Caudillos y ausencia de instituciones
¿Son legítimas las acciones de los caudillos? Su acceso al poder por el voto los consagra como gobiernos legítimos, pero una cosa es su elección, que puede ser y normalmente es profundamente democrática, basada en el voto y, otra, muy diferente, la legitimidad en el ejercicio del poder. Donde hay caudillos y regímenes fuertes las instituciones no existen o quedan debilitadas por el poder, por los poderes excesivos que ni siquiera respetan sus propias leyes. Eso es válido en Europa, Asia, África, Argentina o Bolivia.
En rigor, el caudillo es la institución y su voluntad la política pública. El deseo, el antojo del caudillo debe ser interpretado por sus obsecuentes para formalizar, idealizar, conceptualizar para justificar sus decisiones, por más que éstas sean irracionales o que no respeten la ley. El deseo supremo del caudillo es la permanencia en el poder, su prolongación, no en vano los caudillos se creen inmortales y sus obsecuentes se ocupan de nombrarlos héroes, “tatas”, jefecitos, patrón, iluminado, etcétera, pues si los obsecuentes no actúan de esa manera no tienen posibilidades de mantenerse en el poder.
La pelea por mantenerse en el círculo del poder, cerca del caudillo, para gozar de los poderes derivados, regalados, otorgados por el jefe, conduce a una pelea de mal sabor, en la cual el ejercicio fundamental es mostrar cuál es el más obsecuente. El jefe no requiere consejeros, precisa obsecuentes que lo aplaudan, que lo adulen, que le recuerden cada instante que es el mejor de la historia.
El caudillo se mira cada día en el espejo y se mira cada vez más grande, pero el obsecuente le corrige y le dice que no es grande, sino que es gigante, que lo copa todo, que sus ideas ya rebasaron lo nacional y que pueden ser universales. Por eso, muchas veces, el caudillo no sólo quiere cambiar su país, sino hacer su revolución en todo el mundo. En su provincianismo, los caudillos creen que poseen físico para modificar todo el orbe y tumbar el cambio climático.
La ley no le importa nada al caudillo, lo que es más importante es su interés, su deseo, su capricho, su voluntad; el caudillo hace lo que quiere, por eso explica que es mejor meterle nomás, que después sus abogados, otros obsecuentes, deberán dar forma jurídica a las violaciones de la ley operadas por el caudillo. Si la ley es un estorbo, el caudillo la viola y, mucho después, si se da el caso, la cambia. El caudillo entiende que el equilibrio de poderes es un estorbo. En los gobiernos con caudillos fuertes la seguridad jurídica no existe y no puede existir, antes bien, lo que prima es inseguridad jurídica, pues la única legalidad válida es la voluntad del caudillo.
Los caudillos de izquierda o de derecha son exactamente lo mismo, actúan de la misma manera, en los dos casos, la norma es la violación de la ley, aplaudida por los obsecuentes. En ambas situaciones, los caudillos llegaron al poder ofreciendo nuevos valores, ética, lucha contra la corrupción, pero en su ejercicio del poder repiten y amplifican las malas conductas de sus antecesores, con la única diferencia que a estos últimos se los criticaba o se pretendía juzgarlos; en cambio, en el caso de los caudillos, las violaciones de la ley son aplaudidas en nombre de la revolución. En las interpelaciones es usual que la corrupción reciba aplausos en la Asamblea Legislativa.
En los regímenes de caudillo el Estado de derecho no existe, tampoco el derecho a la disidencia. Al “enemigo” se lo enjuicia, es forma actual de eliminarlo. La ley no es para que la respete el caudillo, antes bien, es para meter en prisión a los opositores o para amenazarlos y callarlos, la judicialización de la política es la norma. En estos regímenes la justicia no existe, lo único omnipotente es el dedo índice del caudillo que decide quién es culpable y quién no lo es, después los procesos judiciales son simplemente actos circenses en los cuales los juristas deben formalizar lo decidido por el dedo índice del caudillo.
