Picana y pavito
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Hoy, por un sentido navideño, no me voy a referir al congreso masista de Montero, que habrá estado preñado de mediocridad y trampas, además de que esta nota la envié al periódico el viernes, día en que seguramente estaban urdiendo la proclamación de S.E. como candidato a su cuarta elección consecutiva, sin sonrojarse siquiera, burlando así la voluntad popular decidida incuestionablemente el 21 de febrero último.
Mejor, por estas fechas, es recordar los momentos felices que pasamos durante nuestra ya muy larga vida, primero solo con los padres y hermanos, luego con la esposa y los hijos, a veces en ciudades lejanas, y en estas épocas de vuelta al terruño sin los padres, que ya se marcharon, pero con los nietos, que llegan para cubrir esas irreparables ausencias.
La Navidad es una fiesta de recogimiento para los cristianos, por lo tanto en muchos lugares del mundo tiene la tristeza de lo solemne. A esa melancolía religiosa se suma, en el hemisferio norte, el frío y la nieve, lo que hace de la Nochebuena algo absolutamente hogareño. Cantar villancicos junto al fuego, cenar el pavo relleno e ir a la misa de Gallo, es lo acostumbrado. Los regalos, sobre todo en Europa, se intercambian en Reyes. Nosotros, en América, somos menos formales, aunque todo depende de las tradiciones familiares.
No tengo muchas remembranzas de mis navidades en Chile durante el largo exilio de mi padre. En el fondo no recuerdo mucho las nochebuenas con papá, porque ya resultan muy lejanas. Pero no salieron nunca de lo tradicional. Con mi madre sí porque hasta hace dos años disfrutábamos con ella la picana y el pavito relleno, que todos los años cocina con arte María Teresa y que es un deleite para la familia.
No sé cuál será el origen de la picana, pero en Santa Cruz está comenzando a imponerse, pese a que el clima no favorece. Yo soy un entusiasta de esa sopa con cuatro carnes (vaca, cordero, cerdo y gallina), choclo tierno desgranado, papas y picante suave. Es un manjar que si se lo come una vez al año no puede hacerle mal a nadie. Aunque más delicioso es repetirlo en el almuerzo del 25. Y el pavito relleno, hecho también con mano mágica por Teresita, es otro deleite al que sí los cruceños rendimos pleitesía.
El conflicto navideño es que no todos tienen cómo llevarse a la boca la picana y el pavo. Y parte de la tristeza de la Navidad está en que muchos tienen que conformarse con una cena modesta, aunque siempre con el corazón abierto y el espíritu confiado a la espera de tiempos mejores
Mejor, por estas fechas, es recordar los momentos felices que pasamos durante nuestra ya muy larga vida, primero solo con los padres y hermanos, luego con la esposa y los hijos, a veces en ciudades lejanas, y en estas épocas de vuelta al terruño sin los padres, que ya se marcharon, pero con los nietos, que llegan para cubrir esas irreparables ausencias.
La Navidad es una fiesta de recogimiento para los cristianos, por lo tanto en muchos lugares del mundo tiene la tristeza de lo solemne. A esa melancolía religiosa se suma, en el hemisferio norte, el frío y la nieve, lo que hace de la Nochebuena algo absolutamente hogareño. Cantar villancicos junto al fuego, cenar el pavo relleno e ir a la misa de Gallo, es lo acostumbrado. Los regalos, sobre todo en Europa, se intercambian en Reyes. Nosotros, en América, somos menos formales, aunque todo depende de las tradiciones familiares.
No tengo muchas remembranzas de mis navidades en Chile durante el largo exilio de mi padre. En el fondo no recuerdo mucho las nochebuenas con papá, porque ya resultan muy lejanas. Pero no salieron nunca de lo tradicional. Con mi madre sí porque hasta hace dos años disfrutábamos con ella la picana y el pavito relleno, que todos los años cocina con arte María Teresa y que es un deleite para la familia.
No sé cuál será el origen de la picana, pero en Santa Cruz está comenzando a imponerse, pese a que el clima no favorece. Yo soy un entusiasta de esa sopa con cuatro carnes (vaca, cordero, cerdo y gallina), choclo tierno desgranado, papas y picante suave. Es un manjar que si se lo come una vez al año no puede hacerle mal a nadie. Aunque más delicioso es repetirlo en el almuerzo del 25. Y el pavito relleno, hecho también con mano mágica por Teresita, es otro deleite al que sí los cruceños rendimos pleitesía.
El conflicto navideño es que no todos tienen cómo llevarse a la boca la picana y el pavo. Y parte de la tristeza de la Navidad está en que muchos tienen que conformarse con una cena modesta, aunque siempre con el corazón abierto y el espíritu confiado a la espera de tiempos mejores
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