión podría mostrarnos que los límites del poder se instalan en la sociedad moderna a despecho de quienes preferirían no tener límite alguno. Los límites se transforman en un escollo. Para evitarlo, la dictadura chavista le mostró al mundo de forma grotesca la eficacia de los discursos; inventó millares de enemigos inexistentes. Para cada enemigo había un producto discursivo. Se explotaba la pobreza, el dolor humano, la enfermedad, la miseria, la ignorancia, el abandono.

Cada sufrimiento humano producía un enternecedor discurso que llegaba al alma de los marginados y cada sufrimiento no era el producto de sus errores, era el producto de fuerzas imperiales y demoniacas, contra las que sólo unidos podrían vencer. Unidos en torno al caudillo.
Con este argumento, para cada batalla se demandaba una cuota mayor de renunciamiento. En determinado momento la dictadura chavista con Maduro a la cabeza imaginó que toda la voluntad de los ciudadanos ya le pertenecía y, en consecuencia, podía hacer lo que mejor se le antojaba. Craso error. Esa gigantesca oleografía de grandes éxitos inexistentes y grandes amenazas asediándonos sin cesar se vino abajo cuando el pueblo venezolano le dijo no (en las calles) al último zarpazo de la dictadura: el golpe de Estado que intentó ejecutar.

Apoyar semejante locura sólo es síntoma de que se sufre la misma enfermedad y, lo más grave, que se puede terminar –siguiendo el curso natural de toda patología- en el mismo estado de inconsciencia.

domingo, 2 de abril de 2017

con gran claridad Carlos Mesa nos hace ver que lo sucedido en Venezuela no habría tenido esa evolución sin el apoyo decidido de los países de América Latina que han marcado la pauta. la decisión de rectificar la usurpación del Poder Legislaltivo cambia el curso de acción.

La decisión del TSJ, un día después de haber llevado a cabo tamaño despropósito, de rectificar la usurpación que hizo de las funciones del Poder Legislativo, es una muestra de dos cosas, la dramática situación de la crisis política venezolana –agudizada por el colapso económico y la volatilidad social- y la importancia de una posición firme de la comunidad internacional, especialmente la de América Latina

América Latina ha llegado a un punto de inflexión que no permite medias tintas ni acciones o expresiones “políticamente correctas”. La razón es clara, los gobernantes venezolanos han cruzado el Rubicón.

Cuando en 2015 la oposición aplastó electoralmente al oficialismo y ganó dos tercios de la Asamblea Nacional (167 representantes contra 55 del gobierno), el Poder Judicial  inhabilitó  a tres diputados, basado en que habían ganado sus escaños a través del fraude, para evitar esa mayoría calificada que ponía contra las cuerdas al Presidente. Antes de la posesión de esta nueva Asamblea, Nicolás Maduro nombró directamente a los trece magistrados titulares del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), completamente alineados al partido de gobierno, cuya tarea ha sido la de dictar normas con el único objetivo de limitar o entorpecer las funciones del Poder Legislativo. La situación era, obviamente, insostenible y la balanza se inclinó finalmente por quien tiene realmente el poder.

Una cuestión legal referida a la negativa de la Asamblea de retirar de sus cargos a los tres diputados en cuestión (que de hecho no asisten a sesiones ni ejercen sus cargos)  motivó la increíble decisión de la Sala Constitucional del TSJ de “que las competencias parlamentarias sean ejercidas directamente por esta Sala o por el órgano que ella disponga”. Un conflicto entre poderes jamás puede resolverse por la vía de la usurpación de las funciones de uno de ellos por el otro, menos aún cuando se trata del Poder del Estado que ha sido elegido en su totalidad por voto directo y que ejerce la soberanía popular de acuerdo a la Constitución. Ningún argumento, por válido que pueda parecer –y este no está adornado precisamente de ese atributo– justifica la cancelación de las legítimas atribuciones y el inalienable mandato que el pueblo le ha dado a los miembros de la Asamblea Nacional de Venezuela.

El 11 de septiembre de 2001 en Lima, los países miembros de la OEA, entre los que se cuentan todas las naciones latinoamericanas, excepto Cuba, suscribieron la Carta Democrática con el objetivo de garantizar la permanencia y la defensa de la democracia en el hemisferio. En su Art. 3, la Carta indica que uno de los elementos esenciales de la democracia es la separación e independencia de poderes. El Art. 4, establece que son componentes fundamentales de su ejercicio “La subordinación… de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil legalmente constituida”. Los artículos 18 al 22 de la Carta se refieren a la “alteración del orden constitucional” en cualquiera de sus estados miembros, y a los mecanismos que le permiten al Secretario General de la OEA, a cualquier Estado miembro y a la propia Asamblea, tomar decisiones que busquen contribuir a resolver y superar esa alteración. Si esto no es posible, el Estado involucrado será suspendido de la Organización.

En 2002 y en 2009 la OEA actuó con vigor y con la Carta Democrática en la mano ante dos golpes de Estado: el de Venezuela que buscaba derrocar al Presidente Hugo Chávez y el de Honduras que de hecho derrocó al Presidente Manuel Zelaya. En el primer caso la condena continental tuvo éxito y Chávez fue repuesto en el cargo, en el caso de Honduras el país fue suspendido de la OEA hasta la recomposición del orden democrático en 2011. Eran tiempos en los que el liderazgo regional lo tenían el propio Hugo Chávez y Luis Inacio Lula da Silva.

La muerte de Chávez abrió una etapa de confusión incomprensible y un vacío evidente, entre otras cosas por las respectivas crisis que atraviesan los dos gigantes regionales, México y Brasil. Ninguna de las naciones de poder intermedio como Colombia, Argentina o Chile, se atrevieron a proponer una hoja de ruta alternativa a la del “Socialismo del siglo XXI” y el ALBA, y dejaron que la barca política latinoamericana (Unasur) siguiera bamboleándose ante el débil soplo de los seguidores del chavismo. El resultado fue el de un panorama en el que el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, que prefirió la brújula de sus convicciones morales a la de las destrezas políticas, quedó librado a su suerte y en el que los países que practican una democracia razonablemente vigorosa dentro de sus fronteras decidieron mirar a otro lado.

Ha tenido que producirse la alteración del orden democrático en Venezuela para que, por fin, de la mano de un Perú que recuerda el Golpe de Fujimori en 1992, se alcen voces claras de condena de algunos de los firmantes de la Carta.
La decisión del TSJ, un día después de haber llevado a cabo tamaño despropósito, de rectificar la usurpación que hizo de las funciones del Poder Legislativo, es una muestra de dos cosas, la dramática situación de la crisis política venezolana –agudizada por el colapso económico y la volatilidad social- y la importancia de una posición firme de la comunidad internacional, especialmente la de América Latina.
 
El autor fue presidente de la República.