La prensa independiente de Bolivia acaba de librar una de sus más históricas batallas, tal vez de toda su vida y, con seguridad, de sus últimos tiempos, hoy contra dos cuestionados artículos de la Ley Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación con que el Gobierno, de torpe manera, ciego y sordo a toda invocación y protesta, ha vuelto a polarizar al país. Nunca antes, desde la recuperación de la Democracia hace 28 años y de la que siempre se erigió en formidable puntal, la buena prensa nacional, férreamente unida en torno a una misma, legítima y noble causa, había alcanzado tanto protagonismo al salir resuelta y decididamente por los fueros de la libertad de expresión gravemente amenazada y al canalizar, además, la inquietud ciudadana que también percibió claramente los riesgos de su derecho constitucional a expresarse sin mordaza de ningún tipo.
Durante dos semanas ininterrumpidas, un grupo de comunicadores llevaron adelante una serie de protestas, incluida una huelga de hambre contra los mencionados artículos, 16 y 23, que desvirtúan por completo la esencia y el noble propósito de una ley a la que no podía oponerse ningún boliviano con dos dedos de frente y dotado de un mínimo de sensibilidad social.
El pedido de la Iglesia Católica, en sintonía con la demanda de los comunicadores, hizo que la medida de protesta que se llevaba a cabo en pleno corazón de la ciudad fuese levantada el fin de semana reciente. El corolario de la histórica protesta que el ensoberbecido régimen masista se empeñó —pese al resultado adverso— en minimizar y descalificar fue la presentación por los huelguistas de los libros notariados con el registro de miles de firmas que, de manera voluntaria y espontánea, estamparon cientos de miles de ciudadanos de toda condición social en todo el territorio del país.
También fueron ciudadanos únicamente comprometidos con los principios de la democracia y celosos de su derecho a expresarse sin mordaza alguna, los que acudieron por miles a marchas, vigilias y concentraciones en las que con su espontánea presencia y de viva voz elevaron su vehemente protesta que flota aún en las vigorosas alas de los cuatro vientos.
La ya histórica movilización de la prensa independiente ha reavivado aquella vocación por la que el pueblo boliviano ha sabido enfrentar a los más sanguinarios déspotas, vocación que se ha propagado a lo largo y ancho del país con la libertad de expresión como única bandera de lucha.
Que esa llama nunca se apague y que, por el contrario, se mantenga siempre encendida aun en los pliegues de la insensibilidad que hace presa del espíritu resentido de los que se suponen a sí mismos todopoderosos.
Porque aquella demanda que impulsó al movimiento de la prensa no se contaminó de politiquería ni de otros dudosos intereses políticos o sociales, los detractores de oficio se vieron con las voces embargadas. A blasfemia habría sonado con estruendo cualquier alusión a un presunto trasfondo turbio en el ayuno sustentado sin dobleces ni flaquezas por el periodismo en acción. Todo fue claro y radiante como la luz del sol y allí están los protagonistas de esta movilización, intactas su fuerza y razón en defensa de la libertad de expresión, para volver a las trincheras tan pronto como lo exijan las circunstancias.
Durante dos semanas ininterrumpidas, un grupo de comunicadores llevaron adelante una serie de protestas, incluida una huelga de hambre contra los mencionados artículos, 16 y 23, que desvirtúan por completo la esencia y el noble propósito de una ley a la que no podía oponerse ningún boliviano con dos dedos de frente y dotado de un mínimo de sensibilidad social.
El pedido de la Iglesia Católica, en sintonía con la demanda de los comunicadores, hizo que la medida de protesta que se llevaba a cabo en pleno corazón de la ciudad fuese levantada el fin de semana reciente. El corolario de la histórica protesta que el ensoberbecido régimen masista se empeñó —pese al resultado adverso— en minimizar y descalificar fue la presentación por los huelguistas de los libros notariados con el registro de miles de firmas que, de manera voluntaria y espontánea, estamparon cientos de miles de ciudadanos de toda condición social en todo el territorio del país.
También fueron ciudadanos únicamente comprometidos con los principios de la democracia y celosos de su derecho a expresarse sin mordaza alguna, los que acudieron por miles a marchas, vigilias y concentraciones en las que con su espontánea presencia y de viva voz elevaron su vehemente protesta que flota aún en las vigorosas alas de los cuatro vientos.
La ya histórica movilización de la prensa independiente ha reavivado aquella vocación por la que el pueblo boliviano ha sabido enfrentar a los más sanguinarios déspotas, vocación que se ha propagado a lo largo y ancho del país con la libertad de expresión como única bandera de lucha.
Que esa llama nunca se apague y que, por el contrario, se mantenga siempre encendida aun en los pliegues de la insensibilidad que hace presa del espíritu resentido de los que se suponen a sí mismos todopoderosos.
Porque aquella demanda que impulsó al movimiento de la prensa no se contaminó de politiquería ni de otros dudosos intereses políticos o sociales, los detractores de oficio se vieron con las voces embargadas. A blasfemia habría sonado con estruendo cualquier alusión a un presunto trasfondo turbio en el ayuno sustentado sin dobleces ni flaquezas por el periodismo en acción. Todo fue claro y radiante como la luz del sol y allí están los protagonistas de esta movilización, intactas su fuerza y razón en defensa de la libertad de expresión, para volver a las trincheras tan pronto como lo exijan las circunstancias.
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