Más horrores en la guerra siria
Dados los antecedentes del caso, sólo queda esperar que lo ocurrido no sirva a las partes involucradas como justificativo para intensificar la guerra sino, más bien, para que el miedo a una escalada paralice a los beligerantes
Las horrorosas imágenes sobre los efectos de la explosión de armas químicas en una ciudad del norte de Siria, han vuelto a poner a ese país y a la guerra civil que sufre desde principios de 2011 en el centro de la atención mundial.
No podía ser de otro modo, pues los videos que muestran civiles, gran parte de ellos niños, afectados por convulsiones, desmayos, espasmos y espuma en la boca como parte de una atroz agonía, impactaron muy fuertemente en la consciencia de todos quienes los vieron.
Inmediatamente después, con la misma intensidad comenzaron a fluir las noticias sobre las consecuencias políticas y militares que el uso de armas químicas acarrearía contra quienes fueran identificados como sus autores. Y como también era de prever, los países directa o indirectamente involucrados en el conflicto tomaron de inmediato sus respectivas posiciones para condenar al gobierno de Bashar Al Assad, unos, y para defender su inocencia, los otros.
En medio de esa batalla, cuyo principal escenario son los corrillos diplomáticos y los medios de comunicación, poco se recuerda sobre las circunstancias y los antecedentes de los ataques que causaron alrededor de un centenar de muertes. En medio del vendaval noticioso parece haber quedado en el olvido la facilidad con que las principales potencias del mundo, encabezadas por EEUU y Rusia, y sus respectivos aliados, dejaron en la impunidad un ataque similar sólo que de dimensiones mucho mayores pues causó la muerte no menos cruel de casi 2.000 personas hace cuatro años.
Tampoco parecen estar suficientemente frescos en la memoria y en la agenda noticiosa diaria datos como los que dan cuenta de la real magnitud de la tragedia siria. Más de 350.000 muertos, unos cinco millones de personas obligadas a buscar refugio en cualquier lugar del mundo que les ofrezca acogida, además de unos 10 millones de personas desplazadas internamente, son algunas de las cifras que ayudan a ver en su real dimensión el telón de fondo del escenario donde se produjo el ataque del pasado martes.
En ese contexto, y dados los antecedentes del conflicto sirio, a la par que los sentimientos y expresiones de indignación que provocan las imágenes difundidas se multiplica el escepticismo sobre los verdaderos propósitos de los líderes mundiales que se disputan los despojos de las víctimas e intercambian acusaciones con una inocultable falta de sinceridad.
A tal extremo se ha llegado, que a medida que pasan los días crece la incertidumbre y no se vislumbra ninguna posibilidad de que las unánimes declaraciones de condena se plasmen en una convergencia de voluntades para acabar con una de las peores expresiones del envilecimiento de la sociedad contemporánea. Y como son tantos los motivos para dudar de la buena fe de quienes tienen en sus manos las fichas que se mueven en el tablero geopolítico mundial, sólo queda esperar que lo ocurrido no sirva a las partes involucradas como justificativo para intensificar la guerra sino, más bien, para que el miedo a una escalada paralice a los beligerantes de ambos lados.
Las horrorosas imágenes sobre los efectos de la explosión de armas químicas en una ciudad del norte de Siria, han vuelto a poner a ese país y a la guerra civil que sufre desde principios de 2011 en el centro de la atención mundial.
No podía ser de otro modo, pues los videos que muestran civiles, gran parte de ellos niños, afectados por convulsiones, desmayos, espasmos y espuma en la boca como parte de una atroz agonía, impactaron muy fuertemente en la consciencia de todos quienes los vieron.
Inmediatamente después, con la misma intensidad comenzaron a fluir las noticias sobre las consecuencias políticas y militares que el uso de armas químicas acarrearía contra quienes fueran identificados como sus autores. Y como también era de prever, los países directa o indirectamente involucrados en el conflicto tomaron de inmediato sus respectivas posiciones para condenar al gobierno de Bashar Al Assad, unos, y para defender su inocencia, los otros.
En medio de esa batalla, cuyo principal escenario son los corrillos diplomáticos y los medios de comunicación, poco se recuerda sobre las circunstancias y los antecedentes de los ataques que causaron alrededor de un centenar de muertes. En medio del vendaval noticioso parece haber quedado en el olvido la facilidad con que las principales potencias del mundo, encabezadas por EEUU y Rusia, y sus respectivos aliados, dejaron en la impunidad un ataque similar sólo que de dimensiones mucho mayores pues causó la muerte no menos cruel de casi 2.000 personas hace cuatro años.
Tampoco parecen estar suficientemente frescos en la memoria y en la agenda noticiosa diaria datos como los que dan cuenta de la real magnitud de la tragedia siria. Más de 350.000 muertos, unos cinco millones de personas obligadas a buscar refugio en cualquier lugar del mundo que les ofrezca acogida, además de unos 10 millones de personas desplazadas internamente, son algunas de las cifras que ayudan a ver en su real dimensión el telón de fondo del escenario donde se produjo el ataque del pasado martes.
En ese contexto, y dados los antecedentes del conflicto sirio, a la par que los sentimientos y expresiones de indignación que provocan las imágenes difundidas se multiplica el escepticismo sobre los verdaderos propósitos de los líderes mundiales que se disputan los despojos de las víctimas e intercambian acusaciones con una inocultable falta de sinceridad.
A tal extremo se ha llegado, que a medida que pasan los días crece la incertidumbre y no se vislumbra ninguna posibilidad de que las unánimes declaraciones de condena se plasmen en una convergencia de voluntades para acabar con una de las peores expresiones del envilecimiento de la sociedad contemporánea. Y como son tantos los motivos para dudar de la buena fe de quienes tienen en sus manos las fichas que se mueven en el tablero geopolítico mundial, sólo queda esperar que lo ocurrido no sirva a las partes involucradas como justificativo para intensificar la guerra sino, más bien, para que el miedo a una escalada paralice a los beligerantes de ambos lados.
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