La iglesia quedó pequeña y la muchedumbre rebalsó el atrio; otros se parapetaron en el frontis del Ministerio de Defensa, donde aquella fatídica noche ningún soldado fue capaz de reaccionar ante los gritos de auxilio, quizá por la línea que marca su máxima autoridad ocupado en defender a un hombre poderoso que ni sabe si es padre.
En diagonal está el Comando de la Policía, con sus muchos autos nuevos parqueados. Tampoco hubo alguien que desde ahí vigile la noche casi siempre hostil en la otrora juvenil plaza Abaroa. Sus efectivos se ocupan en cercar a las temibles personas con discapacidad y las camionetas donadas por el municipio paceño para la seguridad ciudadana se usan para reprimir.
Al lado de los hechos de ese jueves 7 hay un módulo policial ‘modelo’, pero desde su interior no salió nadie a pesar de que los gemidos eran tan fuertes que un hombre bueno los escuchó desde el undécimo piso, interrumpió la charla amena y bajó a ayudar.
El cortejo se abrió campo entre los miles de paceños que acudieron a decirle adiós al héroe, vestidos de blanco como pidió la familia. Era mediodía, la hora de más presión en el tráfico local, pero los vehículos se detuvieron sin tocar una bocina, salió la gente de los locales y hasta los cuidaautos alzaron sus trapos. Un impresionante silencio intentaba seguir al cuerpo sin vida del que fue el alma buena de Sopocachi.
Al pasar por el mismo lugar donde un acto violento lo arrancó del mundo cotidiano, estallaron los aplausos como un signo de admiración y de vida, aunque muchos se atragantaban con las ganas de maldecir a quienes convierten las calles y plazas en citas con la sangre y el desdén.
“No dejemos que el odio nos gane”, pidió su hermano Yousef. “El dolor es inmenso y la rabia e impotencia, peor. Pero no dejemos que un acto tan bello como dar la vida por el prójimo, por alguien que ni te agradecerá y que tampoco esperas retribución, porque lo haces por tus principios, tus valores, tu ser cristiano, sea empañado por el odio”. También la hija adolescente habló serena y la pequeñita prefirió un adiós tranquilo aunque la muchedumbre intentaba gritar: “Dónde está la justicia”.
Kemel Aid, huérfano, autoformado; apoyo de su hermano, de su esposa, de los chicos, de la familia, de la parroquia, de los desvalidos; el que se asomaba a ayudar a todo el que pedía auxilio, descansa en paz porque no hizo daño. En cambio, aquellos agresores y abusivos serán siempre maldecidos, a pesar de todo razonamiento.
Y el comentario general: ¿bajarás tú si oyes pedir auxilio?