No se trata de la obra de Juan Gil Albors sobre la religión, la Iglesia y
 la existencia de Dios. Es el otro ocaso; es el de los políticos-brujos 
que prometieron tanto y que, ahora, enfrentan el fracaso y van hacia su 
inevitable desaparición de la vida pública. La situación de los 
gobiernos afiliados al Foro de San Pablo se ha vuelto difícil y de ellos
 quedará el recuerdo de las violaciones a los derechos fundamentales y 
las campañas de odio contra personas, instituciones y países, a los que 
vieron como enemigos, no solo del populismo, sino de la estirpe humana.
Son
 los que buscaron dominar las instituciones de sus países y conservar el
 poder indefinidamente por el engaño y por el fraude. Es más, ninguno se
 ha librado de acusaciones creíbles de actos de corrupción. También son 
los que procuraron –y casi lo han conseguido– quebrar la 
institucionalidad y la solidaridad hemisféricas; primero, como lo 
propuso el desaparecido presidente venezolano Hugo Chávez, se intenta 
hacer desaparecer la OEA y, ahora, ungiendo, como principal funcionario 
del organismo continental, a un secretario general opaco, sectario y 
funcional al populismo, que seguramente ya sacará las garras.
Como
 siempre, se está cumpliendo el refrán popular: “No hay mal que dure 100
 años, ni cuerpo que lo resista”. El régimen ‘bolivariano’ de Venezuela 
se debate en una espantosa crisis terminal económica y política y ya se 
sabe que “el chavismo nunca ha enfrentado una elección más difícil que 
esta” (Luis Vicente León, presidente de Datanálisis).
Tampoco hay 
buenas noticias para el Gobierno de la presidenta argentina, que acaba 
de sufrir un revés electoral en la provincia de Mendoza, lo que anuncia 
que en octubre el kirchnerismo, luego de 10 años en el poder, 
probablemente será derrotado. Por su parte, la presidenta brasileña, 
heredera de Lula da Silva, se hunde cada vez más en las encuestas como 
expresión del descontento. Y no la tiene fácil el presidente 
ecuatoriano, pues, mientras guerrea con la prensa –a la que no consigue 
acallar–, crecen las protestas en las principales ciudades de su país. 
En Bolivia se advierten signos de ese ocaso: los intentos de 
desestabilizar a los opositores electos, como a la alcaldesa opositora 
de El Alto –ciudad que fue reducto del oficialismo–, han fracasado, 
aumentando la desazón del régimen.
Cuando hayan desaparecido los 
brujos, se podrá, con cordura, sensatez y espíritu solidario, restaurar 
las instituciones, los derechos y la libertad. Será, entonces, el 
comienzo de una nueva era en América
 
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