La jornada había acabado y dejábamos el valle de Achocalla. Desde la carretera rumbo a El Alto asombraban nuestra mirada y enamoraban nuestra humanidad los dos niños predilectos, los majestuosos Illimani y Mururata. La luz naranja del ocaso y el azul del cielo altiplánico dibujaban una imagen sobrecogedora.
La Paz es sensacional, cómplices son sus montañas, sus calles paradas, adoquinadas y resbaladizas; sus edificios coloniales; sus mujeres de amplias y coloridas polleras; sus mozos educados; sus voceadores de transporte público; su gente siempre agitada con tacos las damas y maletines los varones. Y de noche, esas vistas iluminadas parecen no equivocarse en dar vida a una de las ciudades más hermosas de la América mestiza.
Mi corazón algo agitado por la altura, sin embargo, reclamaba volver a su ritmo habitual. Palpitaba por el reencuentro con los hombres de su vida, reclamaba calma, ese sosiego de nuestra Cochabamba. Esa Cochabamba de agradable clima, de distancias bondadosas, de familia reunida en almuerzo, de tardes que se permiten iniciar con la siesta, de sábados de paseo y domingos de sopa de maní ¡Maravillosa Cochabamba urbana!
Qué lindo es volver a Cocha aunque se haya estado en el paraíso. Es que no hay paraíso más hermoso que el que te cría y educa, aquel en el que echas raíces, en el que das a luz a tus hijos, aquel que conoce de tus triunfos y fracasos, aquel que te ve crecer y también morir.
Al bajarse del avión, en tierra cochabambina, dan ganas de besar el suelo como lo hizo el Papa Juan Pablo II. La alegría que se siente de estar en casa es difícil de disimular y el agradecimiento viene de inmediato.
Con todos sus defectos, Cochabamba es mi paraíso y el de muchos. Solo hace falta levantarse en la mañana y ver sus montañas, en las noches andar en mangas de camisa, solo hace falta vivirla para darse cuenta de que es única y que siempre valdrá la pena volver a este apacible valle.
Qué bella es Bolivia en realidad. Su diversidad –no cabe duda– es su mayor fortaleza ¡y vaya que es diversa!
Bolivia es bondadosa con propios y extraños. Cómo no serlo cuando su variedad de tierra y gente dan para escoger dónde uno quiere quedarse. Un país extremo en temperaturas y alturas; un país diverso en colores de piel, lenguas y costumbres. Diversidad que clama comprensión y tolerancia, que clama amabilidad y agradecimiento.
Bolivia y su belleza están ahí y corresponde a sus hijos tratarla mejor, admirarla, respetarla, adorarla; corresponde abrir los ojos y maravillarse con sus regalos: esas montañas bellas llenas de verde o de blanco; esas lagunas coloridas disfrute de pájaros extraños y de visitantes de a mochila; esos gigantescos árboles tropicales diseñados por las manos de Dios; esas llanuras donde la vista se pierde en sueños de futuro. Simplemente eres bella Bolivia.
Este mes de la Patria contagiémonos de ella. Acabemos con posturas de odioso y ridículo paternalismo…esta Patria es de todos. Es de indios, de negros, de mestizos y de blancos…es de claros y oscuros, de ducha y de tutuma, de consomés y de lawas, de guitarras y de tarcas ¡es de todos!
En muchos idiomas, esta Patria diversa nos pide entendimiento y trabajo, pero nos pide sobre todo ser agradecidos porque éste es nuestro paraíso.
Bolivia ¡eres bella!
Bolivia ¡eres bella!
La autora es comunicadora social
molmitos2010@gmail.com
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