Si habría la solidaridad bien entendida sería posible por encima del egoísmo colectivo y de aquellos que no renuncian a la diversión y de los otros que buscan el lucro económico.
En la ciudad de La Paz se derrumban barrios enteros y la gente se queda de la noche a la mañana sin casa, sin bienes, sin ahorros y sin esperanza, porque lo han perdido todo por un desastre que obedece a diferentes causas, pero que se resume en dolor y llanto.
En Cochabamba, Chuquisaca, y el Beni, las inundaciones por el desborde de ríos y la intensidad de las lluvias ha dejado en similar situación a centenares de personas con casas destruidas y sin cultivos, sin ganado, sin animales de crianza doméstica y de subsistencia diaria.
La ayuda oficial a las familias damnificadas, como siempre, tarda en llegar con algunas vituallas, carpas y alimentos, y junto a ello, se patentiza la burocracia que representa la declaratoria de emergencia y zonas de desastre que se sitúan en un protocolo que hace más complicado el desembolso de dinero para la reparación de los daños.
El país y los bolivianos están enfrentando días difíciles y es indudable que en este marco de aflicción de familias bolivianas, de diferentes latitudes del territorio nacional, el festejo carnavalero parece una contradicción, por no decir una muestra de insensibilidad general, lo que no ocurrió el año 1969 en Cochabamba, por las inundaciones que motivaron que las autoridades de la época suspendan los festejos carnavaleros, es decir, los pocos programados, porque ahora, hay que reconocer, que el Carnaval no sólo es parte de la algarabía sino de una enorme red de comercio y ventas que, a su vez, mueve sumas importantes de dinero.
Es posible, sin embargo, que muchas personas conmovidas por la tragedia estarían de acuerdo con la suspensión del festejo carnavalero, pero la controversia está planteada a partir del comercio, de la evolución del evento que combina no sólo la tradición, sino la numerosa participación de grupos folklóricos y, en el caso de Cochabamba, un Carnaval que no sólo se inicia en los días marcados por el calendario, sino que se prolonga hasta el próximo fin de semana y en los pueblos rurales varios días más.
Frente a estas consideraciones ¿habrá la posibilidad de que alguna autoridad pueda disponer suspender los festejos? En La Paz, finalmente, la Alcaldía ha postergado el Corso Infantil, la farándula y la Entrada de la Jisk’a Anata hasta el próximo 2 de abril, también el Gobierno ha suspendido las ch’allas del viernes aunque se ha otorgado horario continuo. En Cochabamba, Chuquisaca y el Beni, el festejo será sin variación, con excepción de Quillacollo, lo que da a entender que la solidaridad resulta una proclama que guarda mucho de fingimiento.
En Cochabamba, Chuquisaca, y el Beni, las inundaciones por el desborde de ríos y la intensidad de las lluvias ha dejado en similar situación a centenares de personas con casas destruidas y sin cultivos, sin ganado, sin animales de crianza doméstica y de subsistencia diaria.
La ayuda oficial a las familias damnificadas, como siempre, tarda en llegar con algunas vituallas, carpas y alimentos, y junto a ello, se patentiza la burocracia que representa la declaratoria de emergencia y zonas de desastre que se sitúan en un protocolo que hace más complicado el desembolso de dinero para la reparación de los daños.
El país y los bolivianos están enfrentando días difíciles y es indudable que en este marco de aflicción de familias bolivianas, de diferentes latitudes del territorio nacional, el festejo carnavalero parece una contradicción, por no decir una muestra de insensibilidad general, lo que no ocurrió el año 1969 en Cochabamba, por las inundaciones que motivaron que las autoridades de la época suspendan los festejos carnavaleros, es decir, los pocos programados, porque ahora, hay que reconocer, que el Carnaval no sólo es parte de la algarabía sino de una enorme red de comercio y ventas que, a su vez, mueve sumas importantes de dinero.
Es posible, sin embargo, que muchas personas conmovidas por la tragedia estarían de acuerdo con la suspensión del festejo carnavalero, pero la controversia está planteada a partir del comercio, de la evolución del evento que combina no sólo la tradición, sino la numerosa participación de grupos folklóricos y, en el caso de Cochabamba, un Carnaval que no sólo se inicia en los días marcados por el calendario, sino que se prolonga hasta el próximo fin de semana y en los pueblos rurales varios días más.
Frente a estas consideraciones ¿habrá la posibilidad de que alguna autoridad pueda disponer suspender los festejos? En La Paz, finalmente, la Alcaldía ha postergado el Corso Infantil, la farándula y la Entrada de la Jisk’a Anata hasta el próximo 2 de abril, también el Gobierno ha suspendido las ch’allas del viernes aunque se ha otorgado horario continuo. En Cochabamba, Chuquisaca y el Beni, el festejo será sin variación, con excepción de Quillacollo, lo que da a entender que la solidaridad resulta una proclama que guarda mucho de fingimiento.
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