Esa novela del paraguayo Augusto Roa Bastos
habla sobre el poder que concentra una sola persona, en ese caso, el
dictador José
Gaspar Rodríguez de Francia y los 26 años de su régimen, ahíto de injusticias,
persecución y muerte. Es lo que el escritor
llamó “el monoteísmo del poder", traducido en el reiterado abuso de un poder que se cree supremo. De
esa novela, se desprende que cuánto más se personaliza el poder en un caudillo
por el culto que se le rinde, sin mesura alguna, empieza a perder todo atisbo
de legitimidad institucional que pudo haber tenido.
Y
entonces pienso en el “Supremo” Evo Morales, quien barrió con la
institucionalidad democrática de la cual surgió, para convertirse al cabo de
casi 9 años, en el caudillo populista,
carismático y autócrata de un “proceso de cambio” que transformó a ciudadanos/as en súbditos. Con ellos se comunica vía
la masiva y millonaria propaganda política que reafirma el culto a su persona
con supuestas virtudes de estadista y responsable de la bonaza macroeconómica del
presente, sin mencionar los factores externos que inciden en ella. Tampoco dicen que Morales, además de ser jefe de
régimen, también es jefe del sindicato de cocaleros que cultivan la hoja de coca, materia prima de
la cocaína, en el trópico de Cochabamba.
Una muestra más del culto a su persona es el libro
infantil titulado Las aventuras de Evito, donde se magnifica su
infancia. Distribuido gratuitamente por el Ministerio de Comunicación, el libro
contiene relatos breves, como "Evito va a la escuela", "Evito
juega al fútbol" y "Evito y el burrito tricolor". Refuerza así el culto a su persona, a través de vínculos emocionales con
el manido discurso de que tuvo una niñez pobre. El monoteísmo del poder empieza
con el adoctrinamiento desde la primera infancia.
Frente al “Yo Supremo Morales”, quien subvierte la
democracia con métodos presuntamente democráticos -como los procesos electorales que solo buscan su reproducción
en el poder- leo un
decreto presidencial de Costa Rica que da envidia: acaba con los homenajes
egocéntricos arraigados en este régimen con ínfulas totalitarias. “Las obras públicas son del país y
no de un gobierno o funcionario en particular. El culto a la imagen del
presidente se acabó, por lo menos durante mi gobierno. La efigie del
presidente no será motivo de culto en mi Administración”, dijo Luis Guillermo Solís, reconocido
intelectual y presidente de ese pequeño país centroamericano, que ya tiene en
su digno haber carecer de ejército.
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