La muerte volvió a enseñorearse en El Alto, la ciudad que ganó la Guerra del Gas en 2003, con un saldo de casi setenta muertos. No sólo parece mentira que siga el derramamiento de sangre de esa forma tan cruel y alevosa, tan despiadada e inhumana, sino que se produce después de 13 años de ese triunfo tan doloroso que significó la conquista de 160 mil millones de dólares, dinero que ingresó a Bolivia producto de la nacionalización lograda, pero que no ha permitido ni siquiera equipar de manera decente a los colegios alteños.
Al menos eso fue lo que supuestamente motivó la movilización del pasado jueves. Un grupo de padres de familia protestando por la falta de mobiliario en las escuelas de sus hijos. Esa era la información oficial sobre la protesta que derivó en la toma del edificio municipal, en el incendio, los muertos y los heridos, en medio de un espectáculo grotesco registrado por cámaras aficionadas que mostraron con lujo de detalles la barbarie que allí se produjo.
Es necesario tomar en serio la versión oficial, pues de lo contrario tendríamos que pensar que aquello fue nada más que un montaje, de increíble parecido a otros hechos vergonzosos como la toma de la prefectura de Cochabamba en abril de 2005, la masacre de La Calancha de noviembre de 2007, el asesinato del hotel Las Américas de abril de 2009, las muertes de El Porvenir de septiembre de 2011 y la represión de Chaparina, de septiembre de 2012.
Nunca hubo una explicación razonable sobre todo esos casos y tal vez nunca podamos conocer cómo es que la Policía de El Alto ignoró los hechos y se abstuvo de actuar para proteger esas vidas humanas que fueron víctimas del humo que terminó asfixiándolos. Existen evidencias de que hubo orden de dejar fluir el caos en la alcaldía alteña, de no permitir el ingreso de los bomberos; de incitar a la violencia a través de elementos plenamente identificados con el oficialismo. Fue tan burda la actuación esta vez, que la respuesta del Gobierno (que alguna vez fue “rotura de la cadena de mando”), es decir, la de un “autoatentado”, sonó tan irracional que ni siquiera duró un día en la palestra y el mismo propalador de los improperios tuvo que pedir disculpas y tragarse sus palabras.
¿Qué pudo haber motivado esa acción? Porque en este país la ingenuidad se perdió en todas esas estrategias envolventes, que afortunadamente ya no funcionan ni siquiera dentro del propio Gobierno, pues ninguna figura importante del Gobierno se subió a la tesis que inicialmente se intentó imponer.
Todavía es muy temprano para arreglar cuentas; de eso se encargará la justicia y la historia, que a veces tardan en llegar pero siempre cumplen. Lo triste es constatar que seguimos repitiendo los hechos como un disco rayado; la gente sigue muriendo en El Alto y en todos lados, como si la vida no valiera nada; nuestros líderes siguen siendo esos seres insensibles capaces de hacer cualquier cosa por mantenerse en el poder y tapar sus fechorías. Lo sucedido el jueves nos da la mejor prueba de que por estas tierras todavía no asoma el cambio.
¿Qué pudo haber motivado esa acción? Porque en este país la ingenuidad se perdió en todas esas estrategias envolventes, que afortunadamente ya no funcionan ni siquiera dentro del propio Gobierno, pues ninguna figura importante del Gobierno se subió a la tesis que inicialmente se intentó imponer.
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