Con simultaneidad y con la misma fastuosidad y magnificencia que se imprimió en el entierro del pepino, después de un velatorio que duró 11 años, el gobierno procedió a sepultar la Ley de la Coca 1008, en medio de un ambiente que despertó en el país y en el mundo una paradójica curiosidad de penas y alegrías. El extenso responsorio estuvo a cargo del propio presidente quien, durante casi una hora, no ahorró ni la más mínima clemencia en maltratar sus cuerdas bucales que, de hecho, ya están más golpeadas que bacinica de loco.
La diferencia entre ambas exequias fúnebres consiste en que una es lúdica, ya que se realiza entre bailes y fanfarrias hasta la resurrección del difunto, ocasión que también es amenizada con cabriolas y comparsas carnavaleras. En cambio, en lo que a la Ley concierne, reina el desconcierto y la tristeza por su muerte, sin la esperanza de resurrección, lo que conducirá a sanguinarios ajustes de cuenta.
Antes de sumergirnos en los vericuetos de la recientemente aprobada Ley de los kolos, debemos recordar nuestro acierto en una entrega anterior, al comparar el pacto que el gobierno realizó con el Chapare, con aquel que Fausto celebró con Mefistófeles, demonio súbdito del Diablo, mediante el cual éste accede a obedecer y brindar todo aquello que intrigue a Fausto durante 24 años, al término de los cuales su alma pasaría a propiedad del Demonio. Durante el plazo predeterminado, Fausto titubea entre los excesos mundanos y el remordimiento; sin embargo, el Diablo nunca le permite llegar a un completo arrepentimiento, por lo que pasados los veinticuatro años, Fausto muere de una manera violenta y es llevado al infierno.
Son varios los lujos y larguezas que dicho convenio ha concedido, a cambio de un ciego culto a la “hoja sagrada”, que motivó a gritar: “kawsachun coca”. (Viva la coca). Aviones y automóviles de lujo; centenares de viajes a lejanas latitudes para codearse con reyes, príncipes y personajes que dominan el mundo; doctorados y condecoraciones, aun a pesar de la reticencia a las universidades; construcción de palacios, fábricas y plantas industriales cuyos productos terminados no verán ni nuestros nietos; aeropuertos donde jamás posarán aviones; puentes sin ríos y caminos que no van a ninguna parte. En fin, una serie de prebendas que concluirán en el tiempo determinado por el pacto.
Entonces llegará el tiempo del arrepentimiento y gritaremos a mandíbula plena “wañuchun coca” (muera la coca), cuando ésta vuelva a ser condenada por la Unión Europea que fue quien financió el estudio donde se establece que sólo son 6000 las hectáreas útiles para el acullico y no 22.000. Proponer la sustitución de los cultivos o el desarrollo alternativo, al mejor estilo de los anteriores gobiernos será extemporáneo y ocasionará más ira que agrado. Entonces acompañaremos estoicos el entierro de la Ley 1008.
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