Además de Erika Brockmann y Alfonso Gumucio que en oportunidades anteriores acusaron al Presidente de padecer de incontinencia verbal, el director de El Deber acaba de repetir el viejo refrán "en boca cerrada no entran moscas" a propósito de los dislates ya numerosos y variopintos en que incurre el folklorismo presidencial. Ayer nomás repetía "no me voy a callar denunciando las bases norteamericanas" mientras su canciller implora, "no más debates en los medios, mejor entendernos por la vía diplomática", de modo que el artículo editorial cobra toda su fuerza:
El lenguaje presidencial
En el caso del Presidente de la República, podemos decir que el hábito (dirigente sindical) hizo al monje (sigue y parece que seguirá comportándose como un mandamás gremial y no como jefe de Estado que gobierna a todo un país, obligado a someterse a las normas de conducta que impone tan alta investidura). Así lo demuestra su incontinencia verbal, propia del gremio del cual saltara al poder político y de otros sectores popular-corporativos. Inflamada, aquélla, de extrema agresividad respecto al adversario. Expone tan criticable defecto en sus recurrentes apariciones públicas frente a las masas de sus partidarios.Lo malo es que tan lamentable exceso retórico da lugar a serios problemas en la relación bilateral con gobiernos de países extranjeros. A las arremetidas contra los Estados Unidos, se agregó el ataque de Evo Morales al Gobierno peruano, en una proyección de injerencia en asuntos internos que Lima la consideró inadmisible, al punto que inmediatamente convocó al Embajador de Perú en La Paz para que explicara los alcances del enredo y luego presentó ante la OEA la denuncia por la ‘intromisión’ de Bolivia.Resultado: el embajador de Estados Unidos convocado a Washington. Después de dos semanas. regresa a La Paz, pero la Cuenta del Milenio le cierra, temporalmente, suponemos, las puertas a Bolivia mientras que la incertidumbre se cierne sobre la ratificación del acuerdo bilateral por el cual el país del norte nos concede liberaciones arancelarias a exportaciones que garantizan empleo e ingresos para miles de miles de bolivianos dedicados a la micro y mediana empresa en El Alto de La Paz y en diferentes lugares del país.Igual incertidumbre cae sobre el futuro de nuestras relaciones diplomáticas con ambos países. Estamos seguros de que no habrá rompimiento oficial de nexos, pero sí una marcada prolongación de los entuertos, en términos que igualmente nos acarrearán perjuicios. Lo peor, sin duda, se registrará en lo que hace a la imagen, el prestigio y la seriedad que el Gobierno de Bolivia debe acreditar ante todos los países miembros de la comunidad internacional.¿Existen en el Gobierno órganos específicamente encargados de asesorar al Presidente en materia de preservación de imagen y prestigio? Parece que no, y si cuenta con ellos no debe hacerles caso alguno, puesto que, día que pasa, incurre en nuevos y más graves errores.Se ha llegado a un punto en que se torna absolutamente necesario que alguien o algunos, en el Gobierno, aconsejen al Presidente una mesura total en su discurso. Aquélla debe ser particularmente rigurosa en todo cuanto se refiere a gobiernos de países extranjeros, a los que no cabe agredir por lo que hagan o dejen de hacer en el marco de su soberanía nacional. Están expeditas las vías diplomáticas que establecen el derecho internacional para que un país le haga saber a otro su preocupación en torno a hechos que perjudiquen o agravien sus intereses nacionales. Esa vía no es el discurso de plazuela, inflamado de imprecaciones, al estilo sindicatero. Lo mejor que podría hacer el jefe del Estado es restringir, a partir de ahora, sus apariciones públicas o, en todo caso, ser extremadamente cuidadoso con sus expresiones.“A boca cerrada no entran moscas”, reza la monserga popular. No pretendemos que el presidente Morales cierre la suya, pero sí que morigere su lenguaje, ajustando el mismo a la racionalidad y la prudencia.
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