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jueves, 3 de abril de 2008

Merecido Homenaje a Gíldaro Antezana
Semblanza de un maestro
Gíldaro, Cayetano y sus gallos
Wilson García Mérida
(Datos & Análisis).- El viernes, 4 de abril, la filial Cochabamba de la Asociación Boliviana de Artistas Plásticos (ABAP) ha tenido lugar un acto de homenaje a Gíldaro Antezana, el pintor valluno más emocionante y fantástico que ha brotado en estas fértiles tierras, quien escribió con su genial pincel una narración pictórica todavía desconocida y muy parecida a la que produjo el compositor Alfredo Domínguez en su obra sobre Juan Cutipa. He aquí el testimonio de su obra y su vida.
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“Rosa, Rosa, despierta, acabo de soñar un hermoso cuadro” irrumpía la voz del artista a las tres de la madrugada, y en aquel sobresalto de genialidad su mujer despertaba con él para ayudar en el menester de atrapar la imagen onírica en el lienzo. Así solía crear Gíldaro Antezana, presa de una compulsión casi fisiológica que produjo una obra tan vasta, orgánica y vital hasta hoy insuperable.
Carmen Rosa, la esposa de Gíldaro, nos abrió las puertas de su hogar junto a sus hijos Lilia y David Darío. Evocamos en el seno familiar la memoria del artista plástico descubriendo un mundo de ternura insospechada; y lo descubrimos a él mismo en una dimensión auténtica, la de aquel niño nacido en el cantoncito ayopayeño de Chinchiri en el invierno de 1938.
“Conocí a mi esposo cuando él tenía once años y yo nueve” —recuerda Carmen Rosa Antezana—. “Él había llegado a la ciudad cuando terminó la escuela rural, cumpliendo ocho años de edad, una vez que aprendió a leer y escribir. Como en Chinchiri no había colegio secundario, decidió venirse a la ciudad para seguir estudiando; sus padres no lo permitían porque era muy pequeño y entonces optó por escaparse acompañando a unos arrieros, se vino caminando 90 kilómetros y llegó a vivir con su hermano mayor en la misma casa alquilada donde yo moraba con una tía, en un barrio por la avenida Siles”.
El niño Gíldaro Antezana, ya entonces, era un consumado artista que aprovechaba su talento para ganarse la vida con precoz autosuficiencia. “Trabajando retazos de madera que le regalaban sus amigos carpinteros del barrio, mi esposo, con sus once años, fabricaba unos cochecitos de carrera, esos modelos italianos que estaban muy de moda a comienzos de los años cincuenta, y causaron sensación incluso entre los niños ricos que eran sus más entusiastas compradores”.


UN PRECOZ APRENDIZ
Aprendiz de talabartero en el taller de su hermano, muy temprano se independizó en ese oficio y a sus 17 años ya era un maestro en el repujado. “Abrió una talabartería matriz, que era la mejor de Cochabamba por la calidad artística de sus trabajos en cuero, y puso dos tiendas más un quiosco rodante en el Mercado Calatayud dando trabajo a ocho familias que dependíamos de él; fue entonces cuando nos casamos”.
¿Y dónde estaba el Gíldaro Pintor?, preguntamos a doña Carmen Rosa…
“Ese Gíldaro no existía sino sólo cuando mi esposo, que rebosaba de una hiperactiva creatividad en todo su ser, sintió la necesidad de canalizar esa energía a través del arte plástico y el camino directo resultó ser la pintura. Como todo lo que salía de sus manos fascinaba a la gente, se le ocurrió elaborar tarjetas de navidad hechas a mano que también tuvieron un inesperado éxito de ventas. Al ver que le iba bien en esa nueva actividad, me dijo: ‘Rosa, quiero estudiar, me hace falta dominar las técnicas para desarrollar mi arte’; y entonces se inscribió en la Escuela de Bellas Artes a comienzos de los 60 y estudió cinco intensos años. Apenas dominó las técnicas pictóricas, comenzó a ganar premios y a descollar en el ambiente artístico en muy breve tiempo. Recuerdo entre sus primeros coleccionistas a don César Moscoso y al embajador Enrique Sánchez de Lozada, entre muchos otros. Entonces cerramos la talabartería”.
Y su hija Lilia recuerda:
“Mi padre, en los años 70, ya era célebre por el tono poético de sus cuadros. Él en realidad era un poeta, escribía versos para explicar su obra pictórica y en eso le faltaban manos. Mientras pintaba me dictaba sus poemas que yo redactaba con mi letra de escolina”.


CAYETANO EL GALLERO
Muy erróneamente, se asocia el nombre de Gíldaro Antezana a los famosos gallos que pintó en sus mejores épocas; pero la figura gallera era apenas un aditivo más en el complejo mundo gildariano. En rigor de verdad, el demiurgo de su extensa obra es un personaje llamado Cayetano,“un hombre común como él, de mil oficios, ducho en el arte de sobrevivir como sobreviven miles de campesinos que han migrado a las ciudades en pos de una vida mejor” explica David Darío Antezana, su hijo.
Diríamos que Cayetano fue para Gíldaro Antezana lo que Juan Cutipa para su contemporáneo y amigo Alfredo Domínguez.
“Su relación con los gallos fue muy casual” —aclara su esposa, Carmen Rosa Antezana—. “Comenzamos criando estos animales como una actividad meramente doméstica. Entonces un amigo suyo le introdujo en el ambiente de las peleas de gallo, frecuentando el coliseo gallero que había en la Antezana y Uruguay; y con el tiempo esa actividad también fue apasionándole, hasta llegar a tener gallos campeones como el Manzanero y el Pinto que inspiraron algunos de los más bellos cuadros de Gíldaro. Mi esposo quedó impresionado con la energía vital de esos animales que terminaron conviviendo en ese mundo de su creación que poco a poco fue siendo habitado por girasoles, buhos, sapos y otros seres, incluyendo nuestros propios hijos, que acompañan a Cayetano en sus mil aventuras y desventuras”.
Estos seres son protagonistas de una magistral narración pictórica que está dispersa en varios países del mundo o abandonada en la saqueada Pinacoteca Municipal de la malhadada Casona Santiváñez.
Series como “Los Buhos Negros” en homenaje al Che Guevara o “El Sueño de Cayetano” donde el personaje aparece desfilando con pancartas que rezan “prohibido vivir mal”, o “Los machu machus” que fue censurada por la dictadura banzerista; lo mismo que “Los Sapos”, “Los Girasoles”, “El Circo de Cayetano”, “El Teatro de Cayetano” o “La Muerte de Cayetano”, son episodios de una historia colectiva narrada con la fuerza de un discurso libertario y en un tono profético y lúdico.
De hecho, Gíldaro narró su propia muerte antes de morir. Más arte no puede haber.
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llactacracia@yahoo.com
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