Por primera vez el Gobierno no se estrella contra los medios tradicionales a propósito del escándalo que matizó las grises fiestas carnavaleras, empobrecidas por el bloqueo previo que mantuvo interrumpido el tráfico durante una semana en todas las rutas del país. La gente prefirió quedarse en sus casas a “tuitear”, “feisbuquear” y “wasapaear” las novedades relacionadas con el escándalo de la denominada “Dama de azul”. Nunca antes la gente se había adueñado tanto de una noticia, la primera que confirma que en el Gobierno parece no haber quién cierre la puerta.
Por primera vez el régimen, dueño de un inmenso aparato de comunicación se sintió indefenso ante el poder de las redes sociales, que difundieron profusamente una información que fue enfocada con extremada mesura por los diarios, canales de televisión y radioemisoras, la mayoría controlados de alguna u otra manera por la mano oficialista.
En Bolivia pasó exactamente lo mismo que en España, cuando las redes sociales publicaron una fotografía del rey Juan Carlos junto al elefante que acababa de cazar. Medios poderosos como El País, El Mundo o ABC se portaron extremadamente complacientes con el monarca, atendiendo a una tradición que obliga a usar mano de seda con la realeza, mientras que los usuarios de las nuevas herramientas de comunicación fueron implacables, porque no conocen reglas ni códigos y porque tampoco se rigen por esos rarísimos cánones que miden la objetividad y la verdad de los hechos. Lamentablemente la prensa tradicional ha perdido el norte porque muchos periodistas ya no creen en la verdad y se dejan atrapar por las versiones y las opiniones, en su mayoría provenientes de los ámbitos del poder, para los que siempre es mejor conservar las cosas en la oscuridad. Todos sabemos lo que ocurrió con el rey y también lo que está pasando con la prensa española (y con toda la prensa en el mundo), cada vez más carente de lectores.
“Con internet ya no se puede mentir”, dice un famoso gurú de la comunicación política, asesor de famosos líderes latinoamericanos. Parece raro que lo diga, porque hoy es más fácil inventarse algo y gritarlo a los cuatro vientos, por todos los medios, redes sociales y sistemas de amplificación, que encima son gratuitos y accesibles para cualquiera. El problema es que justamente gracias a esas herramientas y porque casi toda la humanidad está conectada a la red, las patas de las mentiras son cada vez más cortas y algunas no llegan a sobrevivir ni siquiera unos segundos.
Se podría decir que no sólo los mentirosos están al borde de la extinción, sino también aquellos totalitarios que todavía creen en la máxima del nazismo: “miente, miente que algo queda”. Ni siquiera todo el poder y la tecnología de Estados Unidos pudo frenar el vendaval que llegó con WikiLeaks o el caso Edward Snowden. Eso derivará necesariamente en generaciones más exigentes con sus gobiernos, más intolerantes con la corrupción y la falta de transparencia. Es la era de las redes sociales que obligarán a los políticos a ser más decentes, más honestos y apegados a la verdad.
Gracias a las redes, donde casi toda la humanidad está conectada, las patas de las mentiras son cada vez más cortas y algunas no llegan a sobrevivir ni siquiera unos segundos. Eso derivará necesariamente en generaciones más exigentes con sus gobiernos, más intolerantes con la corrupción y la falta de transparencia. Es la era de las redes sociales que obligarán a los políticos a ser más decentes, más honestos y apegados a la verdad.
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