En la huella del mayor triunfo jurídico en la causa que guía la política exterior de Bolivia desde hace más de un siglo, el partido de Gobierno ha dicho que busca reelegir al presidente Evo Morales. Aduce que solo él podrá conducir al país a un final feliz de la gestión lanzada en La Haya en 2013.
Encaramado en ese logro, el Movimiento Al Socialismo proyecta ir al referéndum previsto para febrero. Para muchos, el país ha caído estos días en un debate oportunista cuando ni se ha cumplido el primero de cinco años del periodo de gobierno en curso (¿por qué tan temprano?). Para otros carece de sentido escudriñar sobre una década donde un año suele ser largo plazo.
Una consulta que debería ser sencilla, de repente ha resultado empañada. De medios impresos a presentadores de TV, gran parte de los medios ha contribuido a crear una confusión en las cabezas de buena parte de los bolivianos. En el debate sobre cuál término se adecua mejor, si reelección (como casi siempre se dijo) o postulación (como pretende el Gobierno), se diluyó el tema del continuismo, que es el telón de fondo de la partida en juego.
Puede usted decir de inmediato: ¿qué número de reelección es la que pretende el presidente Morales? Dígalo rápido, sin pensarlo mucho. ¿Tiene que contar con los dedos? Verá que con la premisa de que llegaría al menos hasta 2025, usted va a contar 20 años de Gobierno continuo del presidente Morales. ¿Es válido, entonces, hablar de re-re-re-re-elección?
Hablar solo de repostulación quita varios ‘re’ y empaña la idea de que está también en juego el concepto de democracia con su característica esencial: la alternancia. La cacofonía de los re-re-re-re concita antipatías, pues luce inapropiada para quienquiera que se proponga ofrecer una imagen democrática. Para esta estrategia, causa resistencia menor hablar solo de ‘postular’, que no conlleva de inmediato la carga negativa de periodos consecutivos de Gobierno.
Muy pocos parecen reparar que la cuestión encierra también peligros en esta etapa de la disputa boliviana con Chile, pues puede ofrecer argumentos válidos para desprestigiar como antidemocrática la elección sucesiva de los primeros mandatarios actuales y socavarla. El éxito en La Haya equivale a un rédito a ser utilizado con cautela, sin dilapidarlo en éxitos todavía parciales. La prisa con la que el partido de Gobierno y sus principales autoridades quieren utilizar esos réditos a manos llenas conlleva el riesgo de agotar el capital logrado en un tiempo mucho menor al que los gastadores esperan
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