No puedo entender – así repite S.E. con inusitada frecuencia – cómo es posible que un gobernante sea capaz de mantener en zozobra a toda una población, a una ciudad como Oruro, porque no le da la gana de decirle a la mayoría masista de la Asamblea Departamental, que dejen de ser chupamedias y desistan de ponerle el nombre de Evo Morales al aeropuerto orureño, cambiándolo, sobreponiéndolo con todo desparpajo, al del benemérito ciudadano Juan Mendoza.
Esto parece cosa de broma pero no es. Es chacota, naturalmente, como todo en Bolivia en el último septenio, aunque con penosas consecuencias, porque desde que los zalameros asambleístas decidieron alegrarle la vida a S.E. con un homenaje insulso, el departamento de Oruro no ha dejado de protestar. No es elegante ni digno aceptar halagos que el pueblo repudia. Con que unos pocos estén en desacuerdo S.E. debió rechazar ese presente griego y llamarles la atención a los irresponsables que lo embarcaron en el ridículo. Desde hace semanas que los orureños – cívicos, trabajadores, salubristas, maestros, comerciantes, pueblo de a pie – están en constantes marchas y protestas, hasta llegar a las efectistas y poco heroicas crucifixiones y huelgas de hambre. Todo para que se reponga el nombre histórico de su aeropuerto que se quiere escamotear para halagar al Primer Mandatario, alegando que su pista ha sido elevada a la categoría de “internacional” por un favor del Gobierno que preside S.E.
Hasta se han suspendido clases en los colegios y algunos mercados han dejado de vender, porque a los orureños no les cuadra que una obra realizada con fondos públicos deba ser agradecida inmortalizando al Presidente de turno. Naturalmente que a la usanza nuestra existió un paro de 72 horas en todo el departamento, y por supuesto que no ha faltado en este menjunje aéreo el síndrome del bloqueo de carreteras, lo que llamamos “el mal boliviano”, enfermedad inoculada en la región andina, contagiada al oriente camba, y ahora traducida en un muy cotizado método revolucionario de exportación a países vecinos, tan importantes, algunos, como la Argentina. Tal vez la mayor oferta de exportación no extractiva que tiene Bolivia en estos días se traduce en las marchas y los bloqueos de caminos. Pues Oruro está así.
Los orureños han recurrido a las leyes nacionales, a la Constitución, para evitar el atropello contra el nombre de Juan Mendoza. Exhiben leyes de las épocas del general Enrique Peñaranda para justificar su legítimo reclamo y no logran moverle ni un pelo a S.E. ni a los asambleístas aduladores. Por esa vía Oruro no va a lograr la reposición del nombre original de su aeropuerto. Quien en Bolivia se mete con el Gobierno queriendo demostrar algo con razones legales anda por muy mal camino. Lo único que obtendrán los orureños será que, como ya hemos oído por ahí, les digan que son unos mal agradecidos, unos ingratos, que no quieren enaltecer el nombre de S.E. que tanto se ha sacrificado por ellos.
¿Qué se puede hacer entonces? Que veamos, sólo existe una salida lógica al innecesario conflicto. Y es que S.E. les diga a los generosos asambleístas departamentales que les agradece su gesto, que está absolutamente conmovido, que no los olvidará jamás y que estarán en sus listas para las próximas elecciones, pero que se dejen de macanas y no le creen más problemas con esta estupidez. Si el homenajeado tiene la grandeza – la inteligencia mejor dicho – de desechar el lisonjero tributo de amor de los asambleístas, todo quedará solucionado y se dará fin con el absurdo. De lo contrario vendrá un paro general que puede traer graves consecuencias.
Porque, entre nos, ya está bueno con este culto a la personalidad que hoy existe en el país. Hay que frenar el ansia de halagar que tienen tantos lameculos desesperados. Ese museo de S.E. en Orinoca ya sería suficiente como para quedarse contento. Además de su nombre en un coliseo de El Alto y algo gordo que se está cocinando en Cochabamba. A eso se suma la propaganda de la televisión oficial que transmite cada desplazamiento de S.E. filmándolo desde su mejor perfil. Pero, también, las gigantografías en cuanto evento político o cuanta inauguración de cancha sintética se produce. ¿No es más que suficiente acaso para un pobre mortal?
No puedo entender – como dice frecuentemente S.E. – cómo la iniciativa de los “llunkus” está queriendo llegar con su descaro nada menos que frente a la plaza de armas de Santa Cruz de la Sierra. Es la esquina sudoeste, frente a lo que fue la Prefectura y está el Club Social, donde funcionan las vetustas oficinas de correos. Ahí, los colaboracionistas quieren hacer un museo de la revolución, o del MAS, o algo por el estilo. Esto huele a otro homenaje deschavetado y soez. Esta es otra sobada de lomo, ahora a costa nuestra. Ojalá que los cruceños, tibios y alicaídos como estamos desde hace tanto tiempo, no demos paso a la humillación