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jueves, 16 de febrero de 2017

Ericka Brockmann se refiere a David Choquehuanca como al esotérico excanciller, agorero del desastre en lugar del pacifista y reflexivo "jilakata aymara" como se llamó asímismo.

Choquehuanca: esotérico y agorero del desastre


Hace unas semanas, en su columna de opinión Francesco Zaratti recordaba haber escuchado con “gozo” el enésimo discurso esotérico del canciller con ocasión de la condecoración de la Universidad Católica Boliviana. En ella, David Choquehuanca habría citado una “investigación reciente” que concluía que el verdadero motivo de intervención de EEUU y sus aliados en Irak sería la ocupación de un sitio arqueológico donde se concentra la “energía de las estrellas”. Confieso no haber dado crédito a la información que en su momento me llegó sobre tan sui géneris y galáctico discurso oficial. 

Sirva esta anécdota de antecedente para referirme brevemente a la salida del gabinete ministerial y al polémico contenido de recientes declaraciones públicas de quien, por 11 años, fue representante de la política exterior boliviana. Son varios los que lamentan el alejamiento de un “buen hombre”. En términos de gestión, pese a una presencia simbólica, se le reconoce extrema obsecuencia y debilidad frente a la estridente retórica presidencial y la de todos aquellos voceros improvisados en asuntos de su compe-tencia y de interés internacional. 

Políticamente, se equivocan quienes lo visualizaron algún momento como el natural delfín y heredero de Evo Morales. Pagó un precio muy alto al propiciar en La Paz las fallidas candidaturas de Felipa Huanca y de Édgar Patana respaldando a bartolinas y a las organizaciones sociales de El Alto. Y es que el hermano Choquehuanca encarna una idea de lo indígena anacrónica respecto a aquella que enarbola una nueva generación de aimaras y quechuas que, sin negar su origen, se asumen como ciudadanos y son permeables a la influencia de valores, e incluso de los antivalores, que conlleva la modernidad. La imagen idealizada del indígena telúricamente asimilado a la pachamama ya no cuaja ni convence al indígena urbano y emprendedor ni a la gran mayoría de potenciales electores.

Concluyo interpelando al excanciller no por sus muchas veces ponderada serena actitud, sino por legitimar la estrategia del miedo como recurso para defender el proyecto ‘prorroguista’ de una autocracia presidencial cuasi monárquica.




No otra cosa puede interpretarse de la declaración que hiciera hace pocos días en sentido de que si el presidente no es candidato podría haber una matanza en el país. Metáfora o no, se trata de una apreciación inadmisible de quien pregonó un día la esencia pacifica del indígena. Censurable viniendo de quien, como misionero que retornará a trabajar y motivar a las bases del ‘proceso de cambio’, debiera tener el poder de persuadir a los violentos y agoreros del desastre, sobre la necesidad de que, aun sin Evo, el MAS deberá garantizar una transición democrática y pacífica del poder en democracia 

martes, 14 de febrero de 2017

nos sorprendió el adjetivo "genocidio" matanza del pueblo, pero luego le dimos razón a El Deber. los inaceptables accidentes de tránsito son en verdad "un genocidio o exterminio" que rebela, provoca angustia y se tiene que actuar. Previus (en la cabeza del texto)

previus. causas estructurales. malas carreteras, mala senalización, choferes borrados, choferes cansados, choferes incapaces. máquinas en mal estado, sobrepeso, exceso de velocidad, irresponsabilidad empresarial, pasajeros intolerantes. choferes sin permiso.


Genocidio implica el acto deliberado de querer exterminar pueblos, grupos sociales, étnicos o religiosos. Pueden darse genocidios indirectos por ineficiencia o por el hecho de no hacer nada, aun sabiendo de que algo terrible pasará. En Bolivia cuando se habla de genocidio solo se trata de temas políticos. Y cuando se presentan actos realmente genocidas no se hace nada o se los ignora. 

Estamos ante algo incontrastable: el genocidio más terrible que se produce actualmente en el país lo provocan los incesantes accidentes de tránsito. Y vale recalcar lo de genocidio. Pareciera que –aunque sea por indiferencia– se quiere que los usuarios de transporte público y de ‘flotas’ pierdan la vida sistemáticamente. 

Recién comenzando el año 2017 las cifras de muertos o heridos son grandes y crecen cada semana. Bolivia es uno de los países del mundo donde en proporción a su población muere más gente en rutas, calles o caminos, estos para colmo generalmente de pésima calidad. Varios factores concurren en el indirecto genocidio: construcción deficiente de vías, mala señalización, ausencia o falta de decisiones de autoridades gubernamentales, inadecuado control policial de conductores y vehículos, una policía caminera que solo existe de nombre, conductores drogados o ebrios, a los que tampoco se controla, etc. 

 En el país, unas minorías privilegiadas se transportan por vía aérea, mientras la inmensa mayoría del pueblo lo hace por tierra; el pasaje en avión es caro y fuera del bolsillo de los que menos tienen. Cabe preguntarse por qué –en medio de tanta fiebre estatista y populista– el MAS no creó en su momento una empresa estatal de transporte terrestre de primera calidad que garantice seguridad y eficiencia. Eso hubiera sido servir al pueblo, como le gusta repetir al oficialismo, aunque en variados casos no hace realidad dicha expresión.


Mientras no exista un mínimo de orden en el sector, el genocidio caminero proseguirá su macabro curso. Sumemos el caos del transporte urbano, también plagado de fallas y regulaciones que nadie cumple. En fin, muchos funcionarios deberán ser retirados de cargos en los que demostraron ser culpables –por omisión, incapacidad e ineficacia– de la muerte de indefensos pasajeros. El Gobierno tiene la obligación de evitar la continuidad de esas tragedias. Urgen medidas drásticas y efectivas para poder aminorar la escalada de muertes por accidentes de tránsito