Lupe Cajías
El año ya estaba realmente feo y maloliente, orinado por el zorrino. Pero la explosión fue la muerte de 71 personas por una mala gestión
Tantas veces repetimos sobre la inútil convocatoria al referendo para perpetuar el mandato de Evo Morales. Hace ya un año se sabía que el resultado sería adverso para esa meta del grupo de poder civil militar, a un alto costo económico para el pueblo y aumentando la compleja erosión del partido gobernante.
Si enero fue poco, febrero fue loco. El rey quedó tan desnudo como pocos de sus enemigos podrían haber imaginado. No fue tan grave la revelación de la existencia de un hijo clandestino como las palabras del mandatario que no sabía siquiera quién era esa cara conocida y tampoco si había sido padre o no y si vio alguna vez al niño. Aunque las declaraciones sumisas de sus ministros intentaron justificar tal vergüenza, para la opinión pública mundial quedó evidente que ese hombre no era un padre decente.
El altísimo porcentaje del “No” en las mesas urbanas y en ciudades completas, como fue el caso potosino, dejó sin argumentos al grupo palaciego. Durante meses, el mayor esfuerzo fue intentar revertir el puñetazo que supuso ese “No”. Al mismo tiempo querían explicar por qué pudo la ex del Jefe despachar negocios desde una oficina dependiente del super Ministerio de la Presidencia.
Mientras se pasaban los días, las semanas y los meses sin atender la gestión pública, ya rebasada por una pesada burocracia duplicada en 10 años y olvidada de la meritocracia y del servicio civil. Hace una década inaugurar una cancha de pasto sintético en Curahuara podía ser simpático; seguir el mismo programa 120 meses es un exceso. Como lo es también el teleférico descoordinado, el palacio I y el palacio II, los locales para competir con Viña del Mar, los aviones, los viajes y otros caprichos de nuevo rico.
La crisis del agua aumentó esa sensación del rey desnudo, él y sus equipos de amigos, funcionarios poco serios, irresponsables. Muchos habitantes en La Paz, durante días, sintieron recorrerles un gélido ánimo de desaliento, de impotencia, de contemplar que todos los esfuerzos municipales, institucionales, personales se derriten por el manejo populista y clientelar.
El año ya estaba realmente feo y maloliente, orinado por el zorrino como dice el verso para explicar tantas malas cosas juntas. Pero la explosión fue la muerte de 71 personas por una mala gestión, por un negocio entre amigos donde otra vez aparece el triángulo chinos-venezolanos-grupo palaciego. Ahora ya no pueden culpar al viento, al periodista, al imperio. El mundo entero quedó atónito, y parece ser sólo el preámbulo.