Decisión inteligente fue la del presidente salvadoreño, Mauricio Funes, quien tomó distancia del chavismo ni bien fue elegido, en marzo de 2009, cuando el proyecto “gran nacional” liderado por Hugo Chávez aún estaba en expansión y gozaba de cierto crédito internacional. Los sucesos de junio de ese mismo año en la vecina Honduras le dieron ampliamente la razón y hoy, el mandatario, que optó por seguir los pasos del brasileño Lula da Silva, se felicita una y otra vez por su determinación, que no sólo se ha evitado una crisis como la que vivieron los hondureños, sino haber convertido a su país en un estado-delincuencial como sucede con otro integrante del vecindario,Nicaragua.
Si Ollanta Humala, flamante presidente electo de Perú, tomara esa misma decisión en este momento no sería señal de inteligencia, sino de un elemental sentido de supervivencia política que le evitaría a él y a su país el acelerado deterioro que están sufriendo hoy todos los países que forman parte del grupo del ALBA, cuyos fracasos no sólo pasan por la incapacidad de gestión, el descalabro económico, el estrepitoso fracaso de los experimentos estatistas y el resquebrajamiento del tejido social, sino porque hoy, todos esos proyectos políticos están fuertemente implicados en el narcotráfico, el terrorismo, el armamentismo y la adhesión a bloques fundamentalistas que ponen en riesgo la convivencia pacífica en la región.
Humala es, además, un ganador de segunda vuelta, su fuerza en el Congreso es limitada y depende de alianzas que deberá ir tejiendo con fuerzas políticas con las que no guarda afinidad ideológica. Será prácticamente imposible para él seguir el librero chavista que se impuso en Bolivia y en Ecuador con asambleas constituyentes y una serie de reformas destinadas a la búsqueda de la hegemonía y la perpetuidad.
El ex militar peruano puede optar por el método de la fuerza y la montonera para acaparar el poder, una estrategia que se ha aplicado sistemáticamente en Bolivia. Los sucesos violentos del 2009, en Baguá, con un saldo de más de ochenta muertos y los recientes episodios de Puno, donde hubo saqueos, enfrentamientos y un bloqueo que cerró la frontera durante casi un mes, son señales por demás elocuentes de que Perú puede ser el caldo de cultivo ideal para el rebrote de la violencia y el terror que durante varias décadas agobiaron a ese país. La ciudadanía no toleraría un retorno a las épocas de Sendero Luminoso y el MRTA, grupos terroristas que han encontrado receptividad en los últimos años en Bolivia, donde el régimen conducido por Evo Morales ha estado tratando de contribuir a la inestabilidad en el territorio vecino.
Con todo esto, no se puede garantizar la inocuidad de Humala y menos cuando está demostrada su sumisión al padrino venezolano, quien ha hecho onerosos aportes a su campaña y obviamente ahora pretenderá imponer su agenda. Se esperan fuertes remezones en la limitación de las libertades y garantías ciudadanas, un apego por el armamentismo que podría causar turbación en vecinos como Chile y Ecuador y por supuesto, la puesta en marcha de medidas económicas de corte colectivista que amenazan seriamente al “milagro peruano”, caracterizado por un fuerte crecimiento económico, boom de las inversiones y una gran apertura al comercio exterior. Humala ha asegurado que nada de esto va a ocurrir. Sólo hay que mirar a Bolivia para darse cuenta de lo que es capaz un aventurero.
Si Ollanta Humala, flamante presidente electo de Perú, tomara esa misma decisión en este momento no sería señal de inteligencia, sino de un elemental sentido de supervivencia política que le evitaría a él y a su país el acelerado deterioro que están sufriendo hoy todos los países que forman parte del grupo del ALBA, cuyos fracasos no sólo pasan por la incapacidad de gestión, el descalabro económico, el estrepitoso fracaso de los experimentos estatistas y el resquebrajamiento del tejido social, sino porque hoy, todos esos proyectos políticos están fuertemente implicados en el narcotráfico, el terrorismo, el armamentismo y la adhesión a bloques fundamentalistas que ponen en riesgo la convivencia pacífica en la región.
Humala es, además, un ganador de segunda vuelta, su fuerza en el Congreso es limitada y depende de alianzas que deberá ir tejiendo con fuerzas políticas con las que no guarda afinidad ideológica. Será prácticamente imposible para él seguir el librero chavista que se impuso en Bolivia y en Ecuador con asambleas constituyentes y una serie de reformas destinadas a la búsqueda de la hegemonía y la perpetuidad.
El ex militar peruano puede optar por el método de la fuerza y la montonera para acaparar el poder, una estrategia que se ha aplicado sistemáticamente en Bolivia. Los sucesos violentos del 2009, en Baguá, con un saldo de más de ochenta muertos y los recientes episodios de Puno, donde hubo saqueos, enfrentamientos y un bloqueo que cerró la frontera durante casi un mes, son señales por demás elocuentes de que Perú puede ser el caldo de cultivo ideal para el rebrote de la violencia y el terror que durante varias décadas agobiaron a ese país. La ciudadanía no toleraría un retorno a las épocas de Sendero Luminoso y el MRTA, grupos terroristas que han encontrado receptividad en los últimos años en Bolivia, donde el régimen conducido por Evo Morales ha estado tratando de contribuir a la inestabilidad en el territorio vecino.
Con todo esto, no se puede garantizar la inocuidad de Humala y menos cuando está demostrada su sumisión al padrino venezolano, quien ha hecho onerosos aportes a su campaña y obviamente ahora pretenderá imponer su agenda. Se esperan fuertes remezones en la limitación de las libertades y garantías ciudadanas, un apego por el armamentismo que podría causar turbación en vecinos como Chile y Ecuador y por supuesto, la puesta en marcha de medidas económicas de corte colectivista que amenazan seriamente al “milagro peruano”, caracterizado por un fuerte crecimiento económico, boom de las inversiones y una gran apertura al comercio exterior. Humala ha asegurado que nada de esto va a ocurrir. Sólo hay que mirar a Bolivia para darse cuenta de lo que es capaz un aventurero.
Se esperan fuertes remezones en la limitación de las libertades y garantías ciudadanas, un apego por el armamentismo que podría causar turbación en vecinos como Chile y Ecuador y por supuesto, medidas económicas de corte colectivista que amenazan al “milagro peruano”, caracterizado por un fuerte crecimiento económico, boom de las inversiones y apertura al comercio exterior.
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