Humberto Vacaflor Ganam
Pocos bolivianos toman en serio el desafío de la coca. Sin embargo, Carlos Toranzo le dedicó al tema un artículo que incluye una lista completa de sus angustias sobre Bolivia y Emilio Martínez aportó con una crónica sobre los alcances internacionales de esta pesadilla.
El aporte de mi amigo Carlos Toranzo tiene el valor de ser el primero de un economista –y él es uno de los mejores– que admite la existencia de un problema sobre el que no hay estadísticas. Los demás dicen que no se puede analizar algo que no tenga estadísticas, dejando al problema en una muy cómoda situación
.
Estadísticas no faltan. Sabe la DEA que en Bolivia se producen 230 toneladas de cocaína por año. Y desde Perú, el diario La República dice que de las 300 toneladas que allí se producen, la mitad (150) se vienen para Bolivia “donde están los mejores laboratorios de Sudamérica”. Es decir que en Bolivia se cuenta con 380 toneladas de pasta. El mismo diario peruano dice que de cada tonelada de pasta, los laboratorios bolivianos obtienen tres de clorhidrato. Con lo que estamos hablando de más de 1.000 toneladas/año.
Esto es mucho dinero: cada kilo puesto en frontera cuesta 6.000 dólares. Así es fácil que el Chapare se haya convertido en el mayor centro del poder político y sobre todo económico del país. Un superestado que sucede a Potosí y La Paz en este país del poder político rotatorio.
De allí surge un poder financiero tan grande que está abarcando otras actividades. Vende ripio chapareño en Santa Cruz, desafiando las leyes del comercio, con volquetas que recorren 300 kilómetros para entregar un producto a menor precio del que sólo recorre 20 kilómetros desde el Piraí, como si se tratara de un producto de descarte, pues sería sólo el pretexto para llegar más cerca de Brasil.
Emilio Martínez, otro amigo, nos hace notar que en Argentina las “cocinas” (fábricas de cocaína que usan materia prima boliviana) son los instrumentos usados por el poder político ligado al kirchnerismo. Las “cocinas revolucionarias” buscan repetir la hazaña de las FARC en Colombia y de las 6 federaciones de cocaleros del Chapare en Bolivia.
La propuesta “revolucionaria” vinculada al narcotráfico, conocida ya en Somalia, Afganistán, México, Colombia…
Fuente: Vacaflor.obolog.com
Pocos bolivianos toman en serio el desafío de la coca. Sin embargo, Carlos Toranzo le dedicó al tema un artículo que incluye una lista completa de sus angustias sobre Bolivia y Emilio Martínez aportó con una crónica sobre los alcances internacionales de esta pesadilla.
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Estadísticas no faltan. Sabe la DEA que en Bolivia se producen 230 toneladas de cocaína por año. Y desde Perú, el diario La República dice que de las 300 toneladas que allí se producen, la mitad (150) se vienen para Bolivia “donde están los mejores laboratorios de Sudamérica”. Es decir que en Bolivia se cuenta con 380 toneladas de pasta. El mismo diario peruano dice que de cada tonelada de pasta, los laboratorios bolivianos obtienen tres de clorhidrato. Con lo que estamos hablando de más de 1.000 toneladas/año.
De allí surge un poder financiero tan grande que está abarcando otras actividades. Vende ripio chapareño en Santa Cruz, desafiando las leyes del comercio, con volquetas que recorren 300 kilómetros para entregar un producto a menor precio del que sólo recorre 20 kilómetros desde el Piraí, como si se tratara de un producto de descarte, pues sería sólo el pretexto para llegar más cerca de Brasil.
Emilio Martínez, otro amigo, nos hace notar que en Argentina las “cocinas” (fábricas de cocaína que usan materia prima boliviana) son los instrumentos usados por el poder político ligado al kirchnerismo. Las “cocinas revolucionarias” buscan repetir la hazaña de las FARC en Colombia y de las 6 federaciones de cocaleros del Chapare en Bolivia.
La propuesta “revolucionaria” vinculada al narcotráfico, conocida ya en Somalia, Afganistán, México, Colombia…
Fuente: Vacaflor.obolog.com