El linchamiento es un crimen imperdonable
(Publicado en el matutino Los Tiempos de Cochabamba y el portal Noticias Bolivianas)
Quinto mandamiento: No matarás. Prohibe dar muerte, golpear, herir o hacer cualquier daño al prójimo en el cuerpo por sí o por otros o agraviarle, injuriarle, malquererle. Prohibe darse así mismo la muerte o suicidarse, es grave porque el asesino usurpa temerariamente el derecho que sólo Dios tiene sobre la vida del hombre, porque quitarle la vida al próximo es destruír el mayor bien natural que hay sobre la tierra. El derecho a la vida.
Los linchamientos son un flagelo y un problema enorme, una de sus causas es la desconfianza en el sistema de justicia, pero también la existencia de violencia, venganza, odio y desesperación, aunque nada justifica que se sucedan uno tras otro sin que se advierta una acción comunitaria, eclesial y estatal para ponerle coto. Es cierto que la policía y el sistema de justicia tienen mala reputación y se sospecha su ineficacia o su corrupción que deja sin castigo crímenes de lesa humanidad, robos y que castiga sólo a los pobres, porque las cárceles están llena de ellos, mientras que no hay ricos ni poderosos. La frecuencia y virulencia de los linchamientos es con todo inadmisible. Algún medio de comunicación debería promover un amplio debate y el establecimiento de medidas para castigar a los linchadores y evitar nuevos crímenes, aunque no se crea que la sólo existencia de un mayor número de jueces y policías resolverá el problema.
Los juicios son demasiado largos y costosos y la mayoría de los crímenes no tienen castigo. La justicia (El aparato judicial) no ha logrado colocarse a la altura de las reales necesidades de la población, es incompetente en la mayoría de los casos e ignorante en materia de derechos humanos, hay una evidente falta de educación y la pobreza se campea en millones de bolivianos que viven con un dólar al dia, todos éstos factores contribuyen a los linchamientos.
Todavía está en debate la afirmación de ser lícito quitar la vida en una guerra justa, porque quién puede definir cuándo es justa o injusta una guerra? O quitar la vida por orden judicial allí donde existe la pena de muerte? Lo que está claro es la última causa, por legítima defensa contra un injusto agresor, por lo demás siempre será pecado mortal quitar la vida al prójimo como en el caso de Azirumarca y Primero de Mayo, donde ya son tres las víctimas fatales de una acción de embriagados parroquianos que al parecer “gozaron de su macabra faena” de dar muerte a seres inocentes bajo la falsa acusación de ser ladrones. Hemos visto las escenas lacerantes de madre y hermanas ante la irreparable pérdida de jóvenes de 16 y 17 años.
Esto del “no matarás” está tan claro desde (Èxodo 20,13) el antiguo Testamento como en el nuevo que aclara: “Habéis oído decir que se dijo a los antepasados “No matarás” y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pués yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal (Mateo 5, 21-22) La vida humana es sagrada desde su inicio que resultó del fruto de la acción creadora de Dios, puesto que sólo El es el Señor de la vida.
Los linchamientos por desgracia han sido parte de la historia de Bolivia desde siempre, en la Colonia cuando los indígenas estuvieron sometidos a la servidumbre, malos tratos, a la mita y al pongueaje que persistió en la República hasta el 1952 que se dictó la Reforma Agraria y que puso fin a éstos vicios, aunque el sometimiento ha persistido bajo diversas formas, el caciquismo, el caudillaje, la dictadura agraria sindical, en cuyo marco se siguen dando los escenarios de linchar, matar, asesinar, liquidar a seres humanos por robar gallinas o ser sospechos del hurto de bicicletas o garrafas de gas. Persiste el recurso de utilizar la fuerza y la violencia para resolver los conflictos, tendencia que crece en lugar de dar paso a la madurez de juicio, a recurrir a la autoridad, al respeto de las leyes.
El Defensor del Pueblo tiene el deber de encontrar rápidamente maneras de prevenir los linchamientos manteniendo un contacto con autoridades policías, jueces y otras autoridades de poblaciones susceptibles de practicar el linchamiento, que en algunas regiones de nuestro continente, Guatemala, Perú, Colombia fueron un arma de la agitación política y del proceso de cambio. No vamos a referir los detalles de abominables linchamientos públicos con participación de la televisión supuestamente para escarmentar a las víctimas.
Los linchamientos quedan en la impunidad, la justicia interviene tímidamente puesto que muchos casos están respaldados por la comunidad y existe cierta protección con pactos de silencio porque el fenómeno hace cómplices a cientos de personas y ello es preocupante, “la gente sabe quiénes fueron, pero tiene miedo delatarlos” así gira el círculo vicioso. Desconfianza en la autoridad, miedo en la población. Impunidad en los autores. Dolor y luto entre las víctimas. Quién le pone el cascabel al gato?