sale pus donde se pone el dedo, la ineficiencia apabulla, el ministerio público está convertido en un perverso instrumento político partidario para hacer daño a los opositores...Susana Seleme cual hábil esgrimista da toques maestros cuando compara Obama el poeta, con Evo el sindicalista cocalero
Así lo definió la Premio Nobel afronorteamericana (1993), Tony Morrison. ¿Por qué poeta? le preguntó el chileno Ariel Dorfman. Por su “imaginación creativa”, por su capacidad de convencer, inspirar, unir, buscar a los mejores, mover a multitudes jóvenes y adultas, negras, mestizas, blancas de ambos géneros, católicos, protestantes, judíos y de otras creencias, “para el cambio con el que se ha de escribir las leyes más justas del mañana”.
El lenguaje del candidato demócrata, sobrio, elegante, sin estridencias, bien pensado, inteligente, llenó de esperanzas y fuerzas a un pueblo heterogéneo y diverso, para posesionar el “cambio, sí podemos” y decirle un rotundo NO a la administración Bush y los neoconservadores republicanos, de triste paso por ese país y por el mundo. El primer “cambio” ya se dio: elegir a un hijo de africano y de una blanca estadounidense Presidente de un país, en el que hace menos de 50 años ser negro era un delito. Pero la elección contundente de Obama va más allá del color de la piel, porque la raza o la etnia no fueron el motor de su victoria.
El motor fue la fuerza del discurso del cambio político democrático. Me quedo con las palabras de la noche del triunfo: “Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos. Es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio”. Empecé hablando de Barack Obama, porque me hubiera gustado destinar parte de lo escrito sobre él, al pensar en el presidente Evo Morales, indígena mestizo, y sus colaboradores que han prostituido el concepto “cambio” a patadas, muertes, agresiones y amenazas.
Obama no utilizó su condición racial para aglutinar a sus compatriotas ni para pasarle factura a una clase dominante y sus elites por los atroces años de esclavitud y segregación. En cambio, Morales, García Linera y compañía han utilizado la condición indígena como instrumento político para dominar, desunir, sembrar odios y romper todo atisbo de convivencia plural, cultural y democrática en Bolivia, cobrando a esta generación culpas históricas de la Colonia y la oligarquía minero andina.
Que era una tendencia histórica impostergable la ‘visibilización’ y ‘empoderamiento’ de los pueblos indígenas, lo era. Pero de ahí a que en nombre de lo indígena popular se cometan las arbitrariedades que se cometen, es harina de otro costal. Este Gobierno carece de poesía y sobriedad en los discursos y en los hechos, y tampoco surge de una revolución, como cree, para escudarse en que todo cambio histórico se escribe con sangre y fuego. El MAS y Morales son producto de un proceso democrático, hoy transformado en autoritario, chapucero e impostor, porque de izquierda tiene pocos rastros.
Al menos de una moderna izquierda democrática que lucha por menor desigualdad social, mayor solidaridad, libertad de expresión, sin acosos y abusos, ni que los políticos opositores hubieran sido y sean presa de persecuciones, confinamientos, chantajes, ‘tumbes’ e intentos de ‘tumbes’. ¿Dónde está el “Bolivia cambia” si como en las dictaduras, no hay garantías constitucionales y al Ministerio Público lo han convertido en un perverso escenario político-judicial para eliminar a sus adversarios e imponer su proyecto hegemónico y excluyente de Constitución? Las autonomías ahí incluidas son una trampa cosmética.
¡De qué cambio pueden hablar, si como antes, o peor, la corrupción va que chifla, sale pus donde se pone el dedo y la ineficiencia de gestión apabulla! Prefiero el cambio del poeta Barack Obama y no el cambio del sindicalista presidente Morales.
Periodista y máster en Ciencias Políticas
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