El discurso presidencial de este 22 de enero (aniversario oficial del “Estado Plurinacional”) bien puede pasar a la historia como una inmejorable muestra de las “evadas” en las que suele incurrir el primer mandatario, pero de ninguna manera fue el mensaje de rectificación que imponían las circunstancias, a pocas semanas del caos generado por el fallido “gasolinazo”. En las extensas -y aburridas- tres horas y media de discurso se destacaron los intentos del presidente Evo Morales por evadir sus responsabilidades en ciertas políticas: “No me echen la culpa del centralismo”, dijo primero, y más tarde hizo lo propio en relación al precio de los combustibles. A la manera del personaje de Bart Simpson, Evo parecía repetir “Yo no fui”, cuando una sana autocrítica habría engrandecido en algo su esmirriada talla de estadista.
Dardos verbales
En vez de las esperadas señales de reconciliación, no faltaron los dardos verbales contra la Iglesia Católica (“se dejan usar por Estados Unidos hablando de un gobierno de narcos”; “los obispos usan un gorrito para tapar su calva”), los transportistas (“matacambios”) y varios analistas políticos (“unos comentaristas de apellido Vaca, Cordero u Oveja”, en alusión a Humberto Vacaflor y Carlos Cordero).
Un país de papel
En general, se lo vio incómodo y nervioso en su papel de lector de indicadores económicos, que descifraba con evidente dificultad, por lo que la elección de ese formato de discurso ha constituido un grave error comunicacional de sus asesores. La extensísima letanía numérica pareció pintar el panorama casi idílico de un país que sólo existe en el papel, muy diferente de la realidad boliviana marcada por la presión inflacionaria desatada por el “gasolinazo”, el desabastecimiento generado por el control de precios y el desincentivo a la producción creado por un agresivo intervencionismo estatal de cupos y prohibiciones.
“Tensiones creativas”
Mientras Evo habló de su país imaginario, el vice Álvaro García Linera se ocupó de lanzar una suerte depreámbulo ideológico a la retahíla numerológica del presidente, echando mano a malabares dialéctico-marxistas con los que trató de minimizar las dimensiones de la reciente rebelión social de fin de año, a la que bautizó como meras “tensiones creativas del proceso de cambio”. A su turno, ambos hablaron de un “Estado colonial divorciado de la economía” para caracterizar a los gobiernos anteriores, en una frase boomerang que bien puede definir la situación actual de un régimen disociado de la realidad económica y social del país.
Capitalismo de Estado
El vicepresidente también se preocupó de negar que el gobierno represente un capitalismo de Estado, donde una élite burocrática acumula riquezas a expensas del resto de la población. Interesante lapsus defensivo que tal vez muestre el verdadero rostro del régimen evista.
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