Carencia
total de credibilidad
Mauricio
Aira
Un japonés se
hizo el “harakiri” se apuñaló el vientre delante del Parlamento, de 39 anos el
hombre logró sobrevivir y declaró que tomó la extrema determinación porque
había aceptado una donación de 439 euros que puso en duda su honor. Historias similares
leemos a menudo de samuráis, (guerreros solitarios) que ofrecen su vida a
cambio de no perder la credibilidad.
Es que cuando se pierde esta virtud social, una
persona puede estar diciendo la verdad, pero nadie ya le cree. O que mienta y
sus interlocutores crean en su palabra al pie de la letra. Durante las últimas
semanas Bolivia atraviesa por una severa crisis de verdad, de credibilidad
desde el alto mando de la Nación.
Cuanta mayor cultura tenga un colectivo, mayor sea su
respeto por la verdad y por ende la credibilidad ante los ciudadanos. La
honestidad sobre la que una persona construye su vida, al margen de mentiras y
de falsedad. Por mucho que alguno hubiese logrado convencer al resto, si no
hubo honestidad, esta estructura se cae. Puede suceder en cuestión de días, o
de horas, de ayer para hoy. Así si Bolivia fuese Japón, hace rato que el
vaciamiento de los intestinos habría tenido lugar en un escenario público.
Tanto teólogos como sociólogos están de acuerdo cuando
afirman que la credibilidad nace de la confianza y del grado de componentes que
generen esa confianza nutrida por afinidad ética, ideológica, de estética. Por
ello siempre que se confiera responsabilidad a determina persona estamos
interesados en sus acreditaciones, en su nivel de solvencia, de prestigio, si
bien su dinamismo o carisma también se toma en cuenta, lo básico es que esa fe
y confianza resultan de la mano de la verdad y del consenso. Los bolivianos
solemos ser tolerantes, aunque cada vez en menor escala, y crédulos y aceptamos
los testimonios que nos ofrecen sin dudas de deshonestidad, ni siquiera tomamos
en cuenta la acumulación de errores, de incongruencias en la hoja de vida de
los políticos que nos dan “gato por liebre” y nos engañan las más de las veces sin
mayor trámite.
Lo descrito ha venido sucediendo consuetudinariamente,
los bolivianos hemos resultado engañados, hemos confiado demasiado y nuestro
recelo no ha sido suficiente para rechazar de plano a personajes que se
propagandeaban como “hechura de corrección y de honradez”, vaya ingenuidad del
ciudadano, ahora arrepentido cuando comprueba tanta desfachatez y falsía, que
se descubre con las mentiras institucionales “proclamadas a voz en cuello” sin la
mejor indulgencia ni consideración al ciudadano sólo interesado en Bolivia.
Internet se ha convertido desde los noventa en un
instrumento incomparable para descubrir la verdad y denunciar la mentira, tiene
como fuente de información la red universal comenzando por el Google, cualquier
cibernauta armado de un simple ordenador penetra muros anteriormente
insalvables, hoy con un clic está dentro de archivos insondables, porque los
Estados exigen de sus instituciones, de sus funcionarios “transparencia” no tanto
para el público cuanto para el control estatal, pero que “sin quererlo” se
abren globalmente.
Las universidades De California y Stamford han
implementado cursos, análisis sobre la credibilidad en Internet, también España
los periodistas están integrados en estudios similares así como en Suecia y
Finlandia para verificar datos, enlaces, búsqueda y consultas avanzadas,
finalmente está la credibilidad de la calle, que está ofreciendo resultados
patéticos.
Cuando el colectivo ha perdido la confianza en sus
mandatarios y la carencia de credibilidad está presente en los actos de
Gobierno, resta una vía de purificación y devolución de esta virtud. La
renuncia y la vuelta a empezar.
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