Se esperaban algunas sorpresas en las elecciones generales de Brasil, aunque suelen decir los brasileños que después del 7 a 1 con Alemania ya nada puede espantarlos. Pero lo ocurrido en las urnas el domingo realmente nadie lo esperaba, pues los pronósticos eran totalmente opuestos a lo sucedido.
La gran novedad se llama Aécio Neves, el líder socialdemócrata que se ubicó apenas a siete puntos de la presidente Dilma Rousseff, quien deberá enfrentarse en segunda vuelta, con serias posibilidades de perder la reelección ya que se ha anticipado un acuerdo de Neves con la ecologista Marina Silva, quien resultó en tercer lugar, con un nada despreciable 22 por ciento.
El segundo suceso de la jornada electoral fue justamente Marina Silva, la reina de las encuestas que por un momento se perfilaba como triunfadora en primera vuelta y que posteriormente se cayó mientras la postulante oficialista recuperaba terreno. Ni Rousseff repuntó tanto como vaticinaron los sondeos ni Silva fue lo que pintaron las encuestadoras, hecho que abre una gran interrogante sobre la credibilidad de estas empresas y el manejo que se hace en regímenes con amplio dominio mediático y de recursos.
El caso es que Brasil parece haberse atrevido a cambiar y tumbar la hegemonía del Partido de los Trabajadores, por el que demoró mucho en decidirse, pues Lula lo intentó varias veces antes ser elegido. Y así como tardó en llegar el amor, la desilusión se fue construyendo desde los primeros escándalos de corrupción, los abusos del Lulismo y por último una grave crisis imposible de solucionar para un régimen que hizo muchos recortes al libre mercado, que encerró la economía en el Mercosur y que llevó adelante una política exterior carente de la visión globalizante que requiere un país que ya se hace llamar “potencia mundial”.
Aécio Neves y su posible socia política Marina Silva llegan con ideas muy distintas a las que llevó adelante Lula da Silva, el mejor padrino que han tenido los regímenes populistas de América Latina y de los que deberá distanciarse si quiere recuperar los espacios perdidos en el contexto internacional, donde otras naciones como Chile, Perú y México han hecho progresos importantes.
Alejarse de la camarilla del ALBA y sus allegados ya no es problema para nadie y menos para Brasil, sobre todo viendo lo que ocurre en Venezuela y en Argentina. La gran dificultad será para Bolivia, cuya economía depende en gran medida de la relación energética con nuestros vecinos y que enfrentará desafíos ineludibles que podrían encontrarse con caras largas en Brasilia, en lugar del compadrerío acostumbrado.
Pese a la afinidad ideológica entre los gobiernos boliviano y brasileño, las relaciones se han mantenido muy tensas y la presidente Rousseff se ha mostrado especialmente molesta desde que Evo Morales la desairó en La Paz en el 2006. Se anticipa que de ganar la segunda vuelta Aécio Neves, esta situación podría empeorar, pues en su calidad de senador, hizo polémicas declaraciones relacionadas con Bolivia, con el narcotráfico y sobre la necesidad de frenar la avalancha de cocaína que inunda las calles de Río y San Pablo.
Bolivia tendrá que asumir otro tipo de conducta si espera que las relaciones con Brasil mejoren, pues de ellas depende una negociación favorable del contrato de venta de gas que vence en el 2019.
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