Bolivia ha dejado pasar mucho tiempo y muchas cosas han pasado desde que Estados Unidos le ofreció al Gobierno de Evo Morales un acuerdo marco que permita restablecer la normalidad en las relaciones entre ambos países.
El ofrecimiento estadounidense se produjo después de la expulsión del embajador norteamericano en Bolivia, Philip Goldberg, después de muchos insultos, acusaciones, provocaciones y de hechos vergonzosos como el intento de toma de la Embajada de Estados Unidos en La Paz, ocurrida el 9 de junio de 2008 y promovida por activistas relacionados con el MAS.
La firma de un acuerdo marco hubiera significado un logro inédito por el Gobierno boliviano, pues sería la primera vez que Estados Unidos accede a semejante figura diplomática con un país que exterioriza fuertes desconfianzas y críticas hacia el comportamiento de Washington. La Cancillería boliviana dedicó mucho esfuerzo y trabajo para consolidar ese pacto, pero precisamente desde el interior del oficialismo se produjo un fuerte boicot que impidió lograr el entendimiento final.
Hoy, el presidente Morales vuelve a sorprender con un llamado a los embajadores europeos en Bolivia para que le ayuden relanzar las relaciones de Bolivia con Estados Unidos. Lo dijo después de haber criticado a la DEA, la policía antidrogas estadounidense, por haber operado en secreto en la captura del exjefe antinarcóticos boliviano, René Sanabria, quien acaba de declararse culpable en un tribunal de Miami.
El jefe de Estado boliviano quiere relaciones de “tú a tú” con Estados Unidos, solicitud que parece ser absolutamente razonable en cualquier circunstancia, pero que en el contexto actual parece más bien una posición fuera de tono. El Gobierno de Evo Morales ha estado dilatando sistemáticamente la firma de un convenio antidrogas con Brasil, que incluye la participación de la DEA. El motivo de tantas evasivas parecer ser la fuerte resistencia del régimen a devolverle a la fuerza antidrogas norteamericana aunque sea una parte de su presencia en el país, sobre todo en el Chapare, donde la producción de coca y cocaína se ha disparado desde la expulsión de la DEA en el año 2008.
Estados Unidos ha estado denunciando no sólo la explosión del narcotráfico en Bolivia, sino también el desinterés del Gobierno de Evo Morales por enfrentar con fuerza este delito. Hoy esa visión de Washington está bien reforzada con datos, tanto del Departamento de Estado, de la DEA y también de la ONU y obviamente con hechos noticiosos como el arresto del general Sanabria, que abre serias interrogantes sobre las implicaciones del Gobierno boliviano con el crimen organizado.
Desde el punto de vista ideológico, suena bien que el presidente Morales diga que las relaciones deben ser “de igual a igual”, pero en el plano de la realidad, existen aspectos que es necesario salvar antes de que un país como Estados Unidos, el protagonista fundamental de la lucha contra las drogas a nivel mundial, decida moverle el rabo al régimen boliviano, que en este momento se encuentra bajo fuertes y evidentes sospechas.
Es obvio que Estados Unidos quiere buenas relaciones con Bolivia. Lo ha manifestado en reiteradas ocasiones y ha dado muestras de que existe un genuino interés por suscribir un acuerdo en condiciones de igualdad. Sin embargo, antes que nada, el Estado Boliviano tiene que dar sobradas muestras de que tiene interés no solo de cooperar con Washington (ojalá fuera solo eso) sino con toda la comunidad internacional que hoy le hace fuertes reclamos al país por su actitud connivente con el narcotráfico y otros delitos.
El ofrecimiento estadounidense se produjo después de la expulsión del embajador norteamericano en Bolivia, Philip Goldberg, después de muchos insultos, acusaciones, provocaciones y de hechos vergonzosos como el intento de toma de la Embajada de Estados Unidos en La Paz, ocurrida el 9 de junio de 2008 y promovida por activistas relacionados con el MAS.
La firma de un acuerdo marco hubiera significado un logro inédito por el Gobierno boliviano, pues sería la primera vez que Estados Unidos accede a semejante figura diplomática con un país que exterioriza fuertes desconfianzas y críticas hacia el comportamiento de Washington. La Cancillería boliviana dedicó mucho esfuerzo y trabajo para consolidar ese pacto, pero precisamente desde el interior del oficialismo se produjo un fuerte boicot que impidió lograr el entendimiento final.
Hoy, el presidente Morales vuelve a sorprender con un llamado a los embajadores europeos en Bolivia para que le ayuden relanzar las relaciones de Bolivia con Estados Unidos. Lo dijo después de haber criticado a la DEA, la policía antidrogas estadounidense, por haber operado en secreto en la captura del exjefe antinarcóticos boliviano, René Sanabria, quien acaba de declararse culpable en un tribunal de Miami.
El jefe de Estado boliviano quiere relaciones de “tú a tú” con Estados Unidos, solicitud que parece ser absolutamente razonable en cualquier circunstancia, pero que en el contexto actual parece más bien una posición fuera de tono. El Gobierno de Evo Morales ha estado dilatando sistemáticamente la firma de un convenio antidrogas con Brasil, que incluye la participación de la DEA. El motivo de tantas evasivas parecer ser la fuerte resistencia del régimen a devolverle a la fuerza antidrogas norteamericana aunque sea una parte de su presencia en el país, sobre todo en el Chapare, donde la producción de coca y cocaína se ha disparado desde la expulsión de la DEA en el año 2008.
Estados Unidos ha estado denunciando no sólo la explosión del narcotráfico en Bolivia, sino también el desinterés del Gobierno de Evo Morales por enfrentar con fuerza este delito. Hoy esa visión de Washington está bien reforzada con datos, tanto del Departamento de Estado, de la DEA y también de la ONU y obviamente con hechos noticiosos como el arresto del general Sanabria, que abre serias interrogantes sobre las implicaciones del Gobierno boliviano con el crimen organizado.
Desde el punto de vista ideológico, suena bien que el presidente Morales diga que las relaciones deben ser “de igual a igual”, pero en el plano de la realidad, existen aspectos que es necesario salvar antes de que un país como Estados Unidos, el protagonista fundamental de la lucha contra las drogas a nivel mundial, decida moverle el rabo al régimen boliviano, que en este momento se encuentra bajo fuertes y evidentes sospechas.
Es obvio que Estados Unidos quiere buenas relaciones con Bolivia. Lo ha manifestado en reiteradas ocasiones y ha dado muestras de que existe un genuino interés por suscribir un acuerdo en condiciones de igualdad. Sin embargo, antes que nada, el Estado Boliviano tiene que dar sobradas muestras de que tiene interés no solo de cooperar con Washington (ojalá fuera solo eso) sino con toda la comunidad internacional que hoy le hace fuertes reclamos al país por su actitud connivente con el narcotráfico y otros delitos.
EEUU ha demostrado un genuino interés por suscribir un acuerdo en condiciones de igualdad. Sin embargo, Bolivia muestra una actitud connivente con el narcotráfico y otros delitos.
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