La batalla por las pensiones es, como siempre, la guerra de la irracionalidad. Sus características, incluido el tono y la base de los argumentos (cuando los hay), son idénticas, subrayo la palabra: idénticas a aquellas guerras “hasta las últimas consecuencias” que la COB y los hoy llamados “movimientos sociales” esgrimían cuando se produjo la reforma de pensiones y se pasó del sistema de reparto al sistema individual, en el primer Gobierno del presidente Sánchez de Lozada. Ahora, muchos dirigentes sindicales que antes execraban el sistema individual lo elogian aunque sólo sea parcialmente. Por su parte el Gobierno apela al buen sentido, a la racionalidad, a la lógica de que el Tesoro no puede cargar un peso desmesurado y falto de cualquier relación de número y de ingresos entre cotizantes y pensionistas, para intentar explicar cuáles son sus límites y explicar qué es lo que puede y qué es lo que no puede hacer. La oferta del Órgano Ejecutivo, en suma, tiene el límite que le impone la macroeconomía, aún en este tiempo de vacas gordas. Los ministros del presidente Morales debieran escucharse y comparar sus declaraciones con las de los ministros “neoliberales” de la década de los años 90. No sé si se sonrojarían, pero sin duda pagan una factura, la de la rueda de la fortuna de los medievales, la rueda que hace que un día estés abajo y al siguiente arriba, y así hasta el infinito.
El Gobierno tiene razón, pero la tiene con los mismos argumentos de aquellos que en el pasado descalificaba despiadadamente por su insensibilidad social, sobre la base de la idea lapidaria de que las personas no pueden ser transformadas en cifras, sino consideradas como lo que son: seres humanos.
Las autoridades estatales han escogido un camino mixto, alegan que el sistema debe culminar en la modalidad de reparto, que hay un fondo solidario que favorece a los que menos aportan o simplemente no lo hacen, que la Ley 065 modificada garantizará una jubilación con hasta el 70 por ciento del salario ganado y, apelando a los mejores argumentos “neoliberales”, insisten en que el Tesoro está haciendo un gran sacrificio, que el pedido de los trabajadores pone en riesgo la sostenibilidad del sistema de pensiones, no ya en el mediano sino en el corto plazo y que, por supuesto, el pedido de los mineros, maestros y trabajadores en salud es inalcanzable.
Pero, ¿por qué policías y militares sí y el resto no? Mirada esquiva y silencio como respuesta.
Los trabajadores por su parte pusieron sobre la mesa su argumento más sólido, la violencia expresada en bloqueos, marchas, cercos, huelgas y ultimátums. No les interesó demasiado escuchar razones, ni discutir en un clima de respeto, ni menos considerar el daño que le hacen a la economía del país y a los derechos de los ciudadanos. ¿Por qué lo harían? ¿Es que el país ha aprendido una forma de relacionamiento Estado-sociedad que sea distinta? ¿No es lo que hacen todos quienes están enfrentados al Gobierno, sea este indigenista, estatista, liberal, moderado, centrista, socialdemócrata o marxista?
Dos ejemplos. En 1971, los trabajadores acorralaron al presidente Torres quien se reivindicaba defensor de los más humildes. El resultado fue la dictadura del Cnl. Banzer. En 1983-84, los trabajadores asfixiaron al presidente Siles Zuazo que se adscribía a la izquierda, hasta forzarlo a acortar su mandato. El resultado fue el Decreto 21060. En ambos casos, los sectores populares sufrieron la represión y la violencia de la dictadura, o el costo social de un ajuste económico imprescindible.
Todo acaba convirtiéndose en un entramado perverso. Las reivindicaciones justas en su origen terminan enredadas en la desmesura y el abuso. Las respuestas gubernamentales acaban por apelar al resobado argumento de los “intentos golpistas”, pero en este caso concreto la ironía está a la vista. El Presidente y su partido sembraron vientos durante 20 largos años, como lógica consecuencia cosechan tempestades, aunque en realidad vientos y tempestades son parte de una rutina que erosiona las bases mismas del país.
Para redondear el cuadro, como siempre, la oposición –ayer el MAS, hoy el conjunto de pequeñas organizaciones partidarias y agrupaciones ciudadanas– se ponen, sea cual sea el tema, del lado de los bloqueadores…Nada nuevo bajo el sol.
Estas acciones, está claro, nada tienen que ver con intentos de golpe de Estado, son el tic nacional convertido en una forma automática de acción colectiva. El problema se resolverá como se han resuelto centenares de miles en el pasado, pero no será gratis. Es un agujero más en el andamiaje de un Estado débil e inerme, disfrazado de fuerte por el autoritarismo y el carisma de quien lo encabeza. Hoy al Presidente le toca una posición de la rueda de la fortuna, la opuesta a la de ayer y, por supuesto, a la de mañana.
Estas acciones, está claro, nada tienen que ver con intentos de golpe de Estado, son el tic nacional convertido en una forma automática de acción colectiva. El problema se resolverá como se han resuelto centenares de miles en el pasado, pero no será gratis. Es un agujero más en el andamiaje de un Estado débil e inerme, disfrazado de fuerte por el autoritarismo y el carisma de quien lo encabeza. Hoy al Presidente le toca una posición de la rueda de la fortuna, la opuesta a la de ayer y, por supuesto, a la de mañana.