La noticia de que el presidente Evo hubiera decidido, en reunión con la cúpula de su partido, que el próximo presidente del Senado, vale decir la tercera persona en preeminencia luego del Presidente y el Vicepresidente, sea nada menos que el tristemente célebre senador Eugenio Rojas, sólo puede ser interpretada como una agresión hacia una importante parte de los bolivianos y nos lleva por supuesto a hacer especulaciones sobre el motivo que pesó para tomar semejante decisión.
Teniendo a disposición la friolera de más de 25 senadores, escoger precisamente a la persona que de seguro tiene más anticuerpos, y no solamente fuera del MAS, sino en sus propias filas es, entre otras cosas, un acto de prepotencia. Sobre todo si se toma en cuenta los motivos que hacen pensar que Eugenio sería altamente impopular. Me refiero por supuesto al archiconocido episodio del colgamiento y decapitación de dos tristes perros en el estadio de Achacachi hace ya más de un lustro. La macabra escena, filmada y luego reproducida en diferentes latitudes, tiene que haber sido una de las que más daño ha hecho a la imagen del país. Este espantoso espectáculo, hecho bajo la batuta de Eugenio Rojas, siendo en ese momento la máxima autoridad de su ciudad, fue no sólo un acto de barbarie y saña contra los animalitos en cuestión, sino que fue además una acto político que implicó una amenaza directa hacia los opositores políticos del entonces relativamente nuevo régimen.
Es imposible imaginar en cualquier país del mundo civilizado que alguien directamente involucrado con un hecho de esa naturaleza hubiera podido mantenerse en la vida pública. Pero a eso hay que añadir los comentarios de Rojas a favor de la tortura y no con la salvedad de los casos extremos, (que por ejemplo esté en juego la vida de una persona secuestrada, dicho sea de paso aún esas consideraciones no hallan consenso) sino dicho casi alegremente como algo que debe ser parte de un interrogatorio para encontrar la verdad, o para obtener una confesión.
Pues bien, parece que a partir de la próxima semana este increíble senador Rojas, que podría ser visto como un simpatizante del fascismo o del comunismo europeo de los años 30, o en su defecto como alguien profundamente ignorante, que no tiene ideas claras respecto a lo que es la justicia y cómo debe ésta funcionar, será la tercera persona en la línea sucesoria al cargo de Presidente del Estado Plurinacional en caso de que algo sucediera. ¿Será que Evo quiere que todos los creyentes rueguen por su vida y la de Álvaro?
Vuelvo a preguntarme: ¿Por qué escoger a alguien como Rojas? La primera respuesta puede ser que no tienen a otro, que Rojas es el más capaz. La segunda respuesta es que los demás senadores no son dignos de confianza. Una tercera respuesta podría ser que de lo que se trata es de un fusible fácil de quemar; se lo propone, la gente lo rechaza, y el magnánimo Presidente oye el clamor y coloca a otra persona en el importante puesto. Una cuarta explicación sería que Eugenio Rojas tiene mucho más poder del que un mortal común puede imaginar, (sospeche el lector las razones detrás de ese poder a su propio gusto).
Pero hay algo que ha quedado claro: al Presidente del Estado Plurinacional, no le parece mal que alguien mate a un perro en un espacio público sólo para mandar un mensaje a los opositores. Tampoco le escandaliza que haya torturas, o que haya gente para la que la tortura debe tener un espacio en la economía jurídica de un país. Y lo que sabemos desde hace mucho tiempo, tampoco le interesa lo que opine el resto de la gente, tal vez ni siquiera una parte importante de sus seguidores.
Aunque parece ser el nombramiento de su caballo como senador fue sólo una leyenda, ilustraba perfectamente el desprecio que Calígula sentía por las instituciones del Estado romano. Pasó hace casi dos mil años. ¿Que se dirá de este andinísimo episodio en veinte, o en cinco años, o durante la campaña de la próxima justa electoral? ¿Habrá regalado Evo una ventajita a sus opositores?
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