En la batalla que podría llamarse “niños del Chapare”, sin que este apodo involucre a todos, el ganador ha sido Mons. Tito Solari, arzobispo de Cochabamba. El que fue más apaleado, injustamente maltratado, vergonzosamente difamado, sin otras armas que la verdad y la mansedumbre evangélicas, fue quien ganó una batalla tan inútil como deplorable. Por el contrario, desde las altas autoridades del Estado y de su Asamblea Legislativa, ambos Plurinacionales, hasta policías y fiscales, los sindicatos de cocaleros y algunos aduletes de turno que se adhirieron a la comparsa, quedaron para el arrastre. El trabajo que debieron haber hecho desde tiempo atrás, policías y fiscales, tuvo que sugerirlo el arzobispo que no es ni policía ni fiscal sino pastor cuidadoso de su grey.
Algunos cocaleros llegaron al delirio de exigir la expulsión del arzobispo. Según la información periodística, el Sr. Presidente del Estado Plurinacional no compartió la idea, “pero tampoco voy a direccionar lo que deben hacer”. ¡Admirable respeto a la libertad sindical! Y, aunque Vd. no lo crea, no faltó entre los cocaleros, el iluminado que pidió también la expulsión de la Iglesia católica de Bolivia porque los obispos se meten en política y patatím patatám. Ante tales despropósitos, uno se pregunta ¿Sostener establecimientos hospitalarios y educativos, de asistencia espiritual, cultural y material de la gente humilde es hacer política?
Pasada la tempestad, si es que fue momentánea, conviene reflexionar sobre las rencillas de plazuela que frecuentemente alcanzan a escalar las gradas de Palacio y que envenenan los ánimos inútilmente, cuando hay tantos problemas que resolver. Cuando hay que combatir con eficiencia al narcotráfico y su influencia sobre la juventud. Cuando la gestión gubernamental tropieza con órdenes y contraórdenes que van y vienen de la Presidencia a la comandancia de policía, y que se trabucan unas contra las otras. No me dirán que la delincuencia no se extiende y agrava a ojos vista. Robo a mano armada a un puesto de peaje, y subsiguiente asesinato de uno de los supuestos autores. Asesinatos en el mismísimo Penal de “alta seguridad” de Chonchocoro, de otro presunto implicado en dicho robo, esta vez, utilizando un arma de la policía. ¿No hay relación entre ambos homicidios culpables? Asaltos y robos al valioso tesoro de la Catedral de Santa Cruz y, pocas semanas después, a una joyería de La Paz. Tampoco me dirán que esto son cuentos chinos. La respuesta que seguramente lo aclare todo se trata de una patraña armada por los periodistas que tergiversan los hechos, como no se cansa de repetir el Sr. Presidente y su comandante de la Policía.
Menos mal que, en la vereda opuesta hay que destacar a todos aquellos que se solidarizaron con el arzobispo pastor insultado y ofendido, quien salió reforzado -si falta le hiciese- de este trance. Todavía quedan ciudadanos con criterio sensato que intuyen dónde radica “la madre de todas las batallas”: En la corrupción que penetra las instituciones, en la pasividad, si no complicidad de los fiscales y los policías, en la politización y lenidad de la justicia, etc. Frente a este inquietante panorama, es urgente retornar a las enseñanzas de Jesús de Nazaret y de su Iglesia. (J.Gramount sj)
Algunos cocaleros llegaron al delirio de exigir la expulsión del arzobispo. Según la información periodística, el Sr. Presidente del Estado Plurinacional no compartió la idea, “pero tampoco voy a direccionar lo que deben hacer”. ¡Admirable respeto a la libertad sindical! Y, aunque Vd. no lo crea, no faltó entre los cocaleros, el iluminado que pidió también la expulsión de la Iglesia católica de Bolivia porque los obispos se meten en política y patatím patatám. Ante tales despropósitos, uno se pregunta ¿Sostener establecimientos hospitalarios y educativos, de asistencia espiritual, cultural y material de la gente humilde es hacer política?
Pasada la tempestad, si es que fue momentánea, conviene reflexionar sobre las rencillas de plazuela que frecuentemente alcanzan a escalar las gradas de Palacio y que envenenan los ánimos inútilmente, cuando hay tantos problemas que resolver. Cuando hay que combatir con eficiencia al narcotráfico y su influencia sobre la juventud. Cuando la gestión gubernamental tropieza con órdenes y contraórdenes que van y vienen de la Presidencia a la comandancia de policía, y que se trabucan unas contra las otras. No me dirán que la delincuencia no se extiende y agrava a ojos vista. Robo a mano armada a un puesto de peaje, y subsiguiente asesinato de uno de los supuestos autores. Asesinatos en el mismísimo Penal de “alta seguridad” de Chonchocoro, de otro presunto implicado en dicho robo, esta vez, utilizando un arma de la policía. ¿No hay relación entre ambos homicidios culpables? Asaltos y robos al valioso tesoro de la Catedral de Santa Cruz y, pocas semanas después, a una joyería de La Paz. Tampoco me dirán que esto son cuentos chinos. La respuesta que seguramente lo aclare todo se trata de una patraña armada por los periodistas que tergiversan los hechos, como no se cansa de repetir el Sr. Presidente y su comandante de la Policía.
Menos mal que, en la vereda opuesta hay que destacar a todos aquellos que se solidarizaron con el arzobispo pastor insultado y ofendido, quien salió reforzado -si falta le hiciese- de este trance. Todavía quedan ciudadanos con criterio sensato que intuyen dónde radica “la madre de todas las batallas”: En la corrupción que penetra las instituciones, en la pasividad, si no complicidad de los fiscales y los policías, en la politización y lenidad de la justicia, etc. Frente a este inquietante panorama, es urgente retornar a las enseñanzas de Jesús de Nazaret y de su Iglesia. (J.Gramount sj)
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