Cuando desobedecer es un mandato
Mauricio Aira
Parecen términos dicotómicos desobedecer y reconocer un mandato pero no lo son en determinadas circunstancias. Cuando los derechos individuales y colectivos son desconocidos por la autoridad de turno al ciudadano común no le queda otra vía que oponerse a ciertos dictados que considera injustos que violan sus derechos o simplemente su conciencia cívica. El tema como materia de estudio se ha debatido mucho desde siempre. Desde cuando los reyes aduciendo el origen divino de su autoridad pasaban por encima del respeto a sus súbditos sea mandándoles a la guerra, sea imponiéndoles impuestos u obligándoles a ejecutar servicios a órdenes de la corona.
La reposición del film sobre Tomas Moro, “Un Hombre para la Eternidad” –tenido por patrono de los servidores públicos- nos deja un claro mensaje en relación a la autoridad y el deber de la conciencia. Como ministro de Estado Tomás tenía obligación de obedecer al Rey, como católico tenía que cumplir con el Papa. De la lucha librada en forma intensa en su “ego interno” la biografía del Santo nos refiere que nunca estuvo de acuerdo con la desobediencia a la Iglesia, ni siquiera de parte de su Rey, cuando contrajo matrimonio con Ana Lorena sin haber obtenido la anulación canónica de su primer enlace. La gran mayoría de los clérigos y nobles ingleses de la época –por no contrariar al Rey Enrique VIII- le otorgaron consentimiento público mientras su leal servidor Canciller del Reino se negó a hacerlo. Prefiero morir decapitado antes de claudicar, dejándonos para la historia un valioso ejemplo de la desobediencia civil.
El ser humano, ¡oh maravilla! , tiene el don de elegir entre el bien y el mal, entre la presión externa y su conciencia. Así la historia reciente nos ofrece episodios de la resistencia a la tiranía, a la opresión, al recorte de las libertades en mayor o menor grado según sea el nivel de formación y de responsabilidad moral del ciudadano. Fueron los jóvenes rebeldes profesionales y militares que echaron a Rafael Leónidas Trujillo del poder, fueron los sindicalistas y políticos chilenos que echaron a Pinochet y fueron católicos comprometidos de un grupo multidisciplinario que terminó con el caudillaje de Franco obligándole a entregar el poder al que se aferró hasta su muerte. Dicho de otro modo ha sido la desobediencia civil que ha logrado lo inimaginable. Por estos días estamos asistiendo a una especie de revuelta en Túnez, en Egipto, en Yemen y seguramente en otros países árabes. Los rebeldes son generalmente jóvenes que están cansados de mandatarios que se eternizan en el árbol del poder y no tienen intenciones de soltarlo.
Cuando un régimen prioriza las cuestiones partidarias y la permanencia indefinida en el poder, recurriendo a toda clase de artificios para evitar la alternabilidad y le mueve el piso a la democracia echando por tierra la legítima base de los otros órganos del Estado, cuando algunos derechos inalienables les son negados a la ciudadanía, cuando se pierde la transparencia en los actos administrativos y se dictan medidas irresponsables, entonces la desobediencia civil resulta un imperativo y el ciudadano asume su derecho a la protesta, a la desaprobación, a resistir la fuerza bruta impuesta por las armas o el cohecho.
A propósito del zafarrancho que armó la aparición del fenómeno Wikileaks alguno escribió: desde un punto de vista ético hay lugar para la desobediencia civil allí donde no hay libertad o la libertad está restringida, donde la injusticia se adueñó de los tribunales. Se reconoce la desobediencia civil allí donde el simple hecho de distribuir la información pone en aprieto a un régimen autoritario, o poner en evidencia un crimen, se hace legítima la desobediencia y ésta se convierte en un deber, en un mandato de conciencia.
Es cierto que denunciar lo que ocurre conlleva un riesgo, inclusive al denunciante lo amenazan o le aplican leyes para privarle de su libertad o imponerle sanciones fuera de lo común, quizá por ello Wikileaks se ha convertido en el medio para la denuncia contra todo gobierno autoritario, contra instituciones opresivas, por encima de la diplomacia a veces inoperante. No es suficiente la democracia formal de concurrir a elecciones cada cuatro años y mientras tanto entregar un cheque en blanco al que detenta el poder. La conciencia individual de la gente es el recurso más poderoso para enderezar la ruta, y la desobediencia civil, el instrumento para arrebatar el poder de las manos del usurpador de la democracia real.
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