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martes, 16 de febrero de 2016

respetamos el título de Puka Reyesvilla "Evo el culebrón" lo cubre todo, millones, crimen, engaño, droga, sexo, traición.

Antes de entrar en materia, quiero hacer notar que es la primera vez –¡y nada menos que en el título de una columna!- que llamo al señor Morales Ayma por su segundo nombre, a secas. No tengo ni la familiaridad ni el desparpajo como para tratarlo como tal. Por la misma razón, jamás usé el apelativo “Goni” –a quien, a decir de Carlos Mesa, Morales le debe más de lo que éste se atreve a reconocer- y me limité a mencionarlo por sus apellidos. Utilicé, eso sí, un breve acrónimo con el que –a través de las redes sociales- suelo mofarme de las “evadas” que a diario nos regala Su Excelencia.

Me resultó inevitable (el utilizar el popular “Evo”) hacerlo así porque ya no se trata estrictamente de hablar sobre la persona sino de abordarlo como el personaje envuelto en un escándalo de proporciones al que no le falta ningún ingrediente –millones, política, proxenetismo, exhibicionismo, alcahuetería, muerte, etc- para convertirse en una cotizada historia a plasmarse en un libro, una película o una telenovela. La sordidez de la trama –la realidad, una vez más, supera a la ficción- supera, con mucho, a todo cuanto se haya visto, leído o escuchado hasta el momento.

Y es que uno pensaba que después de lo sucedido con Catler-YPFB (corrupción y crimen), narcouniformados (Sanabria, Nina), red de extorsión o, especialmente, el Fondo Indígena (robo sin precedentes de colosales montos de dinero público cometido por operadores del régimen).

Me detengo en este asunto, porque hasta antes de conocerse el caso “cara conocida” era, por sus características, el mayor caso de corrupción que se recuerde en el país. ¡Y salió el Gran Affaire!.

Entre mis aproximaciones a una obra tal, no puedo menos que asociarla a otras que, a modo de parodia, podrían darle un toque melodramático. Por ejemplo, “Dos mujeres, un caudillo”, en tributo a una de las más taquilleras telenovelas, o “Sexo, mentiras y tuneo”, como homenaje a la cinta de 1989 de Soderbergh.

Pero si se quisiera producir una obra más descarnada, el antecedente literario más claro sería “Naná”, la novela de Émile Zola. Mire usted esta cita extraída de la misma y dígame si no le suena pertinente: “Con ella, la podredumbre que se dejaba fomentar en el pueblo ascendía y pudría a la aristocracia. Ella se convertía en una fuerza de la naturaleza, en un fermento de destrucción, sin quererlo ella misma, corrompiendo y desorganizando París entre sus muslos de nieve”.

Hasta podría sugerir un comienzo y dos posibles finales al relato. Empezaría con un atolondrado funcionario palaciego vociferando telefónicamente: “Ni se te ocurra abrir la boca; lo vas cagar a cagar al Evo y con él a todos nosotros y acabarás volviendo al hueco de donde te sacó. Ya hemos arreglado la salida de Lázaro”. A partir de esto se irían desentrañando las historias entrecruzadas del escándalo, incluida la de “Lázaro”.

Entre los finales posibles están el amable (para los protagonistas, se entiende) y el dramático. En el primero, los personajes (incluso los secundarios) acaban instalados en un exclusivo condominio de Dubai, con sus identidades y apariencias cambiadas, manejando negocios billonarios. En el otro, buena parte de los corruptos, incluido el jefazo, purgan larga condena en prisión de alta seguridad, salvo la dama que, por su afán de notoriedad, destapó el caso, quien logra huir del país y pasa los días entreteniendo a golosos asiáticos en un club nocturno de Hong Kong.


Sin morale(ja)s ni zapatillas de cuentos de hadas, así habrá concluido uno de los episodios más escabrosos de nuestra época. Y, sin duda, habrá autores dispuestos a echarle pluma. 

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