Más de 100 días después de haberse iniciado sus movilizaciones, después de haber recorrido 283 kilómetros en 36 días de marcha, de haber sido sometidos a brutales gasificaciones, arremetidas con chorros de agua fría de los carros Neptuno y otras formas de represión a cargo de la fuerza pública, la lucha de las personas con alguna forma de discapacidad se ha constituido en la máxima expresión, y todo un símbolo, de las dificultades que está afrontando el Gobierno nacional para salir de la crisis en que quedó sumido tras su derrota del 21 de febrero pasado.
Tan significativa muestra de las limitaciones gubernamentales, cuyo contraste con la perseverancia de los discapacitados se hace más notorio con cada día que pasa, ha adquirido durante los últimos días una nueva dimensión. Es que en una fatal coincidencia, dos accidentes –la lesión sufrida por el presidente Morales y la muerte de dos personas que hacían vigilia– le han dado al asunto un giro que ya supera con mucho su dimensión económica y social o incluso política, que es la única que hasta ahora quiere reconocer el Gobierno.
La nueva dimensión a la que nos referimos, que es la simbólica, es sin duda la que más dificultades acarreará al Gobierno porque se ubica fuera del alcance de cualquier argumento y resulta del todo invulnerable a la propaganda oficial. Resume en una sola imagen la profunda dimensión humana del conflicto, la que pone en evidencia la fragilidad de las personas, la facilidad con que el azar puede igualar frente a una muleta o una silla de ruedas a los más débiles y a los más poderosos, y eso es algo ante lo que nada puede hacer la frialdad, la soberbia, el uso y abuso de la fuerza.
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