El doble aguinaldo no era legal, pues un decreto no posee más valor que la ley, pero para los caudillos no importa la ley, sino su ceguera de mantenerse en el poder. Postularon que el agua es un derecho humano, lo hicieron como propaganda mundial, pero en la realidad condujeron a que la gente no tenga agua. Pero, con gran irresponsabilidad, quieren posar como Pilatos, pero ni siquiera hay agua para que se laven las manos.
En rigor, el caudillo es la institución y su voluntad la política pública. El deseo, el antojo del caudillo debe ser interpretado por sus obsecuentes para formalizar, idealizar, conceptualizar para justificar sus decisiones, por más que éstas sean irracionales o que no respeten la ley. El deseo supremo del caudillo es la permanencia en el poder, su prolongación, no en vano los caudillos se creen inmortales y sus obsecuentes se ocupan de nombrarlos héroes, “tatas”, jefecitos, patrón, iluminado, etcétera, pues si los obsecuentes no actúan de esa manera no tienen posibilidades de mantenerse en el poder.
La pelea por mantenerse en el círculo del poder, cerca del caudillo, para gozar de los poderes derivados, regalados, otorgados por el jefe, conduce a una pelea de mal sabor, en la cual el ejercicio fundamental es mostrar cuál es el más obsecuente. El jefe no requiere consejeros, precisa obsecuentes que lo aplaudan, que lo adulen, que le recuerden cada instante que es el mejor de la historia.
El caudillo se mira cada día en el espejo y se mira cada vez más grande, pero el obsecuente le corrige y le dice que no es grande, sino que es gigante, que lo copa todo, que sus ideas ya rebasaron lo nacional y que pueden ser universales. Por eso, muchas veces, el caudillo no sólo quiere cambiar su país, sino hacer su revolución en todo el mundo. En su provincianismo, los caudillos creen que poseen físico para modificar todo el orbe y tumbar el cambio climático.
La ley no le importa nada al caudillo, lo que es más importante es su interés, su deseo, su capricho, su voluntad; el caudillo hace lo que quiere, por eso explica que es mejor meterle nomás, que después sus abogados, otros obsecuentes, deberán dar forma jurídica a las violaciones de la ley operadas por el caudillo. Si la ley es un estorbo, el caudillo la viola y, mucho después, si se da el caso, la cambia. El caudillo entiende que el equilibrio de poderes es un estorbo. En los gobiernos con caudillos fuertes la seguridad jurídica no existe y no puede existir, antes bien, lo que prima es inseguridad jurídica, pues la única legalidad válida es la voluntad del caudillo.
Los caudillos de izquierda o de derecha son exactamente lo mismo, actúan de la misma manera, en los dos casos, la norma es la violación de la ley, aplaudida por los obsecuentes. En ambas situaciones, los caudillos llegaron al poder ofreciendo nuevos valores, ética, lucha contra la corrupción, pero en su ejercicio del poder repiten y amplifican las malas conductas de sus antecesores, con la única diferencia que a estos últimos se los criticaba o se pretendía juzgarlos; en cambio, en el caso de los caudillos, las violaciones de la ley son aplaudidas en nombre de la revolución. En las interpelaciones es usual que la corrupción reciba aplausos en la Asamblea Legislativa.
En los regímenes de caudillo el Estado de derecho no existe, tampoco el derecho a la disidencia. Al “enemigo” se lo enjuicia, es forma actual de eliminarlo. La ley no es para que la respete el caudillo, antes bien, es para meter en prisión a los opositores o para amenazarlos y callarlos, la judicialización de la política es la norma. En estos regímenes la justicia no existe, lo único omnipotente es el dedo índice del caudillo que decide quién es culpable y quién no lo es, después los procesos judiciales son simplemente actos circenses en los cuales los juristas deben formalizar lo decidido por el dedo índice del caudillo.
El doble aguinaldo no era legal, pues un decreto no posee más valor que la ley, pero para los caudillos no importa la ley, sino su ceguera de mantenerse en el poder. Postularon que el agua es un derecho humano, lo hicieron como propaganda mundial, pero en la realidad condujeron a que la gente no tenga agua. Pero, con gran irresponsabilidad, quieren posar como Pilatos, pero ni siquiera hay agua para que se laven las manos.
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