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lunes, 13 de marzo de 2017

mitos, leyendas, imprecisiones alrededor de la hoja de coca. como físico y analista don Francesco escarba y encuentra inconsistencias que deberían ser explicadas

El Art. 384 de la Constitución (CPE) afirma que el Estado “protege a la coca”, sin precisar de qué.

¿Por qué la coca debe ser protegida por el Estado y no la quinua? Además, si la coca es buena, ¿por qué sus cultivos (a diferencia de los de la caña de azúcar) necesitan ser “legalizados”, o sea, restringidos, controlados y normados por ley?

Usualmente se ha entendido que esa protección explícita estaba dirigida a los intentos de erradicación total (“coca cero”). Sin embargo, podría pensarse en protegerla de pesticidas, herbicidas y plagas, aunque hemos visto que las langostas no han manifestado interés alguno en atacarla.

Sin embargo, sabemos que la CPE apunta a otro blanco: la coca precisa ser protegida de los que lucran criminalmente con ella, desde el momento que, si se la cultiva para desviarla conscientemente hacia fines ilícitos, convierte a esos cultivadores en un eslabón de la cadena del narcotráfico (Carta Pastoral de los Obispos, No. 61). De hecho, yo diría más: hay que protegerla de los que fingen protegerla, para en realidad servirse de ella, como un tutor que toma una niña a su cargo para entregarla a la prostitución.

Hay una serie de conceptos, atributos y adjetivos que se aplican alegremente a la hoja de coca los cuales son contradictorios, ambiguos e incluso míticos.

Se dice frecuentemente que la hoja de coca es “sagrada”. El citado Art. 384 de la CPE prescinde de ese adjetivo, pero la reciente Ley 908 en su Art. 2 Inc. e) se atribuye la siguiente finalidad: “proteger a la hoja ‘sagrada’ de la coca de su utilización con fines ilícitos”.

Sagrada viene de una raíz latina que significa “separada” de lo profano, reservada a la divinidad. En ese sentido el “cato” de coca sería una parcela de terreno “separada de lo profano” (piña, naranja, palmito y otras plantas), aunque en realidad sucede al revés. Sagrada es también “digna de respeto”. Por eso se les dice  “sagradas” a las notas del himno nacional, aunque es la composición armónica de esas notas la que merece respeto. Litúrgicamente, lo sagrado vuelve bueno lo malo. Al contrario la coca demoniza cosas buenas y útiles, como la cal, el vinagre y el bicarbonato de soda. ¿Si la harina llegara a ser un precursor de la cocaína, su venta sería regulada?

El valor nutritivo de la hoja de coca es otro mito. Nadie duda de la variedad de sustancias químicas que contiene esa planta, pero es fácil objetar que no hay evidencia histórica de su uso como alimento: generalmente se consumía (y se consume hoy) después de la comida como infusión. Además, desde el punto de vista científico, no basta que una planta tenga nutrientes sino que éstos logren ser asimilados por el organismo.

Es cierto que la coca es “originaria” de los Andes, pero si se añade que es un don de Bolivia para el mundo, sospecho que a ese “don” el mundo preferiría mil veces la papa o la papalisa, máxime si esta última tuviera las afrodisíacas propiedades que divulga un excanciller.

Que la coca sea “milenaria y renovable” es una verdad de Perogrullo: toda planta lo es. Por otro lado, los incontables conflictos sociales, con su secuela de muertes, desmienten tajantemente que la coca sea un factor de “cohesión social”. ¿Y qué decir del valor cultural de la coca? Se sabe que antes de la Conquista sólo aristócratas y sacerdotes tenían derecho a su consumo y, durante la Colonia, la coca fue principalmente un instrumento de explotación y sometimiento de los mitayos.

En fin, junto con la discusión cuantitativa en torno a hectáreas de cultivos, toneladas de hoja seca, kilos de cocaína y factores de conversión, creo que hace falta investigar más y dilucidar conceptualmente verdades, imposturas y mitos que se tejen en torno a la coca.
 
El autor es físico y analista.

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