Seis años son más que suficientes para darse cuenta que un país no se maneja en base a jueguitos, técnicas envolventes, teorías conspirativas y otros artilugios que se han convertido en la razón de ser de este régimen, guiado por mentes afiebradas por teorías que no se ajustan a la realidad y que fracasaron hace mucho. Bolivia no es un laboratorio y si lo han entendido así los actuales conductores, se están arriesgando a empeorar las cosas.
La mejor prueba de que todas esas estrategias han fracasado es precisamente la presencia de los marchistas del Tipnis en La Paz, ocho meses después de una manifestación similar que también fue sometida al hostigamiento, intentos de división, violencia física y una costosa campaña de desprestigio que no consiguió frenar a los representantes de los pueblos de tierras bajas, autores del mejor testimonio de racionalidad, dignidad y valentía que ha sido brindado en este país, que nuevamente aclama la epopeya de los indígenas.
La llegada de los marchistas, donde todos los sectores han dejado bien clara su posición, es el fracaso de todas las mañas de las que se valió el Gobierno para deslegitimar la demanda de los pueblos del Tipnis, que si bien esta vez no han sido reprimidos con el salvajismo del 25 de septiembre de 2011, han sido víctimas de la peor humillación auspiciada durante más de sesenta días por agentes gubernamentales, que no tuvieron reparos en rodearlos con alambres de púa, como si fueran animales salvajes o negarles el agua en algunos pueblos controlados por el oficialismo. Por último y en medio de la algarabía del pueblo paceño, que volvió a reeditar su espíritu de grandeza, los promotores del odio no tuvieron mejor idea que organizar una contramarcha de último momento cuya finalidad era desatar el caos y justificar de esa manera un desenlace violento, como ha ocurrido lamentablemente en otras ocasiones, lo que también prueba en profundo desprecio por la vida y el aventurerismo de algunos gobernantes.
Los indígenas han demostrado que son mucho más inteligencias, racionales y que tienen madurez de sobra para no caer en los juegos siniestros y todas las trampas que les han sembrado a su paso, incluido ese sospechoso motín policial que ha puesto en evidencia nuevamente, que las instituciones estatales pueden estar al servicio de cualquier ocurrencia descabellada.
Es obvio que ha fallado también todo el enredo legal montado por el Gobierno para tratar de disfrazar las oscuras intenciones que lo llevan a disponer del Parque Isiboro Sécure. La orden suprema manda hoy a buscar el consenso con los indígenas y solo un ciego o alguien obnubilado por la soberbia es capaz de negar la decisión que han tomado los indígenas en relación a su territorio.
Los indígenas son pacientes pero no son tontos. Ya no confiarán en otra de las tramoyas del Gobierno y se quedarán en La Paz hasta conseguir la seguridad de que su demanda, amparada en la Constitución, será cumplida por las autoridades.
A pocas horas de la llegada de los marchistas, los voceros gubernamentales han ofrecido diálogo, pero al mismo tiempo, han mantenido firme su campaña de desprestigio hacia los indígenas. Resulta suicida para un Gobierno que tanto le teme al golpe de Estado, seguir con los mismos juegos de siempre. Tal vez exista oportunidad para madurar.
La mejor prueba de que todas esas estrategias han fracasado es precisamente la presencia de los marchistas del Tipnis en La Paz, ocho meses después de una manifestación similar que también fue sometida al hostigamiento, intentos de división, violencia física y una costosa campaña de desprestigio que no consiguió frenar a los representantes de los pueblos de tierras bajas, autores del mejor testimonio de racionalidad, dignidad y valentía que ha sido brindado en este país, que nuevamente aclama la epopeya de los indígenas.
La llegada de los marchistas, donde todos los sectores han dejado bien clara su posición, es el fracaso de todas las mañas de las que se valió el Gobierno para deslegitimar la demanda de los pueblos del Tipnis, que si bien esta vez no han sido reprimidos con el salvajismo del 25 de septiembre de 2011, han sido víctimas de la peor humillación auspiciada durante más de sesenta días por agentes gubernamentales, que no tuvieron reparos en rodearlos con alambres de púa, como si fueran animales salvajes o negarles el agua en algunos pueblos controlados por el oficialismo. Por último y en medio de la algarabía del pueblo paceño, que volvió a reeditar su espíritu de grandeza, los promotores del odio no tuvieron mejor idea que organizar una contramarcha de último momento cuya finalidad era desatar el caos y justificar de esa manera un desenlace violento, como ha ocurrido lamentablemente en otras ocasiones, lo que también prueba en profundo desprecio por la vida y el aventurerismo de algunos gobernantes.
Los indígenas han demostrado que son mucho más inteligencias, racionales y que tienen madurez de sobra para no caer en los juegos siniestros y todas las trampas que les han sembrado a su paso, incluido ese sospechoso motín policial que ha puesto en evidencia nuevamente, que las instituciones estatales pueden estar al servicio de cualquier ocurrencia descabellada.
Es obvio que ha fallado también todo el enredo legal montado por el Gobierno para tratar de disfrazar las oscuras intenciones que lo llevan a disponer del Parque Isiboro Sécure. La orden suprema manda hoy a buscar el consenso con los indígenas y solo un ciego o alguien obnubilado por la soberbia es capaz de negar la decisión que han tomado los indígenas en relación a su territorio.
Los indígenas son pacientes pero no son tontos. Ya no confiarán en otra de las tramoyas del Gobierno y se quedarán en La Paz hasta conseguir la seguridad de que su demanda, amparada en la Constitución, será cumplida por las autoridades.
A pocas horas de la llegada de los marchistas, los voceros gubernamentales han ofrecido diálogo, pero al mismo tiempo, han mantenido firme su campaña de desprestigio hacia los indígenas. Resulta suicida para un Gobierno que tanto le teme al golpe de Estado, seguir con los mismos juegos de siempre. Tal vez exista oportunidad para madurar.
La llegada de los marchistas, donde todos los sectores han dejado bien clara su posición, es el fracaso de todas las mañas de las que se valió el Gobierno para deslegitimar la demanda de los pueblos del Tipnis, que si bien esta vez no han sido reprimidos con el salvajismo del 25 de septiembre de 2011, han sido víctimas de la peor humillación auspiciada durante más de sesenta días por agentes gubernamentales, que no tuvieron reparos en rodearlos con alambres de púa, como si fueran animales salvajes o negarles el agua en algunos pueblos controlados por el oficialismo.