periodista de fuste Juan León Cornejo da en el meollo del asunto cuando nos muestra la angurria de poder de los políticos que llegan al poder y luego no lo sueltan así les cueste la vida. Muamar Gadafi por ejemplo.
Cuesta entender cómo es que el “maravilloso instrumento del poder como lo definió el expresidente Víctor Paz, anula la parte racional del ser humano en todas partes. Es por eso difícil explicar el apasionamiento, el furor, la desesperación con que muchos gobernantes, sin distinción de posiciones ideológicas, se aferran a él. Con uñas y dientes, para ser gráficos, aun a costa de lo más preciado que puedan tener.
Para citar un caso vecino en el tiempo, ahí está Muamar el Gadafi enLibia. En los ataques para derrocarlo y en su encarnizada defensa para evitarlo murieron 50.000 libios en sólo seis meses. Y morirán miles más pues sigue la lucha y el plazo fatal se acaba el sábado. La historia dice que el fin de las dictaduras y totalitarismos, dederecha o de izquierda, fue siempre parecido. Por supuesto, hay también gobernantes que murieron en la defensa del poder político por cuestión de principios ideológicos o razones éticas y morales. Es el caso de Salvador Allende, en Chile, que murió defendiendo la legalidad de su Gobierno. O quienes se resignaron a renunciar cuando las condiciones objetivas para mantenerse se les agotaron. Aún recuerdo a Hugo Banzer renunciando con lágrimas en los ojos, tras ocho años de mano dura. La historia enseña también que todas las dictaduras comenzaron con apoyo popular y terminaron sustentándose en la fuerza de las armas.Más allá de la intervención externa, le está sucediendo a Gadafi. Su caída comenzó con la rebelión de su pueblo.
Es que la lucha del hombre ha sido, es y será siempre por libertad e ideales. Por eso los movimientos sociales son volubles. Cambian de rumbo, cuando se sienten traicionados. Y los aliados de hoy suelen ser enemigos mañana. Las mismas gentes que aclamaron al presidente Gualberto Villarroel, amigo de los pobres, colgaron su cuerpo en un farol. La cuestión es ver hasta qué punto las bayonetas son suficiente garantía para defender el poder, legal o ilegal.
Al margen de las ambiciones militares que derrocaron gobiernos constitucionales y democráticos, es un hecho que tarde o temprano sus acciones serán juzgadas. Y habrá sanciones. Porque como recordaba en la columna anterior, sólo los diamantes son eternos. El tema viene a cuento por la reciente sentencia a cinco excomandantes por los hechos del 2003. El fallo actualiza la sanción moral que el pueblo impuso a las Fuerzas Armadas el 10 de octubre de 1982. La lucha popular de entonces obligó a los militares a volver a sus cuarteles, tras 18 años de controlar la vida política nacional. Es que eso de la obediencia debida debe entenderse como norma relativa pues involucra al ser humano cuyo raciocinio debe hacer que el subordinado cumpla sólo las órdenes lícitas de sus superiores jerárquicos.
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