El agua es la kryptonita de Evo Morales. Así como ese exótico mineral es lo único que logra quitarle el poder a Superman, en nuestro medio podríamos decir que lo mismo ocurre entre el agua y su relación con el Presidente.
Y como Superman debe alejarse lo más rápido posible de la kryptonita para evitar un agravamiento de sus efectos, Morales está intentando, también raudamente, solucionar la falta de agua que sufren millones de personas en Bolivia, tanto en La Paz y El Alto como en otras ciudades capitales y decenas de municipios rurales. Hasta ahora con nulo éxito.
El agua es la kryptonita de Morales puesto que su falta, al contrario de lo que señalan en el Gobierno, se debe a las deficiencias de su régimen, que la ciudadanía identifica con claridad. En primer lugar, por haber nacionalizado EPSAS y llenado a esa empresa de gente inepta como parte del plan de entregar cuotas de poder a los grupos de presión afines al oficialismo.
En segundo lugar, porque la crisis del agua hace ver con claridad cómo prioriza Morales sus decisiones: alienta la construcción de onerosos palacios, de absurdos estadios, de inútiles tinglados y aeropuertos que llueven por dentro, en vez de obras necesarias para dotarle a la población de los servicios más básicos, en este caso nada menos que el agua.
Y tercero, porque el Presidente, que en general se coloca como la persona que resuelve todos los problemas, todos los conflictos, todos los desafíos, resulta que revela con cada vez mayor frecuencia que no sabe sobre los problemas que más conmueven al país. No sabía si su hijo nació o no, no sabía de la corrupción del Fondo Indígena, no sabía que el lago Poopó se estaba extinguiendo, no sabía…
El cambio climático explica gran parte de lo que pasa ahora en el país, pero ése es un fenómeno global, que está siendo mejor o peor enfrentado por los distintos gobiernos con medidas de prevención y de otro tipo. Aquellos que politizaron todo y no tomaron medidas técnicas de previsión, ahora están, aunque parezca paradójico, con el agua hasta el cuello. Pero aparte de la politización, a la falta de previsión y la errónea jerarquización de prioridades, está un asunto de mayor profundidad: el desprecio que Morales, el vicepresidente García Linera y otras autoridades sienten por las ideas de los ambientalistas.
La indecorosa frase de que Bolivia no será “guardabosques del imperio”, lanzada por el Vicepresidente, demuestra este punto, que el Gobierno no entiende: si queremos tener agua debemos cuidar a la naturaleza. Si no queremos ser guardabosques y se deforesta sin control para aumentar la frontera agrícola o se alientan megarrepresas en la Amazonia, entonces se rompe el ciclo de la lluvia. ¡Sorpresa! ¡Los árboles ayudan a la lluvia porque retienen humedad en sus hojas y en el suelo!
Por eso, el agua, o su ausencia, ha puesto en entredicho todo el modelo de desarrollo del Gobierno actual, un modelo que sirvió mientras los precios de las materias primas estaban altos, pero que ahora que ello ha cambiado demuestra sus grandes falencias. No había sido suficiente sólo perforar campos gasíferos y socavones para generar desarrollo de largo plazo.
Durante años el gobierno de Evo Morales tenía los astros alineados. Todo lo que hacía le resultaba bien. Parecía un Presidente hecho de teflón, que nada lo dañaba. Pero en política llega el momento en que los astros también pueden “desalinearse”: lo que se vio como una gran medida, el hecho de que la ONU declarara al agua, a pedido de Bolivia, como un derecho universal, ahora cobra factura.
Y se da algo así como un efecto dominó: la ciudadanía resiste cada vez más las obras faraónicas, cuya construcción en algún momento respaldó o por lo menos no rechazó y se pregunta ahora para qué Morales quiere gastar 250 millones de bolivianos en un nuevo palacio si no puede dar agua a los vecinos de cinco ciudades capitales o erogar 2.100 millones de bolivianos más en un centro de investigación nuclear, cuya necesidad, en estas circunstancias, es prácticamente nula. Para no citar a la planta de San Buenaventura, que está fracasando, la planta separadora de líquidos que no tiene gas suficiente, una planta de urea ubicada en el peor lugar posible y decenas de empresas estatales deficitarias.
Y en el medio de las malas noticias, la más inesperada: un avión cae en las cercanías de Medellín y el hecho mata a 71 personas, resultando que la aeronave no debió haber viajado debido a su insuficiente autonomía de vuelo. El hecho ha causado conmoción internacional y ahora las miradas se dirigen a una repartición del gobierno de Morales, la DGAC, para preguntar por qué se le permitió volar a ese avión. No será fácil para el Gobierno explicar aquello ni por qué se le dio permiso de trabajo a una oscura línea aérea que, en su versión venezolana, no pudo iniciar operaciones en ese país.
Como he sostenido antes, el ciclo de Evo Morales y su gobierno están en su fase final. Las encuestas demuestran que perdería las elecciones de 2019 (y eso que no tiene derecho a postularse una vez más). Si Evo, con su kryptonita a cuestas, no pudiera torcer la ley para repostularse y el candidato del oficialismo fuera otro, la derrota sería aún más grande.
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