Choquehuanca: esotérico y agorero del desastre
Hace unas semanas, en su columna de opinión Francesco Zaratti recordaba haber escuchado con “gozo” el enésimo discurso esotérico del canciller con ocasión de la condecoración de la Universidad Católica Boliviana. En ella, David Choquehuanca habría citado una “investigación reciente” que concluía que el verdadero motivo de intervención de EEUU y sus aliados en Irak sería la ocupación de un sitio arqueológico donde se concentra la “energía de las estrellas”. Confieso no haber dado crédito a la información que en su momento me llegó sobre tan sui géneris y galáctico discurso oficial.
Sirva esta anécdota de antecedente para referirme brevemente a la salida del gabinete ministerial y al polémico contenido de recientes declaraciones públicas de quien, por 11 años, fue representante de la política exterior boliviana. Son varios los que lamentan el alejamiento de un “buen hombre”. En términos de gestión, pese a una presencia simbólica, se le reconoce extrema obsecuencia y debilidad frente a la estridente retórica presidencial y la de todos aquellos voceros improvisados en asuntos de su compe-tencia y de interés internacional.
Políticamente, se equivocan quienes lo visualizaron algún momento como el natural delfín y heredero de Evo Morales. Pagó un precio muy alto al propiciar en La Paz las fallidas candidaturas de Felipa Huanca y de Édgar Patana respaldando a bartolinas y a las organizaciones sociales de El Alto. Y es que el hermano Choquehuanca encarna una idea de lo indígena anacrónica respecto a aquella que enarbola una nueva generación de aimaras y quechuas que, sin negar su origen, se asumen como ciudadanos y son permeables a la influencia de valores, e incluso de los antivalores, que conlleva la modernidad. La imagen idealizada del indígena telúricamente asimilado a la pachamama ya no cuaja ni convence al indígena urbano y emprendedor ni a la gran mayoría de potenciales electores.
Concluyo interpelando al excanciller no por sus muchas veces ponderada serena actitud, sino por legitimar la estrategia del miedo como recurso para defender el proyecto ‘prorroguista’ de una autocracia presidencial cuasi monárquica.
No otra cosa puede interpretarse de la declaración que hiciera hace pocos días en sentido de que si el presidente no es candidato podría haber una matanza en el país. Metáfora o no, se trata de una apreciación inadmisible de quien pregonó un día la esencia pacifica del indígena. Censurable viniendo de quien, como misionero que retornará a trabajar y motivar a las bases del ‘proceso de cambio’, debiera tener el poder de persuadir a los violentos y agoreros del desastre, sobre la necesidad de que, aun sin Evo, el MAS deberá garantizar una transición democrática y pacífica del poder en democracia
Sirva esta anécdota de antecedente para referirme brevemente a la salida del gabinete ministerial y al polémico contenido de recientes declaraciones públicas de quien, por 11 años, fue representante de la política exterior boliviana. Son varios los que lamentan el alejamiento de un “buen hombre”. En términos de gestión, pese a una presencia simbólica, se le reconoce extrema obsecuencia y debilidad frente a la estridente retórica presidencial y la de todos aquellos voceros improvisados en asuntos de su compe-tencia y de interés internacional.
Políticamente, se equivocan quienes lo visualizaron algún momento como el natural delfín y heredero de Evo Morales. Pagó un precio muy alto al propiciar en La Paz las fallidas candidaturas de Felipa Huanca y de Édgar Patana respaldando a bartolinas y a las organizaciones sociales de El Alto. Y es que el hermano Choquehuanca encarna una idea de lo indígena anacrónica respecto a aquella que enarbola una nueva generación de aimaras y quechuas que, sin negar su origen, se asumen como ciudadanos y son permeables a la influencia de valores, e incluso de los antivalores, que conlleva la modernidad. La imagen idealizada del indígena telúricamente asimilado a la pachamama ya no cuaja ni convence al indígena urbano y emprendedor ni a la gran mayoría de potenciales electores.
Concluyo interpelando al excanciller no por sus muchas veces ponderada serena actitud, sino por legitimar la estrategia del miedo como recurso para defender el proyecto ‘prorroguista’ de una autocracia presidencial cuasi monárquica.
No otra cosa puede interpretarse de la declaración que hiciera hace pocos días en sentido de que si el presidente no es candidato podría haber una matanza en el país. Metáfora o no, se trata de una apreciación inadmisible de quien pregonó un día la esencia pacifica del indígena. Censurable viniendo de quien, como misionero que retornará a trabajar y motivar a las bases del ‘proceso de cambio’, debiera tener el poder de persuadir a los violentos y agoreros del desastre, sobre la necesidad de que, aun sin Evo, el MAS deberá garantizar una transición democrática y pacífica del poder en democracia